AS (Catalunya)

De las espiniller­as de madera al Balón de Oro

Modric creció entre las bombas y ahora es el emblema de Croacia

- POR CARLOS A. FORJANES

De niño, Luka Modric (Zadar, 9-9-1985) no tenía que preocupars­e de romper cristales con su balón, porque la mayoría ya estaban rotos. Tenía que pelotear en el parking del Hotel Kolovare de la costa croata donde vivía refugiado junto a su madre Jasminka. Su padre estaba en la milicia y su abuelo, también llamado Luka, había sido asesinado. En lo más crudo de la Guerra de los Balcanes, el hoy Balón de Oro tenía que entrenarse, pendiente del ruido de las sirenas que avisaban de las bombas, con espiniller­as de madera...

A Modric siempre le acechó algo. Antes de la guerra, con sólo 5 años, ayudaba a papá Stipe a pastorear en la montaña Velebit, lugar de lobos, cerca de su aldea, Modríci (el nombre no es casualidad). Hace poco se desvelaron imágenes suyas con las ovejas en un documental de un cineasta croata, que descubrió al futbolista entre el metraje... 25 años después. Quizá por esos peligros y por el ruido de las granadas (caían entre 500 y 600 diarias sobre Zadar, algunas sobre el campo donde se entrenaba) juega con un sexto sentido para el espacio y el tiempo. Eso es lo que vieron en él primero en el NK Zadar (donde era el más bajito y frágil pero ya portaba el 10), luego en el Dinamo de Zagreb y lo que fortaleció más tarde durante una sufrida cesión siendo Juvenil en la Primera bosnia. De las que curten, si sobrevives. “Era un fútbol brutal y se cometían muchas injusticia­s con Luka”, dijo su entrenador de entonces en Mostar, Stjepan Deveric.

Para entonces, había mutado sus espiniller­as de madera por otras con la cara de Ronaldo Nazario. “De tanto usarlas, cuando las regalé, Ronaldo tenía muchas cicatrices...”, relataría con humor Modric años después en el Daily Mail.

Ese fue el punto final a las dudas que había dejado su físico flacucho y de escasa envergadur­a (el Hajduk Split, el club

Reveses Con 12 años era devoto del Hajduk, que le rechazó por ser bajito

grande de su región y del que era hincha, le rechazó por esa razón con 12 años). “Hoy todos le alaban, pero yo me acuerdo de cuántos decían que siendo tan pequeño nunca iba a triunfar”, rememoraba, en Fiebre Maldini, Iván Malik, compañero suyo en Zadar.

Volteretas. Modric nunca ha sido un portento goleador (65 tantos en 15 años de profesiona­l), pero sabía en quién fijarse. Además de en Suker, leyenda del Dinamo, sus primeros tantos los celebraba haciendo la voltereta, a lo Hugo Sánchez. Uno de ellos, al Hadjuk, le dio una Liga al Dinamo y se la quitó al club que no quiso ficharle de niño. Dos por uno...

Así es Modric, un hombre de perfil bajo. Cuando se casó con su esposa Vanja, en mayo de 2010, no invitó ni a sus compañeros del Tottenham para que fuera en la más estricta intimidad. Celebraron el enlace y el convite en un restaurant­e de Zagreb con un menú nupcial nada ostentoso, a 105€ el cubierto. En Madrid, el centrocamp­ista blanco se maneja bastante bien con el castellano, vive en La Moraleja (en la casa valorada en 2,3 millones de euros que habitó el ínclito Anelka) junto a Vanja y sus tres hijos, Ivano (con el que juega al fútbol), Ema y Sofía. Apenas se le conocen salidas más allá de alguna escapada en pareja a un restaurant­e (sobre todo con Kovacic), alguna excursión al zoo con su familia y su estrecha amistad con Sergio Ramos.

La gala de ayer fue el broche a un 2018 de confirmaci­ón para Modric, que apela al tesón de su tierra. “La guerra nos hizo más duros, es difícil quebrar a un croata”, ha dicho en más de una ocasión. Desde hace tiempo está en las oraciones de sus paisanos. Prosinecki, Suker y Rakitic le han coronado, sin titubeos, como el mejor futbolista de la historia de Croacia, camiseta que lleva vistiendo desde la Sub-15. Mijatovic, serbio, dice de Modric que es “el mejor en la historia de los Balcanes”. También, además del premio al Mejor Jugador de Europa para la UEFA y al The Best que ganó en septiembre, es un futbolista condecorad­o. Desde su Balón de Oro del Mundial, Croacia (con su presidenta Kolinda Grabar-Kitarovic) terminó de rendirse a los pies del pequeño diez. Como capitán, estuvo hace unos meses en la recepción en el Parlamento donde recibió la Orden del Duque Branimir, la sexta medalla de mayor valor del país ajedrezado. En julio, se había colgado plata en la final de Moscú. Y desde ayer, esmoquin en ristre, es Modric D’Or.

Croacia Le entregó la Orden del Duque Branimir por su Mundial de Rusia

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The Best.
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Mejor Jugador de Europa.
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Balón de Oro del Mundial.
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