AS (Catalunya)

Eduardo Rodrigálva­rez y la sintaxis del Athletic

Murió uno de los grandes prosistas del fútbol

- JUAN CRUZ

El Athletic tiene sus reglas, como la ley divina, y uno de sus sacerdotes era Eduardo Rodrigálva­rez, que murió en esa fe ígnea, roja y blanca, este domingo cerca de San Mamés. Su escritura fue la esencia de su pasión, y su inteligenc­ia la hizo sentimenta­l y sobria a la vez. Nunca se dejó llevar por el arrebato, embridó como nadie la sintaxis atlética para dar de sí el testimonio de uno de los grandes prosistas del fútbol del último medio siglo.

Leer a Rodrigálva­rez era asistir a una fiesta en la que la libertad tuviera solo esa sujeción sintáctica, su obligación de música y de ritmo. La música fue la otra obsesión que habitaba su universo de pasiones: el Athletic, luego la música y después, aunque no en último lugar, la escritura. Esa combinació­n dio de sí un ciudadano preocupado por lo que sucedía en su tierra y un intelectua­l capaz de la razón frente al salvajismo de los excesos ideológico­s o patriótico­s.

La fe en el Athletic no conoció desmayo, porque a esa afición le aplicó la razón práctica: después de un partido, aunque hubiera caído un chaparrón en tu contra, o lo contrario, no te dejes llevar por la rabia o la euforia. Era también una razón poética: nada se puede decir que no tenga relación con la belleza de la escritura o de la lectura. Por eso sus cartas de

Ideario Tenía tres pasiones: el Athletic, la música y la escritura

batalla tenían siempre el aire de su voz, de su talante.

Como a otros tímidos vascos que he tratado (Patxo Unzueta, este gran atlético), a Eduardo le entendí siempre mejor por teléfono. Su voz era suave y llena, como su estilo; en persona era incapaz del consejo o de la admonición, así que por ese aparato era capaz de dictarte lo que pensaba y siempre te ibas de esa conversaci­ón como ungido por la serenidad que trasladaba a sus textos.

Con su hijo Gorka me envió su primera novela, que iba a ser la penúltima. Cuando vengan los míos (Txertoa). Me reclamaba ahí, en la dedicatori­a, una opinión. El desorden de mi vida dejó pasar el tiempo y ahora me emociona volver al libro y sentirme tan en deuda con este formidable testimonio de lo que pasó en Bilbao en los años 60 franquista­s. “Asesinar a Franco… La gran quimera. El gran momento de gloria de los parias de la tierra, de los hombres libres. ¿Cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo? Asesinar a Franco es como cazar lagartijas, se te escapan nueve de cada diez, y a la que pillas, apenas le cortas el rabo, que vuelve a crecer”. Ahí escuché el rumor de Marsé, el aire de las palabras de Delibes. Estaba escribiend­o otro libro. Jamás olvidaré el tono de su voz y de sus textos.

Formación Era un intelectua­l ante excesos ideológico­s o patriótico­s

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UN SABIO. Eduardo y su libro ‘100 jugadores del Athletic’.
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