Hay que quitarse los complejos
Si alguna palabra ha definido al Girona de Pablo
Machín es osadía. Con fe inquebrantable, aplicando como un solo hombre un sistema de juego arriesgado, una gran condición física y un ritmo algo sobre revolucionado compensó la falta de potencial que tenía (incluso durante las temporadas en Segunda) respecto a sus principales rivales para colarse entre los grandes al mismo tiempo que enganchaba a todo un territorio. Esta campaña, con el presupuesto más bajo de la máxima categoría del fútbol español y sin experiencia previa, sabe desde el inicio de LaLiga que vivirá permanentemente en las arenas movedizas de la parte baja de la clasificación y que, ante determinados conjuntos, ni haciéndolo muy bien durante los 90 minutos, sus posibilidades de éxito van a ser muy altas.
Pero una cosa es tenerlo claro y otra, muy diferente, aceptarlo. En la etapa de Machín, nunca vi a un rival que le sometiera como lo hizo el Villarreal durante los primeros 35’ el domingo. Tampoco reconocí al equipo durante mucho rato ante el
Sevilla o en la respuesta al primer gol del Athletic en
San Mamés. Son partidos que podrían haber tenido otro signo con un Girona más fiel a si mismo. Con el que salió a por el Celta en Balaídos, sin ir más lejos. Cierto es que los rivales le tienen cada vez más estudiado, que ante equipos de tanta calidad el riesgo se paga y que cuando pierdes más que ganas es complicado levantarse. Pero no hay otro camino. El Girona debe ser un equipo sin complejos, o no será y creo que sus aficionados están más preparados para verles perder la categoría que la identidad.