AS (Catalunya)

“La gente de Mestalla siempre me respetó, los que no lo hicieron fueron los dirigentes”

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Espinas clavadas “Fuimos mezquinos en la Liga, nos faltó exigencia; no entendí el no tener ofertas a los 30”

Lloraba de pensarlo, porque mi padre lo que decía, lo hacía. —Representa­nte nunca tuvo. —¿Yo? Que va, que va… Antes los equipos que te fichaban casi sin verte. A mí Rosario Central me fichó por Aldo Pedro Poy, que jugaba allí. Él fue mi compañero en la Selección Fantasma de Argentina que jugó en Bolivia en el 73. El Viejo Griguol le preguntó si alguno de esa selección valía la pena y dio mi nombre. Ni me conocían. Pero lo mismo sucedió con el Valencia.

—Le fichó Pasiego.

—Me fichó por las estadístic­as de El Gráfico… y vaya debut malo tuve en Mestalla. Erré un penal y mandé un balón al reloj de lo alto de la grada. ¡Pero era normal! A mis compañeros no los conocía ni de cromos, no sabía ni dónde estaba Valencia y en Europa sólo había jugado cuando el Mundial de Alemania. Ese día escuché en Mestalla el murmullo de las abejas, alguno incluso dijo que no jugaría nunca más en el Valencia. —En su libro habla de romance con Valencia.

—Me siento un hijo pródigo. Es mi casa. Mestalla siempre me respeto, quienes no lo hicieron fueron los directivos. ¿Si me silbó la grada? Claro, era la figura y si jugábamos mal, ¿a quién se lo iban a reprochar? Pero eran críticas para mejorar, porque cuando respondes en el campo, el abrazo de Mestalla no se olvida. Pero nunca entendí al club.

—¿Por qué?

—A los dirigentes siempre les faltó mano derecha. No solo conmigo, con muchos otros. El Valencia no cuidaba a sus veteranos. Para mi homenaje me cedieron la cancha y punto; me tocó pagarle hasta al de las entradas. El Valencia, los gerentes, de un día para otro te dan la espalda, pero a la institució­n tienes que quererla como es y así la queremos. Valencia te gana.

—¿Usted rechazó ofertas tras el Mundial?

—Digamos que tenía muchas novias. De España e Italia. Pero Ramos Costa (presidente), al que quise como a un padre, me dijo que si me vendían le mataban. Lo entendí. Sin embargo, años después me vendieron a River, que buscaba un golpe de efecto tras fichar Boca a Maradona. Pero acá me vendieron sabiendo que estaba lesionado de la rodilla. Después volví porque River no pudo pagar lo pactado y meses después, sin previo aviso, me dijeron que no me renovaban. Eso me dejó dos espinas tan clavadas como los perdigones que tenía la perdiz que me comí al llegar a España. —¿Qué dos espinas?

—Una que fuimos un equipo mezquino en Liga. Ganamos la Copa, la Recopa y la Supercopa, pero en Liga no competimos. Llegamos a ser líderes, pero cuando empezamos a perder, nadie de la dirigencia nos decía nada, no nos exigían, ni pisaban Paterna y con ganarle al Madrid y Barcelona se daban por contentos. La otra espina, que nunca entendí, es por qué no tuve ninguna oferta cuando me fui. Sólo tenía 30 años. Quizás alguien habló mal de mí. Sólo me llamó mi amigo Ardiles para probar en el Tottenham y, tras un tiempo jugando al fútbol sala, me fichó el Hércules, donde lo pasé de diez. —Con gol olímpico incluido. —Se lo hice al Atlético. El pobre Fillol me decía: “No tenías a otro al que hacérselo”. Ese año nos salvamos en el último partido ganándole al Madrid en el Bernabéu. ¡Esa sensación es como ganar un título! —¿El fútbol le ha dado más alegrías o tristezas?

—El fútbol me lo ha dado todo en la vida. Yo fui feliz corriendo tras una pelota.

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