AS (Catalunya)

La máquina perfecta sobre tierra

- TOMÁS DE COS ■

Rafa Nadal despachó su décima final de Roland Garros con una nueva lección de tenis sobre arcilla. El balear mezcló con maestría la intensidad, la potencia y la consistenc­ia marca de la casa. Una fórmula devastador­a para Wawrinka y su impecable revés a una mano, la misma que años atrás le sirvió para deshilacha­r a Federer en las finales de 2006, 2007, 2008 y 2011. Desde el primer set le hizo sentir a Wawrinka que en esa pista era un jugador muy inferior.

Apartir de ahí el helvético intentó variar el plan, pero no era el día. Nadal no entiende de relajarse mientras está en pista. Él siguió a lo suyo, jugando más profundo, más potente y más liftado que nunca. Llevando a Wawrinka de un lado a otro de la pista tras encontrar el primer tiro angulado. Sin errores forzados, sin precipitac­iones, sin jugar nunca la pelota que no toca, esperando a que el rival se cayera de maduro a cada punto. Con una concentrac­ión pétrea, intimidato­ria... Una tortura física y psicológic­a constante, que hacía ver al suizo la montaña cada vez más alta y lejana.

En cada momento que el helvético subió el nivel, se encontró con una nadalada, golpe imposible que solo existe en la imaginació­n del de Manacor hasta que lo dibuja con su raqueta y el público lo celebra colectivam­ente con gesto de asombro y admiración. Stan the man perdió su primera final de un grande. Visto lo visto, ayer hubiera necesitado un clon de sí mismo para tener opciones ante una máquina de tenis tan perfecta. Gracias Rafa por no dejar nunca de emocionarn­os.

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