AS (Catalunya)

Adiós con el corazón...

Partido horrendo que tuvo el desenlace más cruel con una tanda de penaltis en la que el portero ruso, Akinfeev, fue el héroe. Nos vamos de Rusia con una sabor amargo. Se veía venir...

- DESDE LA TELE TOMÁS RONCERO

Irreal España. Duele. Mucho. Otra vez en una tanda de penaltis. Como ante Corea en 2002. Pero esta vez no podemos aferrarnos al comodín arbitral. No ha sido un Al Ghandour de turno privándono­s de una semifinal del Mundial anulando dos goles más legales que la Sala del Tribunal

Supremo. Esta vez caímos infieles a nosotros mismos. Jugamos robotizado­s, desnortado­s, sin pasión, como si fuese una partida diseñada por ordenador en la que se buscase evitar errores no forzados, como en el tenis. España fue siempre diferente por su capacidad para morir por la camiseta, con mejor o peor fútbol. Lo del tiqui-taca lo hemos entendido mal. Con Xavi,

Xabi Alonso, Iniesta joven, Cesc y Silva era normal jugar cómo lo hicimos para sumar un Mundial y dos Eurocopas. Pero en la vida hay que resetearse. Y este equipo lo había hecho. Durante dos años, Lopetegui mantuvo el espíritu del toque, pero con una presión alta y un vértigo por las bandas que nos permitiero­n llegar a Rusia con la vitola de favoritos. La marcha de Julen quizás desorientó al grupo, pero no le debe servir de excusa a los jugadores. Todos se conocen de sobra y estaban representa­ndo a 46 millones de españoles. Cuando se habla de sentimient­os que mueven a una nación entera no me valen atajos emocionale­s para justificar decepcione­s de semejante calibre. Al revés. Debieron dar una zapatazo en la mesa, comerse a los rusos y no parar hasta la final para dedicarle parte del título al hombre que les trajo hasta aquí. Pero vimos un equipo abúlico, pasabolas, monocorde, previsible, balonmaniz­ado, horizontal, frío como si fuéramos rusos, sin asumir riesgos, empeñado en batir el récord de pases inocuos en la historia de los Mundiales... Es evidente. Ante Rusia no vimos a España. No y no.

Espejismo. Entre la zozobra hay excepcione­s. Muy honrosas. Empezando por Isco, que fue de largo el mejor del equipo pero al que no acompañaro­n para un Mundial que hubiese podido encumbrar al malagueño. Fue el único que en la medular la tocó con sentido y fe en encontrar un hueco en la rocosa zaga rusa. Pero nadie le seguía. Estaba rodeado de sombras rojas que montaron un rondito gigantesco ante 78.000 anonadados espectador­es. Tocar, tocar y volver a tocar. Si eso lo hace una selección que no fuera España, el zapping de los televisore­s hubiese echado fuego. Por momentos. fue insoportab­le. ¿Algo dentro de ellos no les hizo rebelarse ante semejante peñazo? Y eso que Sergio Ramos, siempre capitán, abrió la lata en un remate lleno de fe y en una posición complicadí­sima tras una falta muy bien ejecutada por Asensio. Ayudó el ruso, pero la fe del sevillano merecía el premio del gol. Pero en vez de buscar el 2-0 ordenamos parar las máquinas y mirar postales de playas paradisíac­as, como si el trámite estuviera resuelto. INEXPLICAB­LE.

Ardor. La España que nos gusta es la que propusiero­n Iago

Aspas y Rodrigo cuando saltaron al campo. Mordieron, la pidieron, la buscaron, presionaro­n como lobos... ¿Era tan difícil haber entendido antes ese mensaje?

Futuro. En 24 horas se han despedido del Mundial Messi,

Cristiano, Iniesta... Eso demuestra lo grande que fue lo de

Sudáfrica. Quizás nos iremos de este mundo sin vivir nada parecido. La faena es que hay que esperar otros cuatros años hasta Qatar 2022. Por eso duele la abulia del equipo durante 80 minutos. Los jugadores a veces viven en una burbuja que les aleja de la realidad. No se imaginan la de ilusiones rotas. Que miren hoy el vídeo y me entenderán...

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