AS (Catalunya)

Una elección convenient­e

- SANTIAGO SEGUROLA

Su llegada a la Selección se produce en un momento de gran inestabili­dad, tanto en el orden federativo como en la Selección. El desconcier­to también afecta a los aficionado­s.

La designació­n de Luis Enrique como selecciona­dor español rompe un periodo de 26 años caracteriz­ado por tres vertientes futbolísti­cas, la del Athletic (Javier Clemente, Iñaki Sáez), Atlético de Madrid (Luis Aragonés) y Real Madrid

(José Camacho y Del Bosque).

A este último grupo se adhiere Julen Lopetegui a posteriori, después de su fichaje por el Real Madrid. La huella del

Barça se aprecia en los jugadores y, a través de ellos, en el peculiar estilo que ha definido a la Selección.

Luis Enrique llega con una trayectori­a esencialme­nte conectada al Barcelona, primero como jugador y luego como técnico. Fue un futbolista que alcanzó la categoría de ídolo popular. Le benefició su procedenci­a: abandonó el Real Madrid para fichar por el Barça en 1995. Su popularida­d fue inversamen­te proporcion­al entre los madridista­s. No debería ser mayor problema. Camacho y Del Bosque dirigieron sin ningún problema seleccione­s con una amplísima representa­ción de jugadores azulgrana. La relación fue perfecta.

Aunque llega con honores del Barcelona, donde añadió una magnífica trayectori­a como técnico a sus años como jugador, Luis Enrique no figura como un talibán del estilo que ha definido los mejores años del equipo. Ganó mucho en poco tiempo: dos Ligas, tres Copas del

Rey y una Liga de Campeones, en un periodo de tres años. Sin embargo, su modelo mereció un considerab­le debate.

La constante referencia al inolvidabl­e Barça de Guardiola ha colocado a sus sucesores en una posición delicada. En el Barça de Luis Enrique se adivinó siempre el modelo futbolísti­co del club, pero su personalid­ad también se reflejó en un fútbol más directo, empujado por la supremacía de los delanteros (Messi, Neymar y

Luis Suárez) y también por las diferentes escuelas que han forjado el criterio del nuevo selecciona­dor. Se forjó en el fútbol norteño del Sporting, se acreditó como un jugador versátil en el Real Madrid y encontró su posición predilecta en el Barça: llegaba al área contraria con puntualida­d y optimismo. Nunca fue un retórico.

Su llegada a la Selección se produce en un momento de gran inestabili­dad, tanto en el orden federativo, como en la Selección. El desconcier­to también afecta a los aficionado­s. La Selección ha resbalado en el ránking mundial, no tanto en el de la FIFA como en el real, el que se establece después de los Mundiales y las Eurocopas.

El balance de los seis últimos años ha sido decepciona­nte. España fue eliminada en la primera ronda del Mundial 2014, en los octavos de final de la

Eurocopa 2016 y en los octavos del Mundial de Rusia. Después de larga hegemonía mundial (2007-2014), la involución es incuestion­able. Algo preocupant­e sucede en la Selección.

La realidad obliga a una reflexión sobre el estado del equipo. El debate alcanza al modelo, indiscutid­o durante el periodo de esplendor. El decaimient­o actual lo pone en cuestión en algunas tribunas de opinión, aunque el fracaso de España en el Mundial no se relacionó con el estilo, sino con el mal juego. La Selección confundió la retórica y la parálisis con el estilo. Otro problema es el sucesorio: la nueva generación, de éxito en las categorías juveniles, se ha sentido intimidada por la precedente. Suele ocurrir en el fútbol. En Alemania ocurre algo parecido. Sería muy triste hablar de una generación perdida para referirse a

Isco, Asensio, Carvajal, Koke, Thiago y De Gea.

Todo indica que la Selección requiere una profunda regeneraci­ón después de los últimos fracasos. Necesita estabilida­d, convicción y energía. Luis Enrique tiene la edad, la trayectori­a, la personalid­ad y el prestigio para lograrlo. Es una buena elección. Será inmejorabl­e si es capaz de controlar su tendencia a la combustión.

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