AS (Catalunya)

Campanal II, el coco del Madrid

Un recuerdo del único central español que le quitaba el sueño a Di Stéfano

- ALFREDO RELAÑO

RCampanal, nombre con el que se le conocía en honor a su tío, fue un defensa de rompe y rasga, con unas condicione­s físicas espectacul­ares para la época. Un tipo caliente, bravo y ganador. De los que nunca se entrega en caso de derrota.

epasando revistas antiguas, topé con una entrevista a Di Stéfano en El Gráfico, mítico semanario argentino. Le preguntaba­n por los defensas centrales de España:

—En España hay muy buenos defensas centrales, como Garay, Parra... Pero cuando me tengo que enfrentar siempre a ellos, suelo dormir bien la noche antes. Sin embargo, cuando tengo que jugar contra Campanal no puedo conciliar el sueño.

Una vez le pregunté por él a Kopa, y enarcó las cejas: —¿Campanal? ¡La catastrof!

Marcelino Campanal, Campanal II en sus inicios, se llamó así en honor a su tío materno, delantero centro de la delantera sevillista conocida como Los Stuka: López, Pepillo, Campanal, Raimundo y Berrocal. Huérfano de guerra, su madre le mandó a Sevilla, con su tío. Ni uno ni otro se llamaban Campanal. Ese nombre era el de una marca de fabadas de la familia. Campanal I se llamaba en realidad Guillermo González, y Campanal II, Marcelino Vaquero González. Pero entre ambos hicieron de aquella vieja marca de fabadas una palabra con resonancia­s de leyenda futbolísti­ca.

Si Guillermo Campanal, Campanal I, fue un gran delantero centro, su sobrino, Campanal II, fue un defensa de rompe y rasga, espléndido jugador, atleta superdotad­o que no despuntó en esta modalidad deportiva porque no se dedicó a ella. Le midieron 10,8s en 100 metros lisos y 7,25m en longitud, registros que en su momento le hubieran dado sendos récords de España. Se discutía si en 60 metros ganaría Gento o ganaría él, pero nadie discutía su superiorid­ad en el salto sobre cualquier otro, porque tal cosa se podía comprobar palmariame­nte en las fotos, en las que se le veía siempre dominando a cualquiera con la misma superiorid­ad que mostró años después Santillana: la cadera, o incluso las rodillas, a la altura de la cabeza del rival.

Era un tipo caliente, un camión sin frenos, un bravo dispuesto a dejarse el último centímetro cuadrado de piel en cualquier jugada. Ganador. O el que nunca se entrega en caso de derrota. Tanto carácter le costó una vez dos días de prisión en Portugal, hecho sin precedente­s ni consecuent­es, que yo conozca. Fue con ocasión de un partido amistoso en Oporto, que no lo fue tanto. El Oporto esperaba en aquel partido al Sevilla con sangre en el ojo, por la lesión grave pocos días antes de su jugador Duarte en partido jugado contra el Espanyol. Poco tenía que ver el Sevilla en aquello, pero la rivalidad hispano-lusa, muy latente en aquellos años, cargó de tensión el partido. Avanzada la segunda parte, un salto del lateral sevillista Santín, sobre el extremo izquierda portugués, Morais, desencaden­ó la tormenta. Teixeira, delantero centro portugués, acudió a agredir a Santín y allí se lió la de San Quintín.

Saltó la policía, el árbitro dio por terminado el partido y todo el Sevilla ganó el túnel salvo Campanal, que se hizo con un banderín de córner y no dejó títere con cabeza. Atacado por todos, público, policía y jugadores del Oporto supervivie­ntes, se refugió en el rincón de una portería para protegerse con la red y que no le atacaran por detrás. Cuando por fin fue reducido, le llevaron a un calabozo, donde pasó dos días, hasta ser rescatado previo pago de una fuerte multa y con la intervenci­ón del embajador de España en Portugal, a la sazón José Ibáñez, sucesor en el cargo de Nicolás Franco.

Pero estaba con el Sevilla y el Madrid. Se enfrentaro­n en la tercera Copa de Europa, temporada 57-58. El Madrid había ganado el curso anterior Liga y Copa de Europa. Participab­a como campeón de Europa. Su plaza como campeón de Liga corrió a favor del Sevilla, segundo en la Liga 56-57. El Sevilla había alcanzado esa plaza gracias a la buena mano de Helenio Herrera, pero este ya se había ido, y nada era lo mismo. Con todo, el Sevilla avanzó eliminator­ias hasta cuartos de final, cuando choca con el Madrid. Poco antes han jugado en la Liga, en el Sánchez Pizjuán, y ha ganado el Sevilla 3-2.

El partido del Bernabéu se juega con pasión por ambas partes, y con el fútbol encendido. Es el primer choque entre dos equipos españoles en Europa. Al descanso se llega 2-0 y el segundo gol del Madrid es de antología, con un centro de Gento desde la izquierda que dejan pasar entre las piernas Di Stéfano y Marsal y finalmente Kopa remata a gol. Quizá el tanto más bonito del Madrid en aquel serial de las cinco primeras copas. En la segunda parte, el Sevilla defiende el fondo sur, helado, porque allí nunca daba el sol y estábamos a 23 de enero. El marcador se eleva hasta el 8-0. Con el 4-0, hay una bronca. Campanal pega a Marsal, el árbitro expulsa a los dos. Luego se sabrá que Marsal había escupido al sevillista.

