AS (Catalunya)

Con V de Vinicius y VAR

- DESDE LA GRADA TOMÁS RONCERO

El Bernabéu aplaudió con poco entusiasmo la ofrenda que Ramos hizo a la afición del Mundialito ganado en Abu Dabi. Estaba claro que el horno no estaba para bollos...

Todo en contra. Ni en la festividad de los Reyes Magos hemos podido tener los madridista­s un día tranquilo y feliz. Y mira que había niños en las gradas despoblada­s del Bernabéu (otra vez la entrada apenas superó los 50.000 espectador­es). Hasta vi en su carrito a un recién nacido, Víctor, al que su padre Raúl Berges (presidente de la Peña Quinta de Canario de Zaragoza) ya ha sacado el carné de simpatizan­te. Pero lo que debió ser una fiesta se convirtió en una película de Tarantino, en la que los buenos (Vinicius) luchaban a brazo partido contra algún malo invisible (VAR). Y también hubo mucho infortunio. Un penalti nada más empezar, un remate al palo de Lucas, un gol a bocajarro errado por Benzema, media docena de paradas de mérito de Rulli, una expulsión de uno de tus soldados más activos con media hora por delante... Ya sé que la Real, que mostró con Imanol Alguacil más fútbol y más inteligenc­ia táctica, también dispuso de muchas balas. De fogueo varias, pero Rubén Pardo sentenció cuando el partido ya era una ruleta rusa disparatad­a. El Madrid tiró casi 30 veces a puerta y no le dio para gritar gol en una sola ocasión. Este tipo de partidos, casados con la desgracia, ya los vi con Lopetegui (en el 1-2 ante el Levante, sin ir más lejos). Esto es una pesadilla.

La sonrisa de Vini. Como LaLiga ya se ha puesto más difícil que ver un dálmata sin manchas en su piel (lo importante es asegurarse plaza en la Champions, háganme caso), optaré por centrarme en lo más positivo de la tarde. Vinicius José Paixao de Oliveira, nuestro Vini, fue la sonrisa del Madrid en mitad de la tormenta. Su fútbol es divertido, pura algarabía, fantasioso, imaginativ­o, directo, atrevido, vertical, ingenioso, audaz y comprometi­do. Con 0-1 y el Bernabéu en estado de peligrosa alteración emocional, este chaval de 18 años no paró de pedirla, de arriesgar, de jugársela, de proponer, de desbordar y chutar. Jugó con mucha inteligenc­ia en la zona letal, donde el peligro se huele a distancia. Abrió huecos a sus compañeros, habilitó, desequilib­ró el costado derecho de la zaga donostiarr­a y fue el factor diferencia­l de un partido que estaba condenado a la penumbra del fracaso. Rulli, un tiro precioso que se marchó fuera por centímetro­s y el VAR le privaron de su primera gran tarde de gloria en el Bernabéu.

Ese VAR. Lo acogí con entusiasmo en verano. Y con muy buena fe. Lo vi como un factor corrector necesario para que los errores claros de los árbitros pudieran ser arreglados por los avances de la tecnología audiovisua­l. Pero el VAR no intervino en el claro empujón a Ramos (¡con qué facilidad se pitan los penaltis que hace el Madrid y lo que cuesta verlos cuando los sufre!) y menos aún en el penalti indiscutib­le de Rulli a Vinicius. Ese penalti puede no verlo Munuera, que ya le vale, pero a Melero López, el árbitro de VAR, debió pillarle cogiendo un refresco de la máquina. Por más que el balón no saliese fuera, nos contaron que el VAR tiene potestad para llamar al árbitro y sacarle del error. O incluso intervenir cuando la pelota haya salido, aunque hayan pasado un par de minutos. Pues nada. Agua.

Desazón. Estamos tocados. Para qué negarlo. El madridismo está apesadumbr­ado ante una temporada horribilis que barrunta rayos y truenos como no se cambie esta inercia negativa. Intentan animarme las peñas ‘Almirante’ de Medina de Rioseco (Valladolid), Herencia (Ciudad Real) y ‘Sangre Blanca’ de Gilly (Bélgica). Se agradece...

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