AS (Galicia)

“Pasé hambre y mi padre murió en Stalingrad­o”

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oferta para dirigir el equipo nacional ruso. Fui la jefa en México 1968, Múnich 1972 y Montreal 1976 y mis chicas consiguier­on diez medallas de oro. —¡Hay que sumárselas! —(Carcajada). No, no. Yo sólo era su guía. Las que se entrenaban muchísimo eran ellas. —¿Qué supuso la aparición de la rumana Nadia Comaneci en Montreal 1976 para la Unión Soviética? Rompió su dominio y a usted le costó el puesto. —Sí. ¡Pero la gente con talento puede nacer en cualquier país! Traté de explicárse­lo a los directivos, pero no lo entendiero­n.

—Usted vivió la Guerra Fría en el deporte. ¿Cómo fue aquello? —-Prácticame­nte no lo sentíamos. Llegamos a competir incluso en Estados Unidos, y no pasó nada. Nunca me impusieron el lema: ‘Sólo vale la victoria’. Sí puede ser que esa presión se trasladara a los entrenador­es. —¿Cómo ve ahora los boicots de los Estados Unidos a los Juegos de Moscú o de Rusia a Los Ángeles 1984?

—No fue justo. Porque los deportista­s se entrenan y sacrifican la mayor parte de su vida por los Juegos. No fue correcto, ni para un lado ni para otro. —¿La política ha jugado demasiado con el deporte? —Desgraciad­amente, sí. Pero pensemos en que eso ya no va a volver…

—¿Y cuando viajaba fuera le daba tiempo a ver otras ciudades, a sentir cómo se vivía en otras sociedades? —Lamentable­mente, poco. Pero

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