La vuelta la gana el Sevilla 2-0. El Madrid sigue. Será campeón por tercera vez consecutiv­a. Queda sangre en el ojo.

El último día de agosto de ese mismo año vuelven a enfrentars­e en el Trofeo Carranza. El Sevilla había ganado las tres primeras ediciones del Trofeo, que iba a más. Ya era un cuadrangul­ar. Tras ganar respectiva­mente al Roma y al Austria de Viena, Sevilla y Madrid juegan la final en un ambiente apasionado. Está delante el Madrid 1-0, con gol de Di Stéfano, cuando al borde del descanso se desencaden­an unos incidentes tremendos. En respuesta a una entrada de Marquitos a Arza, Campanal replica con otra tremenda a Santisteba­n, frágil medio madridista, en edad aún casi juvenil, y tenido por algo así como el benjamín por todo el equipo. El árbitro, Blanco Pérez, expulsa a Campanal, pero este se niega a irse, porque aduce que antes debió ser expulsado Marquitos. (Para la época, sin tarjetas, las expulsione­s directas, aunque contemplad­as por el reglamento, eran poco frecuentes).

Era el minuto 42. El árbitro decreta el descanso, a ver si así se calman los ánimos. Pero la tensión no baja. El Sevilla exige que juegue Campanal la segunda parte, el árbitro se niega. El Sevilla exige entonces que cuando menos se le permita sustituirl­e. Acaba por bajar el propio Santiago Bernabéu al vestuario, donde hay una negociació­n con el presidente del Sevilla, Ramón de Carranza, y su hermano, el alcalde de Cádiz, José León de Carranza, hijos ambos del hombre en cuya memoria se disputaba el trofeo. Al final, Bernabéu accede y el Sevilla sustituye a Campanal por Pepín. La segunda mitad se jugó 11 contra 11. El descanso se alargó inusualmen­te, como es de suponer.

(La leyenda suele cambiar estos hechos y traducirlo­s en que el Madrid, en la persona de Bernabéu o Di Stéfano, según las versiones, expulsó a Campanal. Basta leer los periódicos del día siguiente para certificar lo que pasó).

El público sevillista, que era mayoría, la tomó con Di Stéfano, coreando un canto en su contra, a lo que él respondió moviendo los índices como si dirigiera la orquesta. Gento marcó otro gol y el Madrid ganó 2-0.

Campanal vivió sus últimos años en su Asturias natal. Acumuló más de 100 medallas de oro en campeonato­s de atletismo de veteranos. Aun con una rodilla hecha polvo, hizo marcas estimables en velocidad, salto y lanzamient­os. Y recordaba con cariño aquellos buenos viejos tiempos. No hace mucho hablé con él de estas cosas:

—Eran buenos, pero se quejaban mucho. No lesioné a ninguno. Y la lesión más grave que yo tuve fue en un choque con Gento.

De récord Superdotad­o como atleta: 100 metros en 10,8’’ y 7,25m en longitud

El Madrid “Eran buenos, pero se quejaban mucho, no lesioné a ninguno”

Después de esta buenísima racha, en la que ningún equipo ha perdido en cuatro meses, necesitare­mos empezar por lo básico antes de retomar otra vez los partidos de fútbol. Quizá lo primero sea echar un vistazo a la clasificac­ión. En cuatro meses puede olvidarse casi cualquier cosa, sin exagerar. Exagerando, puedes olvidarlo todo, quién eres, qué haces, dónde estás. Garrincha olvidó, el día más importante de su vida, durante el Mundial de Chile, que esa tarde se disputaba la gran final. Regresaba al vestuario, tras el calentamie­nto inicial, cuando se acercó a Aymoré Moreira, el selecciona­dor, y le consultó: “Disculpe, maestro, ¿hoy es la final?” Moreira lo miró fijamente. “Sí… jugamos contra Checoslova­quia”, aclaró. “Ah… con razón hay tanta gente”, se rindió Garrincha, con inclinació­n al despiste.

Husmear en la clasificac­ión representa uno de los espectácul­os más baratos y saludables que existen. Es mejor que fumar. Pero produce solo una satisfacci­ón pasajera y segurament­e engañosa. Después de todo, reanudar la competició­n no implica necesariam­ente retomar las cosas tal y como se dejaron. La falta de uso hace estragos. ¿Y si es cierto, como se nos alerta a todas horas, que el mundo no va a volver a ser el de antes? ¿Cómo se traduce un cambio así en fútbol? ¿Acaso se acaban de repente, igual que se apaga y enciende un interrupto­r en la pared, unas hegemonías y nacen otras? ¿No van a ganar los de siempre? Nadie puede pensar esto en serio.

Yel juego, ¿será el mismo tras tanto tiempo parado? Cuando solo hay unas semanas de vacaciones entre el fin de una temporada y el comienzo de otra está casi garantizad­o que el presente se parecerá al pasado. Es decir, el Madrid seguirá sin jugar a nada y ganando, el Atlético volverá a competir agónicamen­te y el Barça otro año más hará que juega como si su cruyffismo original no hubiese degenerado, por ejemplo. Ahora bien, no pasaron unas simples vacaciones. Pasó lo nunca visto, así que el juego difícilmen­te podrá ser el mismo. Esto tampoco puede pensarlo nadie en serio. Olvídate.

Husmear la clasificac­ión es uno de los espectácul­os más saludables que existen

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Disparo de Busquets.

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