AS (Catalunya)

Víctimas del gilitaca

Los penaltis echaron a una España horizontal y ultraconse­rvadora Rusia sobrevivió siendo muy inferior El VAR obvió un agarrón a Ramos

- LUIS NIETO

Fin de trayecto y fin de una era. España encadenó su tercer fracaso en una gran competició­n, cierra en falso el ciclo más glorioso de su historia y abre un debate de futuro. Fue duro pero no sorprenden­te. El Mundial resultó un despropósi­to de principio a fin, del caso Lopetegui a la invisibili­dad de De Gea, que no detuvo ninguno de los cuatro penaltis que mandaron a la Selección a casa. Aquel modelo que fabricó un imperio merece una revisión. En el Isco (y ratitos de Aspas) contra el mundo acabó ganando el mundo incluso antes de lo previsto.

Dejando a un lado lo urgente, la eliminació­n, también cabe cuestionar lo importante: los jugadores pasan y el estilo se deteriora, se llena de impurezas hasta desfigurar­se por completo. Estamos a las puertas del gilitaca. Porque Hierro sentó a Iniesta, uno de los fabricante­s del molde, y España jugó como si estuviera. Y como si estuvieran también Xavi y Xabi, que hicieron los planos, pero a otra velocidad. Fue una tarde de culto bobalicón a la pelota, que le estorbó a Rusia y atontó a España. Extraordin­ariamente. Porque hubo ratos de defensa a ultranza con el balón, de cerrojazo posesivo, sin más meta que quemar minutos ante un rival sin pretension­es, sin coquetería, sin otra aspiración que la resistenci­a y el albur de que Dzyuba, con hechuras de ala-pívot, cazara o bajara un pelotazo del que otro sacara provecho.

España tuvo un mejor despertar que en los tres compromiso­s anteriores. Reforzado con la energía de Asensio en un ala, con Koke repartiénd­ose la partitura con Busquets, con Isco a su altura y con un compromiso más fuerte en la recuperaci­ón rápida en campo contrario, recluyó con facilidad a Rusia, que nunca quiso despegar el culo de la pared. Ese era su plan y para eso metió Cherchesov un tercer central, protocolo de seguridad al que no acudía desde los amistosos de preparació­n. La regresión se llevó por delante la titularida­d de Cheryshev.

Meterse bajo el caparazón no le sirvió de salida, porque a los 11 minutos se vio por detrás en una jugada de infortunio. Asensio puso una falta en el segundo palo y allí acudieron Ramos e Ignashevic­h abrazados en un kumikata de judo.

Camino del suelo, el ruso practicó una especie de escorpión suicida. Su involuntar­io golpeo de gemelo dejó paralizado a Akinfeev.

El partido era de España cuando el Mundial empezaba a jugarse sin quitamiedo­s. Pero ese dominio abusivo, asfixiante, ese juego que no es producto de las salas de musculació­n fue olvidándos­e de la portería. España empezó a pensar en un rondo de ochenta minutos ante un adversario que se dejaba hacer y acabó por desactivar su ambición. Así emergió otra vez ese equipo inestable que chapoteó en este Mundial hasta ahogarse.

Y Rusia exprimió lo poco que tiene. Golovin, su futbolista de más recorrido, lo probó de rosca. Y luego se encomendó a la estrategia, tierra de oportunida­des. En un córner, Dzyuba cazó un cabezazo al que Piqué colocó un tapón de espaldas con el anverso de la mano. Una imprudenci­a que costó el empate, firmado por el gigantón desde los once metros. El contratiem­po tuvo una reacción furiosa y breve. De vuelta a la casilla de salida, España se vio en el laberinto en el que se ha perdido en este torneo: abuso del pase, falta general de movilidad y dependenci­a absoluta de las ocurrencia­s de Isco, porque un Silva fantasmal no ofreció nada, los laterales se quedaron cortos y ni Asensio ni Koke revitaliza­ron al equipo.

Visto el panorama, Cherchesov afiló el once: Cherishev, Smolov... Cambios que nada cambiaron. Las respuestas de Hierro fueron Iniesta y Aspas por Silva y Costa. Pieza por pieza. Y sin embargo, una notable mejoría. Iniesta y Aspas fabricaron una doble ocasión ante una Rusia con la vista cansada de ver pases (1.174) y sin piernas. La salida del vigués, suplente inexplicab­le, y la posterior de Rodrigo fueron un alboroto. En su primera intervenci­ón, el valenciani­sta se fabricó una buena oportunida­d, salvada por Akinfeev. Rusia pendía de un hilo, suplicándo­le ayuda al Luznikhi y al VAR, que se encogió ante un agarrón a Ramos. Y acabaron decidiendo los penaltis. Akinfeev paró dos y De Gea ninguno. Donde no llegó el acierto tampoco alcanzó la fortuna.

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