Aterrizó un avión con diecisiete medallas
Cientos de personas esperaron en Madrid a los olímpicos españoles, que llegaron con tres horas de retraso, satisfechos y felices
Alegría, decepción, ilusiones cumplidas y también rotas… y cansancio, toneladas de cansancio. Todo eso viajó en el vuelo chárter de Iberia procedente de Río de Janeiro que aterrizó en Madrid ayer a eso de las 13: 30 horas. Donde también viajaron buena parte de las 17 medallas y 38 diplomas que consiguió España en los pasados Juegos. Una vuelta a casa que se demoró tres horas sobre el horario previsto y que alargó la espera para abrazar a los familiares, amigos, al noviete o novieta, y para recibir los fl ashazos que se reparten cada cuatro años y retratan a los héroes olímpicos. “Sabemos que nos espera una buena paliza”, contaba la capitana de la Selección de baloncesto y plata en Río, Laia Palau. Es la magia que provocan unos trozos de metal que dan la posibilidad de entrar en la inmortalidad olímpica al que los conquista.
“¡ Cómo me vais a sacar con estos pelos!”, exclamaba Carolina Marín, antes de declararse “completamente fundida” y advertir que apagará el teléfono móvil “una semana” para a continuación sacar fuerzas y mover las caderas al ritmo del grupo de samba que despedía a las expediciones en el Aeropuerto de Galeao. Gracia de Hueva con unas ojeras kilométricas.
Cerca de las Guerreras de balonmano, eliminadas en cuartos por Francia y todavía cabizbajas o la sonrisa imborrable y las voces roncas de las chicas del baloncesto con sus platas. También la guasa de Carolina Rodríguez, inmensa en gimnasia rítmica con un diploma para cerrar una carrera gigante, que enseñaba a bailar el hoolahop al regatista Jordi Xammar con su aro. “¡Pero mira cómo lo domina!”.
Ruth Beitia. “¡Espléndida!”, le alababan a Ruth Beitia, sonrisa eterna junto a su inseparable Ramón Torralbo. La atleta cántabra congregó más abrazos y besos que nadie. Un oro en atletismo viste mucho, y sobre todo si se es la primera española en conseguirlo. Y, además, lo hace con 37 años
y tras haberse retirado cuatro años antes.
Delante, en primera clase, casi todos los que pillaron chapa de oro en los Juegos. Mireia Belmonte sin sus medallas (“Me las volveré a poner en Barcelona, decía”), el tintineo de las de Saúl Craviotto al chocar su oro y su bronce (este sí las llevaba sobre el pecho), Marcus Cooper y Cristian Toro. También delante con más espacio las más altas de las subcampeonas olímpicas de baloncesto y los tallos de la masculina ( el resto iba distribuido por las salidas de emergencia, con más espacio y otros, como Pau Gasol, acompañado por su novia, viajaron a otro destino de vacaciones). El business lo completaban Alejandro Blanco ( presidente del Comité Olímpico Español) y todos los presidentes de federaciones, aunque ellos no llevaran medallas.
Antes de salir, Chuso García Bragado, el abanderado en la clausura, contaba cómo tuvo al lado a Simone Biles, uno de los grandes nombres en Río con sus cuatro oros (y un bronce) en gimnasia. “¡ Alucinante cómo le pedían selfi es!”, decía. Cerca, Bruno Hortelano, la flecha del 200, que todavía no había retirado de su mochila el dorsal con su apellido y le contaba a Ricky Rubio cuáles eran sus planes ahora. Sueños olímpicos. Pero en cuanto el avión se puso en marcha, silencio. Dormidina y sueño. Ni el mensaje del comandante Luis Rodríguez arrancó un aplauso. “Enorme felicitación. Sois los mejores de nuestro país y nos habéis hecho emocionarnos”. Había que guardar fuerzas. Madrid esperaba. Y los homenajes, pregones, besos, abrazos… La vuelta a casa.