Adiós a la sábana de autoengaño
Me costó reconocer al Girona que jugó en Eibar. Como si de su criptonita se tratara, el equipo de Mendilibar volvió a desarmar a los rojiblancos y se cebó en los males de un grupo que parece haberse metido en un laberinto del que no sabe salir. El Girona ya no es aquel equipo que sabía vivir en la trinchera y que generaba mucho caudal de juego ofensivo. Atrás clarea y solo la extrema efectividad de Stuani y la mejor versión de Bounou han mantenido un cierto equilibrio entre lo producido y lo concedido. Eso y la característica principal de los últimos años; el carácter inconformista que tan bien representa Pere Pons. Hasta el domingo. La desconexión fue total. Cayeron como si alguien les hubiera echado encima una capa de lodo espeso. Dijo Granell que fue el típico partido malo del año.
Amí me parece que, más que eso, fue iluso creer que un equipo sobrecargado de minutos y lesionados, corto de efectivos y con muchas posiciones sin competencia, iba a encontrar la piedra filosofal bajo la lluvia de Ipurua tres días después de haber sucumbido sin remisión ante Atlético, Betis, Barça y Madrid por partida doble. En Eibar cayó la gran sábana de autoengaño que fue la Copa. Fue un trampolín para los jóvenes, fue divertida mientras duró, pero la adrenalina que nos generó (a casi todos) aplazó el debate real. Era temerario abarcar todos los frentes con un equipo corto y descompensado fruto de algunas decisiones arriesgadas tomadas por la dirección deportiva. Ahora las semanas volverán a ser enteras, se recuperan a jugadores clave y ha de volver el fútbol. A ser posible ya.