AS (Catalunya)

La bengala de la vergüenza

25 años de la muerte de Guillermo Alfonso Lázaro en Sarrià

- SEGÚN IVÁN MOLERO

Se celebraban, el 15 de marzo de 1992, elecciones al Parlament de Catalunya. Y, precisamen­te por ello, la familia Alfonso Lázaro decidió no pasar el fin de semana fuera, como de costumbre, sino permanecer en Barcelona para votar por la mañana y presenciar un espectácul­o por la tarde. Eligieron el fútbol, para que Guillermo, de 13 años, y su hermano menor, de diez, acudieran por primera vez a Sarrià. Espanyol-Cádiz. Pocas veces el destino jugó una pasada tan macabra como la que hoy cumple 25 años.

El relato que solo unas horas después ofrecía su padre, Joaquín Alfonso Zapatero, estremece por su crudeza: “Poco antes de que comenzara el partido, saqué unas fotos para tener un recuerdo de este día. Cuando saltaron los jugadores al campo, oí unos gritos de mi esposa y vi la bengala ardiendo en el pecho de mi hijo. Al principio pensé que sería una bengala floja, que le haría alguna quemadura y nada más, pero cuando se la quité vi que era un cilindro metálico y pesado. Sufrí quemaduras al quitársela, pero solo pensaba en mi hijo, que estaba con los ojos en blanco”.

Eran, con exactitud, las 16:58, y los jugadores del Espanyol habían sido los primeros en aparecer sobre el césped, entre los compases del himno perico. El impacto levantó una enorme humareda y el revuelo movilizó de inmediato a los servicios médicos. Hasta el punto de que, a las 17:14, Guillermo ya había sido trasladado en ambulancia al Hospital Clínic, donde nada pudieron hacer por salvar su vida. Los servicios de urgencia apreciaron una “situación de paro cardiorres­piratorio irreversib­le, como consecuenc­ia aparente de herida contusa penetrante en región infraclavi­cular izquierda, con afectación de grandes vasos y hemorragia aguda”.

Lo que provocó la muerte fue, concretame­nte, una bengala de uso marítimo para emitir señales de socorro. F. Vila, un pescadero de 39 años, la había introducid­o en el estadio, a donde acudía con sus dos hijos, un amigo y su jefe, que les había invitado, ya que no eran asiduos a Sarrià. Desde el primer anfiteatro de la tribuna lateral, lanzó dos bengalas. Una, afortunada­mente, sin consecuenc­ias. La que impactó en el pecho de Guillermo cruzó todo el terreno de juego y ascendió, hasta alcanzar el segundo anfiteatro de la tribuna de presidenci­a. Paradójica­mente, la familia había escogido esas localidade­s, el día anterior en las taquillas, pensando en que serían las más seguras.

Vila fue detenido, junto a su amigo, este puesto en libertad sin fianza al cabo de tres días. El padre de Guillermo incluso les fue a visitar al cuartelill­o. A Vila, ingresado después provisiona­lmente y sin fianza en la Modelo, se le incautaron tres cohetes más. Y, en la reconstruc­ción de los hechos llevada a cabo en Sarrià el día 27, rompió a llorar al pisar de nuevo la grada.

La Ley del Deporte, instaurada en 1990, ya contemplab­a en su artículo 67.4 la prohibició­n de entrada a los estadios “con bengalas y fuegos de artificio”, a raíz de otro capítulo mortal, el 21 de abril de 1985, en un Cádiz-Castellón en el Ramón de Carranza. Pero no sería hasta el 15 de abril de ese 1992 cuando se instituirí­a la Comisión Antiviolen­cia. Así que todas las sanciones fueron penales.

El 16 de abril de 1993, la jueza Araceli Aiguaviva decretó seis meses de prisión para Vila por un delito de imprudenci­a temeraria, al considerar que no quiso herir a nadie pero escondió las bengalas y las disparó en horizontal. Y multó al Espanyol con 42 millones de pesetas (unos 252.000 euros) como responsabl­e civil subsidiari­o: solo tres guardias jurados custodiaba­n el perímetro de todo el estadio.

El encuentro, por increíble que parezca, se jugó y acabó 3-1. Pero lo que indicó Pizo Gómez, autor del tercero, se podría extrapolar a todo el partido: “El gol más triste de toda mi vida”.

Terrible Era la primera vez que acudía al estadio y buscaron las localidade­s más seguras

Imprudenci­a El causante de la muerte fue condenado a seis meses de prisión

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