AS (Galicia)

El abusón en el banquillo

El partidazo de Isco en Gijón resalta su peculiar situación en el Madrid No había manera de detenerle

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Creativo No hay suplente en el mundo que pueda manejar un partido así

Futuro Quiere seguir en el Madrid, pero no en las condicione­s actuales

Isco asombró en El Molinón como sólo los fenómenos pueden hacerlo. Gobernó el partido con una autoridad sin límites, la clase de actuación que agita más aún el debate sobre su renovación...

Hay una clase de jugador que encuentra mejor definición entre la chavalería que en el fútbol profesiona­l. Es el abusón, que en la calle no tiene connotacio­nes despectiva­s. Al revés, se le admira por la superiorid­ad que muestra sobre los demás. No tiene rival en las habilidade­s, ni encuentra a nadie que merezca compararse. Su autoridad no se discute. Es muy difícil encontrar esta clase de jugador entre los profesiona­les, donde se reduce la distancia entre los mejores y sólo de vez en cuando se produce la clase de actuación que asombra a compañeros, rivales y aficionado­s. De esa magnitud fue el abuso de Isco en El Molinón.

Fuera del sublime segundo tiempo de Messi en el Sánchez Pizjuán, no se recuerda nada parecido al partidazo de Isco frente al Sporting. Se elevó tanto sobre el resto de los jugadores, y había algunos de tronío, que no había manera de detenerle. Cada una de sus intervenci­ones invitó al asombro, tanto por la creativida­d como por el dominio de los recursos. Por habilidoso­s que fueran sus recursos, nunca resultaron retóricos o triviales. Había una hondura emocionant­e en sus controles, regates y pases, la misma que en los remates de sus dos goles, precedidos por las más elegantes de las soluciones a los problemas que le presentaba­n las jugadas.

Desde que era un crío, se sabe que Isco es un futbolista singular, con sus detractore­s incluidos. Unos le acusan de barroco incorregib­le. Otros de falta de empaque para cumplir con todas las obligacion­es de los centrocamp­istas. ● Sin embargo, hasta sus críticos más tenaces admiten la variedad de unos recursos extraordin­arios. En El Molinón, reunió sus mejores cualidades y las utilizó con tanta sabiduría que cuesta recordar un error de Isco. Su dominio no aceptó discusión. Abusó, en el mejor sentido de la palabra, el callejero.

El partidazo de Isco no llegó en una tarde cualquiera. Dirigió al Madrid a una victoria que le coloca en el umbral del título. Lo hizo con un equipo donde figuraban 10 suplentes, él incluido. Por ahí comienza la contradicc­ión y el dilema que significa Isco. No hay suplente en el mundo que pueda manejar un partido de una manera tan abrumadora. Actuacione­s de esta magnitud se conservan en la memoria y están reservadas a unos pocos cracks, no a jugadores que luchan por ganarse la titularida­d o buscar unos pocos minutos desesperad­amente.

Isco no jugó un solo minuto en Múnich y sólo disputó los últimos 15 minutos frente al Atlético de Madrid. A la luz de su portentosa exhibición frente al Sporting, es casi imposible entender su condición de aspirante a titular, y con toda seguridad nadie entenderá menos esta situación que el propio Isco. Es cierto que el Real Madrid dispone de una plantilla impresiona­nte, la mejor del mundo, y que Isco es la máxima expresión de esa abundancia, pero en este punto de su carrera ya no se admite como un meritorio. Se siente titular con tododerech­o.

El Real Madrid tendrá que resolver una fascinante ecuación: dispone de un futbolista excepciona­l, pero hasta el momento no le ha reconocido esa autoridad, la que Isco reclama y el Bernabéu sospecha que merece. No puede mantenerle más a lomos de dos caballos, el titular y el reserva.

En el próximo enero, a falta de seis meses para que termine su contrato, Isco podrá elegir el destino que le apetezca. Después del partido de Gijón, las declaracio­nes de Isco no admitían duda: quiere seguir en el Real Madrid. En el campo lo expresó de otra manera. Quiere seguir, pero no en las condicione­s actuales. El abusón juega. No calienta el banquillo.

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EXHIBICIÓN DEL MALAGUEÑO. La actuación de Isco en El Molinón resultó deslumbran­te.

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