AS (Galicia)

“¡Al fin solos!”

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Dilató tanto su marcha que daban ganas de darle un empujón, como José Alfredo Jiménez le daba un empujón a una amante que se iba y se iba y nunca se decidía a abandonarl­o. No me amenaces se titula la canción. “Si te tienes que dir, dite, yo no te jureo”, dicen los magos canarios. “Y te vas y te vas y te vas, y no te has ido”, explica el extraordin­ario poeta mexicano. Se lo cantaban a Alfredo Bruce Echenique, el gran autor de Un mundo para

Julius. Anunció que se volvía a Perú, su tierra, y nunca se iba; terminaron cantándole también lo de José Alfredo: “Y te vas y te vas y te vas, y no te has ido”. Piqué le dedicó una despedida que ahora sólo se puede entender como una ironía: “Se queda”. No se quedaba; se estaba yendo, este ya no era un mundo para Neymar.

Ya estaba ido, sus pies decían lo contrario que su cabeza. Se le siguieron cayendo las botas, siguió celebrando los goles con la misma alegría. Pero ya no estaba. Todavía tenía pegados a la piel sus antiguos colores.

En el fútbol los colores se lavan. De pronto o poco a poco. A Neymar los colores le duraron minutos desde que amagó con irse. Y se fue, como en las canciones de Perales, dejando atrás el rastro que ya conocemos. Pero, menos dramas. Desde que se empezó a ir escuché esta ironía: “¡Al fin solos!” Hay tantas despedidas como culés. Elijo la mejor: “Fue un placer enorme. Suerte en esta etapa”. Es lo que dijo Messi. La mejor despedida, la más caballeros­a. La que no contiene ni rencor ni nostalgia. Al fin solos, pero ha sido un placer conocerte, querido Neymar.

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