AS (Catalunya)

Federer resiste a Nadal y alza su 18 Grand Slam

El suizo, de 35 años, no ganaba un ‘grande’ desde 2012 y en un partido enorme levantó un 3-1 en el quinto set

- JESÚS MÍNGUEZ

Recuperado Nadal no jugaba una final de Grand Slam desde Roland Garros 2014

Lágrimas Federer lloró al superar la angustia de ir por debajo en la manga definitiva

Esta vez, Roger Federer espantó a los fantasmas y no se arrugó cuando Rafa Nadal le igualó a dos sets en la final del Abierto de Australia. Uno con 35 años y el otro con 30 advirtiero­n, en un partido maravillos­o, que están dispuestos a seguir dando guerra.

El partido del siglo. La madre de todas las finales en el Abierto de Australia, fue para Roger Federer que, enorme, batió a Rafa Nadal por 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 en 3h:37 para agigantar su leyenda frente a otra leyenda. El suizo, con 35 años, no había ganado un Grand Slam desde Wimbledon 2012, y elevó su cuenta a 18 ampliando su récord y dejando al español en 14.

Ganó Federer. Pero Nadal ha vuelto tras dos años malos. Su perseveren­cia le devolvió a una final de Grand Slam que no pisaba desde hace dos años y medio. Esta vez, el suizo no se encogió. Y levantó un break en la manga definitiva. Pasó del 1-3 a ganar cinco juegos seguidos. Las lágrimas de decepción de 2009 (“Esto me está matando”) se tornaron en otras de alegría.

Sobre la Rod Laver Arena se concentrab­a, como en el centro de un tornado, toda la energía de un acontecimi­ento único, aunque se hubiera repetido en 34 ocasiones. Los dos jugadores con más carisma del tenis volvían a disputar una final de Grand Slam. La última había sido en Roland Garros 2011, cinco años y medio atrás. Todos los ojos del mundo sobre el azul cobalto de la pista. Como en un Ali-Frazier, un Prost-Senna, un Magic-Bird...

Federer salió como un vendaval dispuesto a liquidar el partido por la vía rápida. Con un día más de descanso y con cinco horas menos en las piernas. Con 13 golpes ganadores, rápido de manos como un prestidigi­tador, ventiló el primer set en poco más de media hora. Resoplaba Nadal, aturdido. Sus piernas le recordaban la batalla de casi cinco horas frente a Grigor Dimitrov y su mente no conseguía engañar al cuerpo.

Le hacía falta a Nadal convertir el partido de ping-pong a un tiro que había propuesto Federer en una lucha de trincheras. Llevarlo a su terreno, al de los viejos tiempos que le permitía enseñar un cara a cara de 23-11 con el de Basilea. Fue capaz de hacerlo en la segunda manga. Sabía que debía ser más agresivo. Martillear como otras veces el revés a una mano. Rompió dos veces, aunque se dejó neutraliza­r un break, para anotarse la manga y seguir vivo.

Bar. Pero Federer no es amigo de peleas de bar, de agarrarse de la pechera. Y supo marcar distancias. En el primer juego de la tercera manga, salvó tres bolas de rotura con tres aces (20 al final), y arrebató el servicio a Nadal tras procurarse una bola con un drive a bote pronto imposible. No fue fácil pese al 6-1, pues la manga se extendió más de 40 minutos. Pero sacó de la chistera 18 ganadores que le pusieron por delante.

Llegó entonces el todo o nada para el de Manacor, especialis­ta en misiones imposibles. Si ganaba el cuarto set, tendría el partido donde quería. Y lo ganó. Un puntazo maravillos­o que le colocó 4-1, resuelto con un manotazo cruzado marca de la casa, fue también un manotazo en el rostro de Federer. ‘Estoy aquí’, le dijo. La final estaba igualada, Federer se iba al vestuario con un tiempo médico y Nadal saltaba como un poseso sobre la pista. El fino suizo había caído en su trinchera.

Fantasmas. Nadal acababa de sacar todos los fantasmas del armario de Federer. No dejó que el suizo despertara. Como un directo a su mandíbula, logró un break de entrada y levantó tres bolas de rotura en el siguiente juego. El físico ya no contaba. Era una batalla mental. Épica y poesía. Pero esta vez, Federer no se hundió. Devolvió el break y logró otro, con intercambi­os de hasta 26 golpes. Agonía pura. Sacando para ganar, todavía concedió a Nadal dos bolas de rotura. Con puntos de partido, dos veces hubo que recurrir al Ojo de Halcón. La tensión reventaba. Y la última derecha fue dentro... Ganó Federer. Pero no perdió Nadal. Su leyenda, juntos, crece y crece.

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