AS (Galicia)

Nadal no se rindió y llegó hasta Federer

Derrotó a Dimitrov en casi cinco horas ● Vuelve tras dos años y medio a la final de un Grand Slam ● Mañana, ante el suizo (09:30)

- JESÚS MÍNGUEZ REPORTAJE GRÁFICO: EFE, REUTERS, AFP Y GETTY IMAGES

Hacía tanto tiempo... 965 días. O lo que es lo mismo, 138 semanas. O 32 meses. O más de dos años y medio. Se cuente como se cuente, demasiado tiempo sin ver a Rafa Nadal en la final de un Grand Slam. Fue en Roland Garros 2014 y acabó ganando el último de sus 14 grandes. Echando paladas de tierra sobre los que pretendían enterrarle, después de derrotar en un partido infartante a Grigor Dimitrov por 6-3, 5-7, 7-6 (5), 6-7 (4) y 6-4 en 4h:56, discutirá mañana (09:30 horas) el título en Melbourne reviviendo el clásico contra Roger Federer. La final soñada. La de los resucitado­s. Uno con 30 años y tras dos meses y medio parado por una lesión en la muñeca izquierda y otro de 35 y tras purgar seis meses de inactivida­d por problemas en una rodilla.

Pero romper tanto tiempo de espera no podía ser fácil. Nadal tuvo que resolver la semifinal ante el búlgaro en una batalla llevada al límite, como en los viejos tiempos, que se decidió en un quinto set brutal, angustioso, con un break en el noveno juego. Saliendo de las cuerdas, porque llegó a estar 3-4 y 15-40 en contra. Con golpes maravillos­os, con Dimitrov ganando puntos hasta de espaldas y con Nadal levantando a la grada con manotazos imposibles. “¡Vamos, vamos, vamos!”, gritaba para insuflarse fuerza. Todavía necesitó de tres bolas de partido al saque para ganar en un duelo inolvidabl­e. Se tiró al suelo boca abajo y volvió al paraíso. Está donde se propuso.

Rafa Nadal mostró ante el número 15, de 25 años y que se presentaba en la segunda semifinal de caché de su carrera tras Wimbledon 2014, la determinac­ión que le ha hecho volver a provocar temblores en el vestuario. Con bolas sobre el revés a una mano, se llevó como un ciclón el primer set.

Pero el segundo lo disputaron los dos subidos en un carrusel emocional. Un Dimitrov de dulce se aprovechó de la falta de profundida­d de los golpes de Nadal y de los fallos con un arma que le había hecho menos vulnerable, el segundo saque. Ganó sólo un 29% (4/14) de puntos con segundos. Tras remontar dos breaks, el español neutralizó cuatro bolas de set con 4-5 en un juego que se extendió más de diez minutos. Pero el búlgaro perseveró y a la quinta bola logró la rotura definitiva (5-7).

Tocaba apretar. Nadal se puso por delante (3-2) y se dejó igualar (3-3). Pero en la muerte súbita tiró de experienci­a y sangre fría. Se presentó en el trance con 333 tiebreaks a sus espaldas y un 60% de efectivida­d, por los 169 del búlgaro (44%). Y no se le encogió el brazo.

Mas Dimitrov no había dicho su última palabra. Con los dos enchufadís­imos, el búlgaro consiguió aguantar hasta otro desempate que jugó, esta vez sí, como un veterano (4/7), ajustando bolas con precisión milimétric­a. Tocaba seguir sufriendo camino de las cinco horas y de la medianoche.

Federer debía frotarse las manos mientras les veía irse a un quinto set. Ahí se molieron a palos. Pero como antaño, en la frontera del asalto definitivo, en ese en el que los boxeadores miran de frente a la muerte, el español se mantuvo en pie. El clásico Nadal-Federer está servido. No se daba en una final de Grand Slam desde Roland Garros 2011. 2.066 días. 295 semanas. 68 meses. Más de cinco años y medio. Demasiado tiempo, sí. Mereció la pena la espera.

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