AS (Galicia)

Odiar, ni deportivam­ente

Ese verbo se ha venido vinculando en español con palabras que evocan la violencia

- ÁLEX GRIJELMO

Hemos oído muchas veces a dirigentes del fútbol y periodista­s hablar del “odio deportivo” hacia un rival. (“Ese club por el que sentimos odio deportivo”…). También hemos leído, por ejemplo, que “Francia odia deportivam­ente a España” y frases similares.

Escuché de nuevo esa expresión el miércoles pasado, a las 8:07, en la voz de un prestigios­o periodista deportivo y en mi emisora de cabecera. Al referirse a la derrota del Barcelona en París, dijo: “Ni los madridista­s que más pueden odiar deportivam­ente al Barça esperaban ese resultado”.

Me incomoda tal uso del verbo “odiar”.

Antonio de Nebrija daba esta definición de “odio” en su diccionari­o de 1495: “Enemistad, envidia”.

(Y “enemistad” entronca claramente con “enemigo”).

El primer diccionari­o de la Real Academia Española (1726) ofrecía esta otra: “Aborrecer. Tener ira y enojo”.

(Y una de las acepciones de “ira”, vigente tanto entonces como ahora, relaciona ese sentimient­o con el deseo de venganza).

Por tanto, el odio se ha venido vinculando en la lengua española con palabras que en épocas pasadas evocaban la violencia: “venganza”, “enemigo”, “ira”.

La Academia dulcificó en 1884 la definición, segurament­e porque el propio término fue abarcando más que nada una emoción interior sin consecuenc­ias sangrienta­s. Así, desde ese año se hace equivaler “odio” con “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”.

Pero no sé hasta qué punto se reducen esas emociones negativas en expresione­s como “odiar deportivam­ente” y “odio deportivo”. Es cierto que con el adverbio y con el adjetivo se limitan al terreno de la competició­n la antipatía y del deseo del mal ajeno; o se ciñe tal reacción a las normas que deberían observarse en el deporte. Pero eso no ennoblece mucho el sentimient­o negativo que anida en el verbo.

¿Diríamos que Federer y Nadal se tienen un odio deportivo? De ninguna manera. Esa palabra nos parecería incompatib­le con la elegante rivalidad de los dos enormes tenistas.

Por tanto, la palabra “odio” no debería usarse, a mi entender, en contextos de naturalida­d y complacenc­ia, sino para reflejar acciones condenable­s. De hecho, en España y otros países democrátic­os está tipificado el “delito de odio”, que combate la hostilidad contra una persona en razón de su raza o de su pertenenci­a a un grupo.

Así pues, se trata de un término que convendría manejar con tiento. Si la palabra “rivalidad” se nos queda corta para referirnos al deporte, todos tenemos un grave problema.

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¿Diríamos que Federer y Nadal se tienen un odio deportivo?
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