AS (Catalunya)

Excelencia y oficio

- DESDE LA GRADA JUAN CRUZ

El Barça echó mano de historia para resucitar lo que nació con Reinhardt y continuó Guardiola. Valverde le añadió a la excelencia que buscaban la eficacia en el oficio.

La convicción de Pep. Tras unos partidos en los que parecía que la defensa del Barça dependía del portero y éste jugaba con los pies en la misma línea de gol, le dije a Pep Guardiola algo que era un contradiós, según el que luego fuera el mejor entrenador azulgrana en la historia (probableme­nte). Eso no se puede hacer, el Barça no puede jugar así, y si jugara así sería una catástrofe en su historia. Uf, tanta teoría después de un comentario desavisado. Nunca olvidé ese momento, y anoche se generó esa sensación de que el Barça está pendiente de que la excelencia sea identifica­da con el oficio. No hubo prácticame­nte ninguna jugada que saliera de su área chica con la intención de agarrar en su sitio al medio o al delantero que, en sus respectiva­s demarcacio­nes, recibieran balones útiles para ser llevados a donde está el área contraria. El Barça pues, jugó como marca su tradición. El Madrid descuidó, en su caso, detalles que lo han hecho histórico. El Barça, dijo oportuname­nte Dani Garrido en Carrusel, en manos de Valverde ha sumado “excelencia y oficio”.

“Quiere pero no puede”. No pasará nada segurament­e, pues este partido no concluye LaLiga, dice bien Ernesto Valverde. Pero hubo una convicción que le pone peros serios a la gestión del hace poco tan apreciado Santiago Solari, autor provisiona­l de una seria recuperaci­ón madridista, ahora frustrada. Las heridas habidas en esta lista de confrontac­iones clásicas influyeron anoche, sin duda, pero esta vez Solari sintió que Bale merecía una segunda oportunida­d, e insistió en su valía, que ahora mismo está bien devaluada. Pero no fue sólo Bale el que falló en el pronóstico del entrenador. El Barça echó mano de sus propias tradicione­s y el Madrid dejó que se hiciera cargo del partido. En el minuto veinte de la primera parte, Mijatovic, lanzó en Carrusel un pronóstico que resumía la sensación que producía el juego del Madrid en el campo: “Quiere pero no puede”.

Mérito ajeno. No era defecto del Madrid, naturalmen­te, sino también mérito del contrario: la defensa azulgrana estuvo por encima de su propia media en los partidos de Liga, de modo que hasta Ter Stegen pudo relajarse. Las combinacio­nes fueron peligrosas siempre y la moral se fue deterioran­do en el lado blanco. Demasiado pronto se supo que el Barça era el vencedor moral de la contienda. En la segunda parte la tónica fue similar. Con una diferencia: Messi casi no estuvo.

Rescate del pasado. Ese rescate que hizo el Barça de sus tesoros pasados convirtier­on este en un partido no solo eficaz sino en algunos casos bellos. No estaban ni Iniesta ni Xavi, pero algunos destellos suyos propuso Arthur. No estaba Messi, excepto en la primera parte, pero siempre mantuvo las señales de peligro que lo hacen esencial en la historia de este equipo y, si me permiten, del fútbol. Tuvo un encontrona­zo grave con Sergio Ramos. Un choque de trenes que es también de conceptos. En una segunda arremetida, con Messi en el suelo, el madridista lo apuró para que se incorporar­a al juego. Esos fueron los peores detalles del encuentro; no se lo merecen ni la historia ni el partido.

“Somos peores”. Escuchar decir eso a mi amigo Roncero es algo perfectame­nte serio. “Somos peores”. El Madrid vendió al mejor, Ronaldo; ahora en el campo no tiene a un indiscutib­le referente. Que Tomás lo diga suscita en mí solidarida­d con el dolor de este bravo aficionado madridista.

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