AS (Galicia)

S. D. Caroi: fútbol entre las montañas

El rey de los modestos del fútbol gallego celebra sus 40 años

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Fundación El 13 de junio de 1977 nació la S. D. Caroi para dar fama a la aldea

Sobrevive Sólo el Caroi resiste y ahí seguimos, orgullosos del campo inclinado

Ahora que el fútbol se ha vuelto definitiva­mente loco con cifras de fichajes obscenos, como el que ha llevado a Neymar al PSG, quizás sea bueno recordar cómo juegan al fútbol en una aldea entre las montañas gallegas. Eso quizás nos ayude a volver a tener los pies en el suelo.

Caroi es una aldea montañosa de la provincia de Pontevedra, visitada por la nieve de forma ocasional en invierno y batida por los vientos y la lluvia. Allí me inicié de niño en los rituales paleolític­os típicos de una sociedad agraria: obligado a aprender a cazar, pescar, guadañar y ordeñar manualment­e. Un máster en aldea que hacíamos con gusto los Fortes de la capital cada vez que visitábamo­s los territorio­s comanches de mi familia paterna. Cuando regresábam­os a la ciudad presumíamo­s en el colegio de habernos cruzado con un lobo, de seguir en medio de la helada el rastro fresco de un conejo, o de distinguir los cebos a utilizar en el río si soplaba norte o venía una lluvia cálida del sur.

A principios de los setenta una moda foránea prendió con fuerza entre la juventud de la parroquia. Primero fueron pachangas en una huerta o en el atrio de la capilla, donde se dieron las primeras patadas a un balón. Luego se compraron unas camisetas, el que pudo adquirió también unas botas, y se comenzó a retar a poblacione­s vecinas en las fiestas patronales.

Por fin, en 1975, y para entrar en la modernidad, una asamblea comunal decidió afrontar la construcci­ón de un campo de fútbol para que la ‘mocidade’ tuviese un lugar digno para jugar e incluso poder federarse. La comunidad de montes cedió el terreno y cada uno puso lo que pudo: dinero, material de construcci­ón, mano de obra para levantar los vestuarios, cemento y cal, que serviría también para marcar el campo. Un vecino que trabajaba en una cantera aportó unos cartuchos de dinamita para volar unas piedras en el fondo sur y abrir una cantina, que gradas podría no haber, pero barra y licor café era obligado. Tras dos años de trabajo se inauguró con el inevitable ‘solteros contra casados’ arbitrado por el cura párroco.

Como el campo ya estaba hecho, un domingo a la salida de misa, algunos de los jugadores dijeron que ya puestos había que fundar un equipo de fútbol de forma oficial que diese fama universal a la aldea. Así nacía el 13 de junio de 1977 la S. D. Caroi.

Épicos fueron los derbis contra los también recién creados Alboxe, Cañón de Pau, Tenorio, Viascón, A Lama... Lo primero que debías aprender era a frenar en seco si apurabas la línea del fondo sur para evitar romperte la crisma contra las rocas que habían resistido la acción de la dinamita. También era recomendab­le orientarte en el terreno de juego, que presentaba un ostensible descenso hacia la portería donde se ubican los vestuarios. En el sorteo de ‘campo o saque’ solíamos pedir atacar ahí en la segunda parte y así, ya maduro el partido y justas las fuerzas de ambos equipos, conseguimo­s heroicas remontadas bajo la lluvia.

No teníamos lo que ahora se llama ‘fondo de armario’, y cuando había sanciones o alguna ausencia por lesión se recurría a cualquier truco. Una vez me habían expulsado por cualquier nimiedad y mi primo Luis, que era el entrenador, me dio para el siguiente partido una ficha de otro jugador, ausente por una boda. No me parecía mucho al de la foto, y así fue que tras reclamar el equipo rival alineación indebida, el árbitro me llamó a su caseta y me preguntó cómo me llamaba, con la ficha en la mano y mirándome. Puso en el acta: “preguntado el jugador de la S.D. Caroi con el dorsal 7 por su nombre estuvo unos diez segundos tratando de recordarlo”... Nos dieron por perdido el partido.

Pero también tuve algún momento de gloría, como cuando en junio del 84 llegamos a los cuartos de final da la Copa Diputación. Jugamos contra A Lama y perdimos 1-0 en la ida. En la vuelta maduramos el partido en la primera parte conforme a nuestro protocolo de remontadas, escalando casi más que jugando, y en la segunda, ya cuesta abajo, los acorralamo­s en su área. En una de estas, en el tiempo de prolongaci­ón y aún con el 0-0 que suponía nuestra eliminació­n copera, cai de culo en al área tras fallar un remate, y desde el suelo volví a golpear como pude la pelota que había quedado retenida por el barro junto a mis pies. El cuero hizo un extraño, botó contra una piedra, varió la dirección y entró en la portería, más por el efecto de la gravedad que por otra cosa.

Pero lo mejor llegaría en la tanda de penaltis. Ese día se jugaban las semifinale­s de la Eurocopa del 84, Francia-Portugal y España-Dinamarca. Tras quedar igualados en los primeros cinco lanzamient­os fuimos a la muerte súbita. Y ahí estaba yo ante los once metros, muerto de miedo, que solo había tirado una vez un penalti en un amistoso y casi le doy al banderín de córner. Entonces caímos en la cuenta de que el resto del equipo rival se estaba duchando, confiado segurament­e en que todo quedaría resuelto en la primera tanda. Protestamo­s airadament­e al árbitro, que era de nacionalid­ad portuguesa y debía tener prisa porque aquello acabase y ver al menos la segunda parte del Francia-Portugal. Con tres toques de silbato dio por finalizada la tanda aduciendo incomparec­encia del equipo rival y se dirigió a la carrera a los vestuarios, de donde empezaron a salir, al escuchar los gritos e insultos de la afición visitante, los jugadores de A Lama, muchos en pelotas, con el pelo aún enjabonado y en una actitud ‘poco amistosa’ hacia el colegiado, que se parapetó en su caseta. Así alcanzamos las semifinale­s, un hito en la historia de la S.D. Caroi.

Desde entonces hemos sobrevivid­o como hemos podido, con ascensos y descensos, afrontando a duras penas el progresivo despoblami­ento en esas tierras de montaña y con cada vez más dificultad­es para completar la plantilla. En pocos años fueron desapareci­endo la gran mayoría de los equipos surgidos en la comarca durante la fiebre futbolera de aquellos años setenta, barridos todos por el éxodo masivo a las ciudades. Solo el Caroi resiste, y ahí seguimos cuarenta años después, orgullosos de nuestro modesto campo de tierra inclinado, boqueando cada temporada, pero aún vivos e inasequibl­es al desaliento... mientras nos quede aliento.

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MODESTIA. Una formación del Caroi, su campo, la aldea nevada y el autor en sus tiempos de jugador.

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