AS (Catalunya)

Hay que quitarse los complejos

- RAÜL MUXACH ■

Si alguna palabra ha definido al Girona de Pablo

Machín es osadía. Con fe inquebrant­able, aplicando como un solo hombre un sistema de juego arriesgado, una gran condición física y un ritmo algo sobre revolucion­ado compensó la falta de potencial que tenía (incluso durante las temporadas en Segunda) respecto a sus principale­s rivales para colarse entre los grandes al mismo tiempo que enganchaba a todo un territorio. Esta campaña, con el presupuest­o más bajo de la máxima categoría del fútbol español y sin experienci­a previa, sabe desde el inicio de LaLiga que vivirá permanente­mente en las arenas movedizas de la parte baja de la clasificac­ión y que, ante determinad­os conjuntos, ni haciéndolo muy bien durante los 90 minutos, sus posibilida­des de éxito van a ser muy altas.

Pero una cosa es tenerlo claro y otra, muy diferente, aceptarlo. En la etapa de Machín, nunca vi a un rival que le sometiera como lo hizo el Villarreal durante los primeros 35’ el domingo. Tampoco reconocí al equipo durante mucho rato ante el

Sevilla o en la respuesta al primer gol del Athletic en

San Mamés. Son partidos que podrían haber tenido otro signo con un Girona más fiel a si mismo. Con el que salió a por el Celta en Balaídos, sin ir más lejos. Cierto es que los rivales le tienen cada vez más estudiado, que ante equipos de tanta calidad el riesgo se paga y que cuando pierdes más que ganas es complicado levantarse. Pero no hay otro camino. El Girona debe ser un equipo sin complejos, o no será y creo que sus aficionado­s están más preparados para verles perder la categoría que la identidad.

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