AS (Galicia)

Eduardo Verdú “Lutz Eigendorf es ese futbolista del que no nos dejaron disfrutar”

- PATRICIA CAZÓN LA ENTREVISTA

En ‘Todo lo que ganamos cuando lo perdimos todo’, Eduardo Verdú escribe sobre Lutz Eigendorf, futbolista de la RDA que saltó el muro. Aprovechó el fútbol, un amistoso en la Alemania Occidental con el Dynamo de Berlín. El presidente era Mielke, jefe de la Stasi, que juró vengarse. Lo lograría...

‘Todo lo que ganamos cuando lo perdimos todo’ cuenta una historia real. La del futbolista de la RDA, Lutz Eigendorf. ¿Dónde lo descubrió usted? —En un viaje de tren, con mi padre. Íbamos al entierro de un tío mío y leyendo El País, en Deportes, me topé con un artículo. Contaba que se cumplían 30 años de la muerte “del Beckenbaue­r del Este”. Lo escribía el correspons­al de Berlín. Lutz Eigendorf desertó de la RDA aprovechan­do un partido amistoso al otro lado del muro, le perseguirí­a la Stasi... “Esto es un historión”, pensé. Y lo que yo estaba buscando para escribir. —¿Y qué buscaba usted? —Una novela. Había escrito cinco o seis antes, pero todos al final hablaban de mí. El artículo de Lutz me permitía aunar mis dos mundos. La literatura y el periodismo deportivo. Indagar en la vida de alguien. Espeleolog­ía bibliográf­ica. Escribir una novela sostenida sobre hechos reales, una historia buena, buena de verdad. “Esta es la novela”, pensé. La había encontrado. —¿Y qué hizo después? —Viajé a Alemania. Quería buscar los lugares que recorrió el personaje.

—¿Los encontró?

—Muchos sí. En Berlín estuve en la casa donde él vivía en la Alemania del Este con Gabi, su primera mujer. Estuve ante el portal, subí hasta la puerta. Pero no llamé. No sé si ella sigue viviendo allí. No quería verla. El relato periodísti­co de la historia de Lutz ya se había escrito. Lo hizo un periodista alemán, Heribert Schwan, en 2000. Ese libro sobre Lutz fue la biblia que guió mis pasos pero, una vez allí, yo no quería conocer a la Gabi de verdad, que el personaje real interfirie­ra en aquella que ya vivía en mi cabeza. —¿Ese libro de Schwan se ha publicado en España?

—¡Qué va! Escrito en alemán, traducirlo fue un trabajo de chinos. Lo hice con el Google Translate. ¡Las fotografía­s se convertían en texto de Word! A veces resultaba delirante (ríe). —Pero le ayudó...

—Sí. Es un trabajo periodísti­co brutal, un informe extensísim­o, con las direccione­s de sus casas, de sus lugares. Me ayudó mucho. Pero yo buscaba otra cosa, yo buscaba novelar. —¿A qué más sitios le llevó? —En la Alemania del Este, estuve en la sede de la Stasi, ahora museo, para comprender el personaje de Mielke, el jefe del servicio de espionaje de la Stasi y también presidente del equipo en el que jugaba Lutz cuando se escapó. Su relación casi paternal era real, su dolor ante la traición. En la Alemania del Oeste estuve en Kaiserlaut­en en las tres casas en las que vivió. —¿Sigue en pie el hotel del que se escapó?

—El Savoy. Ese ya no existe. Pero sí su tumba. Fui. Y le llevé unas flores.

—¿Y es conocida? ¿Al estilo de la de Jim Morrison en el Père-Lachaise de París? —No. Pero al preguntarl­e a los de seguridad allí supieron guiarme perfecto donde estaba. Sabían quién era Lutz.

—¿Y quién era Lutz? ¿Qué le impactó más de él?

—Pues más allá de que se escapara, de que abandonara a su mujer, a su hija, fue que era un crío. A los futbolista­s uno siempre los ve mayores. Son tus ídolos. Y aunque tú tengas 50 años, ellos siempre son señores mayores. Cuando Lutz escapó tenía 23 años. Y era un chaval, impulsivo, poco reflexivo. —¿Cree que fue un impulso escaparse, que saltar el muro? —Creo que ya tenía larvada una insatisfac­ción, en los hombros el peso de una vida ya establecid­a. Se había casado muy pronto, una hija. La propia disciplina del fútbol, aunque entonces no fuese como ahora, te resta correrías. Creo que tenía una frustració­n de no haber vivido la vida. Que necesitaba hacerlo más al límite, más aventurada. De su matrimonio no estaba del todo satisfecho. Cometió una infidelida­d al poco tiempo de casarse, eso está documentad­o. Eso y la fascinació­n por la otra Alemania. Creo que él se vio en la situación y tomó la decisión de escaparse de forma impulsiva pero porque ya había algo dentro de él que empujaba. —¿Había muchas diferencia­s en el fútbol de las dos alemanias?

—Eran muy diferentes. En el Oeste, la Alemania Occidental, era más competitiv­o, mejor. En la RDA había muchas cosas amañadas.

—Lo cuenta en el libro, de hecho. Quizá sea una de las cosas que empujan a Lutz a saltar el muro. Querer ganar de verdad. —Los amaños los había antes, pero sobre todos cuando Lutz se va es cuando empiezan de forma alarmante. El Dynamo de Berlín ganó diez ligas seguidas justo antes de la caída del muro y de que se extinga aquella competició­n.

—¿Existe aún ese equipo? —Sí. Pero muy perdido, en Tercera División. Con el estigma de ser un equipo muy nazi.

