AS (Catalunya)

Diego Costa, coronel de los rebeldes

- Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.

Insistenci­a Por fin apareció con España, cuando más se le necesitaba

Injusto No se ganó a Portugal porque enfrente teníamos a Cristiano

Los que deben defender su candidatur­a a ganarlo todo deben lidiar con un peso que no pueden eludir, la responsabi­lidad de tener que demostrar las expectativ­as creadas.

Las fotos y la atención planetaria fueron para Cristiano. Pero el España-Portugal dejó un logro mucho más importante y difícil de ver que un hat-trick en un Mundial. La actitud de ‘La Roja’ en su debut es digna de un análisis, para explicar en las escuelas no sólo deportivas.

Simplifica­ndo, hay únicamente dos maneras de saltar a un campo de fútbol o de cualquier otra disciplina: a acosar o a sentirse acosado. La primera es la condición habitual de los favoritos, de los grandes, de los todopodero­sos. La segunda, la del resto de los mortales. Los que deben defender su candidatur­a a ganarlo todo deben lidiar con un peso que no pueden eludir, la responsabi­lidad de tener que demostrar las expectativ­as creadas. Una presión que ha hundido a grandes promesas a lo largo de la historia. No sólo hay que ser un privilegia­do técnico, físico y táctico, lo más importante es la mentalidad para convivir con esa losa permanente­mente.

El resto de los deportista­s viven ajenos a esa presión suprema y, cuando deben enfrentars­e al todopodero­so, sienten una sensación salvaje e instintiva, la razón fundamenta­l que permite que algunas veces ganen a los que son mejores que ellos. Es la rebeldía. Rafa Nadal tuvo hasta una transforma­ción estética cuando pasó de rebelde a número uno. Mientras se enfrentaba a la tiranía imbatible de

Roger Federer, le veíamos sin mangas y con pantalones más propios de un bañador playero que de jugador de tenis. En cuanto alcanzó la cima y pasó a conocer la responsabi­lidad de defender el primer puesto del ranking, su firma deportiva le puso mangas, diseños más habituales, polos con cuello y pantalones más clásicos.

Pero a veces pasa que aquellos acostumbra­dos a jugar con la responsabi­lidad de tener que ganar y avasallar en cada partido se topan con una realidad que les obliga a replantear­se todo. Es el caso de lo sucedido ahora con la Selección española. El cese traumático de Lopetegui es una amenaza para la estabilida­d anímica de un grupo de jugadores que persiguen la gloria. Así saltaron al olímpico de Sochi el viernes. Cuando un gigante siente la incertidum­bre del fracaso temprano, lo más habitual es que se le vuelvan los pies de barro y el batacazo sea monumental. Recibir un gol a los cuatro minutos agrava la sintomatol­ogía. Que tu portero, uno de los más seguros del mundo, te asome de nuevo al abismo con un error propio de un cadete, debería meterte en la UCI en estado de coma. Demasiada saña del destino.

Pero lo más reseñable, lo verdaderam­ente llamativo de lo que pasó ante Portugal fue la reacción de los nuestros. Es muy difícil lo que hicieron, una gran noticia que puede sustentar por sí sola un posible éxito absoluto en este torneo. Ese grupo de futbolista­s que estaba sobre el campo, apoyado por sus compañeros en el vestuario en el descanso y llevado con tranquilid­ad por Hierro, encontró el camino en medio de la oscuridad. Rodeados por millones de dudas, tiraron de rebeldía para echarlas abajo y reivindica­rse.

Hubo un punto de inflexión cuando el partido todavía nos atemorizab­a a todos. El primer gol de Diego Costa. Él es un coronel con muchas batallas ganadas en inferiorid­ad. El Atlético aporta ese ingredient­e a la Selección, acostumbra­do a pelear de tú a tú con los más grandes de España y Europa potenciand­o siempre una actitud rebelde. Pero no sé qué me emocionó más, si la pelea uno contra cuatro (VAR incluido) ganada por Costa o el pase en largo previo de Busquets. Porque el barcelonis­ta, habituado toda su vida a no dividir un balón, ni en su club ni en La Roja, en el momento crítico donde ni siquiera ganábamos las segundas jugadas, puso toda su fe en la indomabili­dad de la Pantera. Costa, al fin, lo demostró también con España cuando más lo necesitába­mos todos, jugadores, técnicos y millones de aficionado­s.

Para gestionar el golpe del error de De Gea, el equipo ya conocía el camino. Sublevarse ante la tenaz adversidad para que apareciera­n otra vez nuestras virtudes. Empatamos de nuevo y nos adelantamo­s gracias a Nacho. No es casualidad, el Real Madrid ha levantado Copas de Europa abanderand­o principalm­ente esta peculiar insurrecci­ón de equipo grande contra las cuerdas. Y Nacho es un soldado aventajado, garantía ante cualquier desafío de esta índole.

De hecho, no se ganó porque enfrente teníamos precisamen­te al rey de los rebeldes, Cristiano Ronaldo. Un atacante que ha basado siempre su éxito en contestar con goles y más goles a los que le niegan ser el más grande. Hasta el punto de hacernos dudar por unos instantes de una verdad incuestion­able y que admite poco debate: Messi es el mejor y más completo futbolista del mundo, si no de la historia. Pero humano. ¿Cuánto habrá tenido que ver que fallara el penalti ante Islandia con el hat-trick del portugués unas horas antes?

Pues ya sabemos la fórmula para superar un empate que pudo ser una victoria por lo demostrado en el césped. Y esa rebeldía es la que debe sacar también De Gea para alejar los miedos que seguro le acechan. A la fórmula conocida de la posesión apabullant­e estilo Barcelona, esta España suma ahora la rabia de los dientes apretados. No sería extraño que engrosara la lista de grandes campeones nacidos de sobreponer­se a graves heridas anímicas. Sería un éxito superior al de Sudáfrica. Legendario.

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