Las gafas mágicas de Manel y el talento
Aunque en los últimos años era habitual ver a
Manel Casanova con sus muletas y conversar amigablemente tanto de médicos como de fútbol, su fallecimiento ha sido un shock. “Esto es un rollo”, decía meses atrás mientras aguardaba en Barcelona su última operación. Él era un hombre de acción, de ver fútbol con sus gafas mágicas capaces de descubrir el talento. Recuerdo un partido de cadetes en
Sant Cugat en el que coincidimos. Sacó el móvil y me enseñó una fotografía. “Solo la tenemos tres personas”, me comentó. Era
Marco Asensio, con apenas 11 años, vestido del Espanyol.
“Era muy bueno, pero aún pequeño. A los meses ya se lo llevó el Mallorca”. Le tuvo que llegar la hora en medio de un partido del Málaga, club en el que plantó semillas como lo hizo durante casi 20 años en el Espanyol. Los focos siempre apuntan a la elite, al jugador profesional y al entrenador que gana títulos, pero antes hay una serie de actores que se encargan de separar el grano de la paja en términos futbolísticos. Y en eso Casanova era un privilegiado, con ese listado que tenía escrito a mano, un auténtico manuscrito, con los jugadores que llegaron a
Primera gracias a él. Cualquier jugador que se le puede venir a usted a la cabeza, el excoordinador del Espanyol tenía una historia para contar.
Pero sería injusto que Casanova quedara solo en la memoria como un ojeador. Lo era de jugadores, pero también de entrenadores. Creó en el Espanyol una cultura
de trabajo, con Óscar Perarnau, Lluís Planagumà, David Fernández, Dani Fernández, Albert Villarroya, Jacint
Magriñá, Juanlu Martínez y muchos más. La mayoría eran jóvenes y Casanova aprovechó esas ganas de comerse el mundo para inculcarles su manera de entender esta vocación. No les importó hacer centenares de kilómetros para fichar talento. Solo así se podía competir con el Barcelona, al que Casanova rechazó en numerosas ocasiones. Ahora seguirá a su Espanyol desde el cielo. DEP.