RESURRECCIÓN Y DIEZ TÍTULOS PARA UN TENISTA CON DIEZ VIDAS
Otra vez dudas. Otra vez volver a empezar. En 2015, Rafa cayó frente a Djokovic en cuartos en tres sets. Se anunciaba un cambio de guardia. En 2016, se vio obligado a retirarse por una lesión en la muñeca izquierda que le dejó KO también para Wimbledon y que recuperó a marchas forzadas para llegar a los Juegos de Río y colgarse el oro en dobles con Marc López. En octubre, decidió parar y sanar del todo su físico. En diciembre, anunció la incorporación de Carlos Moyá a su equipo. Con Djokovic y Murray enchufadísimos y Federer parado seis meses por una lesión de rodilla, nadie confiaba en que el español y el suizo fueran a pelear por los títulos. Pero llegó Australia en enero, y el clásico Federer-Nadal volvió a repetirse. El título fue para el suizo, con 35 años. Nadal se plantó en el santuario de la tierra después de haber disputado tres finales (la del Grand Slam oceánico, Acapulco y Miami) y tres títulos en el zurrón: Montecarlo, Barcelona y Madrid. El monstruo había resucitado.
En las avenidas amplias de la Philippe Chatrier, el tenis de Nadal pesa más. Nadie osó toserle en su camino, ni siquiera Dominic Thiem, el nuevo especialista de 23 años que le había derrotado en los cuartos de final de Roma. Sólo quedaba el obstáculo de Wawrinka, y se lo saltó con 6-2, 6-3 y 6-1. Una carrera de 10.