La Liga de Zidane y de la vieja guardia
El técnico es el máximo responsable de cambiar con éxito el libreto que tan buen resultado le había dado
Dos etapas.
Tras las malas sensaciones que dejó la pasada temporada, tanto de juego como de resultados, se podía llegar a pensar en que desde el club hubiera ganas de renovar a una plantilla ya con algunos futbolistas veteranos y con el estómago lleno de títulos. Es indudable que la renovación tiene que ocurrir de forma natural, pero en absoluto de manera drástica, como se manifestaban ciertas voces. Zidane es el máximo responsable de sacar un buen rendimiento a gran parte de esa vieja guardia y de cambiar con éxito el libreto que tan buen resultado le había dado en su anterior etapa.
Bloque más junto.
El anterior Madrid de Zidane jugaba con el bloque en 60 metros, con una defensa a la que le costaba acompañar hacia delante y donde los retornos de los tres de arriba no eran habituales. Esa versión ha dejado paso a otra con unas distancias de relación mucho más cortas en todas las situaciones del juego. Sergio Ramos ha tirado de la línea defensiva hacia delante en todo momento, sin miedo a jugar con muchos metros entre ellos y Courtois.
Es indudable que la renovación en el Madrid tiene que ocurrir de forma natural, pero en absoluto de manera drástica como manifestaban diferentes voces. Presión adelantada.
Este Madrid ha mejorado mucho en esta situación del juego, siendo muy complicado para los rivales progresar o batir líneas a través del pase. En esa disposición de 1-4-4-2 para presionar, las responsabilidades están mucho más caras y, lo más importante, los esfuerzos son mucho más persistentes y repetidos a la hora de incomodar a los oponentes.
Inicio del juego.
En mi opinión, es el aspecto en el que más ha mejorado el Madrid de Zidane de la primera etapa a esta. Los mecanismos de inicio y de construcción de ataques en campo propio son muy buenos. El cambio de posición para esta cuestión entre Casemiro y Kroos, meter a los laterales por dentro y que Modric se lateralice provoca que la jugada se construya con mayor limpieza y, sobre todo, con muy pocas pérdidas. Al Madrid le corren mucho menos al contraataque que en años anteriores por dos motivos: un repliegue más aplicado y muchos menos errores en zonas vulnerables.
Balón parado.
Ya no hablamos de situaciones o conceptos del juego, hablamos de la gran actitud del grupo, donde nadie se ha ahorrado una carrera y el esfuerzo ha sido total en pos del bien común. La plantilla comprendió a la perfección que para ser campeón, el Madrid debía ser un colectivo solidario.
Ataques en transición.
Ha sido una de las grandes fortalezas de los blancos en cuanto al juego ofensivo se refiere. Se ha corrido bien a los espacios con los Benzema, Vinicius, Rodrygo, Valverde y compañía, recuperando uno de los valores del Madrid de los últimos años.
Nombres propios.
Excelente rendimiento de Courtois, Ramos, Varane, Casemiro, Kroos, Modric y Benzema. También podemos meter en este grupo al Carvajal post-confinamiento y al Vinicius de algunos tramos de temporada, donde ha sido el atacante con mas capacidad de amenaza y desequilibrio. Esta vieja guardia ha tirado del carro ante la decepcionante puesta en escena de hombres como Hazard y Jovic, fichajes que, por diferentes causas, apenas han aportado un mínimo de lo esperado tras ser fichados en verano.
La primera columna que escribí en AS a finales del mes de agosto hablaba del abrazo espontáneo que Santi Mina le había dado a su abuela, a la que descubrió abriéndose paso entre un grupo de chavales durante su presentación como jugador del Celta en Balaídos. La COVID-19 nos ha hecho perder muchas cosas estos meses, entre ellas los abrazos, especialmente a las abuelas a las que ahora remitimos achuchones virtuales, la desdicha conceptual de cualquier abrazo. Si nos hubiesen dicho hace diez meses que los aficionados del Real Madrid celebrarían el título de Liga dando vueltas con sus coches en la rotonda de la Cibeles, no nos lo hubiésemos creído. Si me hubiesen dicho hace diez meses que esta noche tendré que chocar codos con mi padre si el Celta consigue la permanencia o si desciende hubiese mandado a esa persona al equipo de guionistas de ‘Black Mirror’.
Otra cosa que hemos perdido por completo es la perspectiva del tiempo; no hace ni tres meses estábamos siguiendo la liga bielorrusa con un sobre de levadura en la mano. Hoy termina la Liga más extraña de toda la historia de la competición. Y lo cierto es que este experimento de laboratorio de las últimas semanas ha terminado por enganchar al aficionado. Yo he sido captada por la secta del fútbol a diario que, al igual que en los mundiales y eurocopas, anestesia todas las preocupaciones durante horas. Como un niño adicto al azúcar, ya no me imagino otra opción que la de las jornadas encadenadas y la de las pausas para hidratarse, aunque estas se produjesen en el mes de diciembre y en el estadio de El Sadar.
De esta temporada se pueden extraer muchas incertidumbres y una certeza: la del valor del fútbol para el aficionado. Porque en el tiovivo de irrealidad en el que estamos montados hay algo muy real a lo que agarrarse: los sentimientos que provoca este deporte. Sentimientos que no atienden a una temporada o a unas circunstancias en concreto, sino a un compromiso permanente. Son como un manantial de agua en medio del desierto postapocalíptico de ‘Mad Max’. Y no hay pandemia que pueda con eso.
En el tiovivo de irrealidad en el que estamos montados hay algo muy real a lo que agarrarse