—El Kaiserslau­ten, equipo en al que Lutz se fue al otro lado

Trama “Eigendorf desertó de la RDA, le persiguió la Stasi... Es un historión”

Dos Alemanias “El fútbol era muy diferente. En la RDA había muchas cosas amañadas”

del muro, jugó en la Copa de la UEFA frente al Madrid, sin embargo… —Sí, y fue un partido muy mítico, sobre todo para los alemanes. —Que usted detalla. Están Del Bosque, Camacho…

—Sí. Me recreo más porque es el Madrid y los lectores pueden identifica­rse con los jugadores que leen. Era el Madrid de las seis Copas de Europa, aunque cuando se enfrenta al Kaiserslau­etrn de Lutz Eigendorf, habían pasado 16 años de la última. —En el libro, de hecho, narra ese y varios partidos más. ¿Los vio? ¿Los encontró? Son deliciosas crónicas de fútbol. —Sí, los he visto. En Youtube. Resúmenes de los partidos. Como periodista deportivo me gusta contarlos. Fueron muchas horas de rastreo. —¿Y qué le ha costado más: rastrear o escribir?

—Ambas. Lo más satisfacto­rio fueron los hallazgos. Encontrar algo y decir: “Qué bueno”, “Qué fuerte que pasase esto”. Pero eso también te ocurre escribiend­o. Una frase, escena, diálogo. —¿De dónde le viene el fútbol?

—De mi padre. Le gusta mucho el fútbol y el Madrid. Mi hermano y yo estábamos predestina­dos. Aunque yo hasta los siete años fui del Barça. —¿Y eso?

—Por unos tíos míos que vivían en Barcelona y me regalaron la camiseta de Meiva. Me gustaba más la equipación, además. A rayas rojas y azules, dos colores, frente al blanco total que me parecía una sosez. Quini era mi ídolo y en eso tuvo que ver mi madre. A ella no le gustaba el fútbol pero siempre hablaba bien de él. Quizá porque le impactó lo del secuestro, lo buena gente que es, pero yo era pequeño e iba con mi equipación del Barça hasta que… —¿Hasta que...?

—Sufrí la tortura de tener un padre del Madrid, y un hermano

del Madrid, y un tío, otro, del Madrid. Venía a casa cargado de pines del Madrid y a mí nunca me daba. “Esto es absurdo”, me dije, así que no tuve más remedio que hacerme del Madrid. —¿Su ídolo?

—Butragueño.

—¿Qué hay del Eduardo Verdú periodista deportivo en su libro?

—Me ha ayudado a entender al personaje. Conocer a los futbolista­s, las tripas de un estadio, tantas bandas en los partidos. Ese contacto más directo me ha ayudado a meterme más dentro. Haber contado qué sienten ante los partidos, cómo hablan, qué palpita. Ayuda a entender más. —¿Siente que, al escribir su libro, cumple una deuda con ese futbolista, Lutz? —En España apenas se conocía pero estaba ahí. Alfredo Relaño habla, por ejemplo, sobre su historia en 366 historias del fútbol

mundial que deberías saber. No he destapado nada que no se sepa. Al comenzar a buscar, sí había blogs muy futboleros que recogían su historia, pero era muy minoritari­a, a todo el mundo no había llegado. Ahora, con este libro, sí, se honra su figura. Lutz es ese futbolista del que no nos dejaron disfrutar. —¿Todos los personajes de su libro son reales?

—Hay algunos inventados, para desarrolla­r la acción. Ada, la prostituta que se encuentra con Mielke. Y Lena, la periodista que desencaden­a con su entrevista frente al muro una afrenta a la Stasi. Temeraria, ésta fue real. —Un detalle cuenta que era otro fútbol: la polémica que se formó cuando Jagermeist­er comenzó a patrocinar la camiseta del equipo de Lutz. Hoy es impensable. Todo lleva marca... —Lo conté porque a mí también me llamó la atención al descubrirl­o. Era otro fútbol. Entonces conocer a un equipo por el nombre de la marca en la camiseta les parecía una herejía. Pero era cuando las marcas comenzaban a entrar. De hecho, quizá a Lutz le provocaran una lesión… —¿Por qué?

—No está documentad­o, no se sabe a ciencia cierta, pero se dice que cuando se rompió el tendón de Aquiles fue porque un patrocinad­or le dijo de usar unas botas nuevas. “Para qué, si yo tengo mis botas de toda la vida”. Dijo, pero las puso. —Le decían el Beckenbaue­r del Este. ¿Era para tanto?

—Beckenbaue­r no. El apelativo se lo pusieron con 21 años. Sí era un buen futbolista. —No era Bekenbauer pero ¿con qué jugador lo compararía?

—Yo, cuando empecé a escribir, me lo imaginaba un central como Hierro. Un defensa sólido pero con subida de balón. Un Piqué, un Ramos, algo así. Un futbolista con personalid­ad, que no sólo defiende atrás, que también tiene conducción, buen pase largo, visión de juego y gol. —¿Cree que Lutz, y el deporte, fue un arma arrojadiza entre las dos Alemanias? —Sí, era una cuestión de estado. Una forma de reinar, hacer política. Y de demostrar que se era superior. En disciplina, capacidad. Mira los Juegos. Entre Estados Unidos y la URSS en la Guerra Fría, la simulación una forma de guerra sin muertos. —En su libro el fútbol se mezcla espionaje, traición, crímenes, desengaños... —Es un libro apasionado desde el punto de vista de personajes... Y apasionant­e desde el punto de vista del futbol.

Apodo “Le llamaban el Beckenbaue­r del Este. Era un Hierro, un Ramos”

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