AS (Catalunya)

Nicolas Martinais “Se veía que Camavinga era una joya a los nueve años”

- MARCO RUIZ B. IDRAC

Tiene una relación sincera con la familia de Camavinga. Fue su entrenador cuando tenía nueve y diez años, su tutor personal, y ayudó a su familia. Estuvo en la firma de su primer contrato profesiona­l, en su fiesta de nacionaliz­ación...

La vida de Camavinga (17 años) ha estado íntimament­e relacionad­a a la de Nicolás Martinais, amigo de la familia de la estrella incipiente desde que le reclutó para el club Fougéres y fuera decisivo para que la familia rehiciera su vida después de un devastador incendio en su vivienda.

—¿Recuerda el día que conoció a Camavinga?

—Bueno, él era en realidad Eduardo (risas). Fue en un entrenamie­nto y Yannick, el otro educador, me dijo que lo mirara bien, que era un diamante... Propuse que hicieran un ejercicio de uno contra uno y finalizaci­ón a portería. Eduardo tomó la pelota, la dejó correr entre sus piernas y el defensor no entiendo lo que pasaba. Luego, llegó delante del portero, fingió chutar e hizo una elástica para entrar en la portería con el balón. Tenía solo 9 años y se veía que era una joya. —¿A qué se dedicaban sus padres?

—El padre trabajaba en un matadero. La madre siempre fue ama de casa.

—¿Cómo definiría la personalid­ad de Camavinga?

—Está muy bien educado, como todos sus hermanos. Son unos chicos nada problemáti­cos. Es una persona muy sonriente, encantador­a, y tiene mucha humildad. Su familia es muy religiosa, e enfoca mucho hacia una educación africana con mucho respeto y generosida­d.

—¿Sólo juega al fútbol él? —Sébastiao, el hermano mayor, también jugó en equipos de cantera. Y el papá también. Ahora los dos siguen jugando a nivel amateur… Se nota que hay buenos genes (risas).

—¿De dónde viene su amistad con la familia?

—Una mañana, alrededor de las 9, la casa de la familia se incendió. Afortunada­mente no había nadie. Los niños ya estaban en el colegio, la madre fuera y el padre trabajando. Lo perdieron todo... En ese momento los servicios sociales les reubicaron en una casa insalubre... Yo era un empleado del club de Fougères y organicé una colección de ropa,

Un incendio destruyó todo lo que tenía su familia; su padre le dijo: ‘eres nuestra esperanza”

muebles, juguetes... Fue a partir de ese día cuando quedó un fuerte vínculo de amistad entre la familia de Camavinga y yo. Recuerdo que ante tal desastre el padre de Camavinga le dijo: “Tú eres la esperanza de nuestra familia”. Y acertó.

—¿Han cambiado?

—Para nada, él sigue siendo el mismo que quiere jugar por el simple hecho de disfrutar. Lo creo sinceramen­te. Siempre está disponible para una foto, una sonrisa, un autógrafo... —¿Camavinga siempre quiso ser futbolista?

—La verdad es que no. Él quería practicar judo, como su hermano. Fue la madre la que dio el primer paso y le llevó, con nueve años, al club del distrito Drapeau de Fougères. Estaba harta de que rompiera cosas con la pelota en la sala de estar (risas).

—¿Qué es lo que más le sorprendió de Camavinga cuando le entrenó con 10 y 11 años? —Su facilidad con los gestos técnicos, era muy natural. Y su visión del juego, siempre estaba un paso por delante de los demás. Todavía recuerdo como si fuera ayer la final del

Él quería practicar judo; fue la madre quien lo trajo harta de que rompiera cosas con el balón”

campeonato regional. Íbamos 0-0 y quedaban cinco minutos. Le miré y le dije que lo hiciera solo. Tomó el balón cerca de nuestra portería, dribló a casi todo el equipo contrario y terminó marcando gol. Muchos por aquí recuerdan todavía ese momento. Fue muy aclamado. Actualizar­on su categoría por edad después de aquello.

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Camavinga, en un partido del Rennes de esta temporada.
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