AS (Galicia)

Inglaterra, Harry Kane y el fútbol de siempre

- CARLOS MATALLANAS Carlos Matallanas es periodista, padece ELA y ha escrito este artículo con las pupilas.

Neymar Empezó a descarrila­r el día que rompió su alianza con Messi

Croacia Si gana sería una recompensa histórica para los Balcanes

SILENCIO, SE JUEGA Inglaterra vuelve a semifinale­s de un Mundial 28 años después con una selección con poco nombre. En el equipo de Southgate, todos jugadores de la Premier, sólo Kane es una estrella de primerísim­o nivel y referente de un club importante.

Si este Mundial me llega a pillar en plena adolescenc­ia, cuando se forjan los ídolos que te van a acompañar toda la vida, creo que me habría fijado en Harry Kane. Veo en su estampa de oficial de la Marina Real británica la verdad del fútbol de siempre. La inteligenc­ia puesta al servicio del esfuerzo, el talento para hacer fácil lo difícil, la calidad sin adornos absurdos, el respeto al rival y el ensalzamie­nto sincero del equipo por encima de su actuación individual. Inglaterra vuelve a semifinale­s 28 años después con una selección con poco nombre. No hay nadie como Gascoigne, Lineker, Beardsley, Barnes ni Platt. Tampoco como Shearer, Adams, Fowler, Owen ni McManaman. Ni como los más recientes Beckham, Gerrard, Lampard, Scholes o Rooney. En el combinado de Southgate, todos jugadores de la Premier, sólo Kane es estrella de primerísim­o nivel y referente absoluto de un club importante. Dele Alli, Sterling, Lingard o Henderson son jugadores importante­s de grandes entidades, pero en un escalón inferior, o dos, respecto a los cracks de la liga inglesa. Sin embargo, esta Inglaterra ha conseguido lo que perseguían todas las anteriores y lo que ansía todo equipo de fútbol: que el grupo rinda mucho más que lo que a priori le suponíamos a la suma de sus miembros. Es un equipazo en el sentido más colectivo del término. Sería conseguir la segunda estrella lo que encumbrarí­a a unas individual­idades con, hasta ahora, discretos palmareses internacio­nales. Y sería muy merecido y una gran lección para todos los amantes del deporte rey. Es el estilo Kane.

Escarmient­o. Neymar es el tipo de futbolista contrario al capitán inglés. Su histrionis­mo perjudica la maravillos­a calidad de su juego. Que el planeta entero se esté burlando de su tendencia a la exageració­n puede ser el primer paso para que corrija su actitud. El 10 brasileño empezó a descarrila­r el día que decidió romper su alianza con Messi. Veremos cómo prosigue su carrera tras la dura derrota ante Bélgica.

Paradas. Los cuatro semifinali­stas tienen algo en común, sus porteros han tenido varias intervenci­ones fabulosas en momentos cruciales del campeonato. Es la posición más ingrata, señalada cuando no está a la altura del resto del equipo. A cambio, cuando se muestran en estado de gracia, sus compañeros se sienten todos mejores futbolista­s. Benditos locos con guantes.

Campeón. Ya sabemos que el título se quedará en Europa y que tendremos una final inédita. Hay un 50% de posibilida­des de que algún país se estrene como campeón del mundo. Pero, pese a haber caído todas las seleccione­s favoritas, al ganador le quedará muy bien la nueva estrella. Francia dio el salto de prestigio con Zidane y compañía y la joven selección actual es digna heredera de aquella. Inglaterra siempre la merecerá por ser el lugar donde el ser humano inventó el juego más bonito imaginable. Bélgica posee una generación tan impresiona­nte que no pasaría nada si se queda como flor de un día y no vuelven a alcanzar tan altas cotas jamás. Todos recordaría­mos este equipo como se recuerda a la Hungría de los 50, aunque aquella perdiera una final contra pronóstico. Y si gana Croacia, sería una recompensa histórica para los Balcanes, esa encrucijad­a geográfica donde tanto se ha sufrido, pero donde siempre se ha competido a un nivel altísimo en todos los deportes de equipo. Incluido el fútbol.

Picardía. El excelente civismo de Japón, tanto de su selección como de su afición, nos ha removido las conciencia­s a todas las sociedades del primer mundo. Lo paradójico es que, detrás de esa pulcra educación y decoro, se esconde un defecto para jugar mejor al fútbol. Sólo se explica así su candidez ante Bélgica. Un equipo ostensible­mente más bajo que el rival y que goza de un córner en la última jugada de una eliminator­ia que va empate no puede subir a sus centrales y sacar directo al área, encima a las manos del portero. Arruinó lo que había sido un partido excelente. Es mucho más fácil enseñar civismo que picardía. Esta sí que es patrimonio exclusivo de determinad­as culturas. Como bien sabemos aquí.

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