AS (Galicia)

Coral Bistuer “En Barcelona me congelé la pierna para poder pegar”

- P. CAZÓN /

Ella fue la primera. Cuando el taekwondo en España no sabía ni pronunciar­se, Coral Bistuer (Madrid, 1964) ya competía. Comenzó con 16 años, con 17 era campeona de Europa. Bronce en Seúl 1988 y oro en Barcelona 1992, su historia va de puños y KO. Y de derribar puertas.

Eran cuatro hermanos... —Tres chicos y yo. Vivíamos en Guzmán el Bueno, el centro de Madrid. Yo soy la segunda. El tercero, Alejandro, fue el que empezó en esto, el taekwondo. —¿Cómo?

—¡Porque desde niño ya era abogado de pleitos! En el colegio, cada vez que le quitaban la pelota los mayores, daba la cara. “No es justo que abuséis…”. Le daban dos tortas, le rompían las gafas y volvía a casa con ellas rotas como Mortadelo (ríe) cada día. Y así estábamos cuando seis calles más abajo de casa abrieron un gimnasio, el Yu-sul. “Taekwondo”, decía el escaparate. Y entre paréntesis: “Karate volador”.

—Algo desconocid­o en España. —Mi abuela murió sin saber decirlo. Ahora es fácil, pero hace 50 años... Ella decía: pingondo o chiumpun. Nunca entendió por qué su nieta, con lo mona que era, tenía que darse puñetazos y patadas con hombres. Nunca consintió venir a verme. Eso no era un deporte de mujeres. Romper esa barrera de tu propia familia... —¿Y entonces? —Mi padre dijo: “Voy a meter al niño en las clases para que coja defensa y nos salgan más baratas las gafas”. Y le apuntan. Pero el niño tenía 8 años, y es Madrid y ¿a quién le toca llevarle? A su hermana mayor. Yo lo llevaba, le dejaba en la puerta y me iba, refunfuñan­do. Un día me quedé. —¿Y?

—Que pensé: “Ostras, mola”. Al día siguiente ya no dejaba a mi hermano. Me quedaba mirando. —¿Qué le gustaba? —Sentirme que era capaz de defenderme. Me deslumbró. Un día mi padre tuvo que ir a buscarme a las diez de la noche. Mi hermano ya se iba solo y yo seguía ahí, mirando, desde las cinco de la tarde. “Coral, vamos”. “Espera”. “Hija...”. “Papá, es que esto me gusta... Pelear”. Nos apuntamos mi mejor amiga y yo. —¿Había chicas?

—Pocas. Empezó ahí. En el Yu-sul nos juntamos una generación de mujeres. Estábamos deseando hacer cosas que no fueran corte y confección. Yo tenía 16 años. Con 17 años ya era campeona de Europa. —¿Tan rápido? —Sí. Yo estoy en lo primero de todo. El primer campeonato de Castilla femenino, el primero de España, el primero del mundo, la primera olimpiada. ¿Por qué? Yo era una niña criada entre niños, mi infancia fue de chico. Sentarme a peinar una muñeca me aburría. Yo quería calle, jugar al balón. Siempre fui uno más. Manolito.

—Los primeros Juegos del taekwondo fueron Seúl 1988, deporte de exhibición. ¿Cómo lo vivió? —Teníamos una responsabi­lidad añadida: de lo que nosotros hiciéramos dependía el futuro. Que hoy esas nuevas generacion­es no nos lo valoran. Y el taekwondo ha cambiado mucho. El de hoy es una mierda. Y lo puedes poner así: Coral Bistuer dice que el taekwondo de hoy es una mierda. —¿Por qué? —Porque no va por potencia de pegada, sino por sensores de los golpeadore­s, en los pies y el peto. Ya no cuenta que el golpe sea un buuum. Ahora, con que mi sensor dé al tuyo, piii, punto. Se pelea sólo con la pierna delantera. Es esgrima pero con patadas. Y feo. No hay giros, variedad de patadas… Lo de los petos no me gusta. El deporte ha perdido su esencia. Este taekwondo no es mi taekwondo. —Pero el peto lo hace justo. —A nivel de árbitros. Todo lo que los humanos no somos capaces de hacer con justicia lo ponemos en una máquina. Yo, lo gastado en petos, lo hubiera invertido en formar buenos árbitros. —¿Cuántas horas entrenaba? —En competició­n, seis al día. Pero toda tu vida giraba alrededor. No podías hacer esquí, montar en moto, caballos. O nadar, por ejemplo. El músculo de natación es más grueso y te ralentiza la velocidad en el taekwondo. —¿Cómo fue Seúl 1988?

—En el primer combate, contra la que he de pelear no se presenta. La segunda me gana. Mi presidente descargó sobre mí. Había tenido con él bronca antes de los Juegos y también allí. —¿Por?

—Los Juegos están muy bien pero hay países donde las comidas son complicada­s. Tú veías a los americanos, con sus neveras. Y nosotros, el que podía comer, a comprar pizza. Los que debían adelgazar, engordaban, y al revés. Hasta que el presidente apareciera. Un día lo hizo. “Coral, díselo tú”. “Señor presidente, la gente tiene hambre”. “Tú cállate que no mereces ni pedir de comer”. Porque había perdido. “Y cuando vayamos a Madrid te vas a enterar”. Y me echó del equipo. —Pero logró una medalla. —Una mierda, un bronce. La consigo perdiendo. —¿Y qué pasó?

—Me dedico a mi carrera, a la tele. Pero dije: “Qué narices, de aquí me voy cuando quiera, no me echa ni Dios”. Me había ganado ese privilegio. Y salgo en prensa, diciendo que me ha echado mi presidente. —Y usted era la cara del taekwondo en España. —Y del deporte femenino. Arancha, Blanca y yo. Las tres únicas. Tuve un rifirrafe en la radio con el presidente y se montó un juicio en el CSD, la Federación y yo. En un lado yo sola, contra todos. Compañeras por las que había dado la cara enfrente. Eso fue lo peor. “Es que tú eres Coral Bistuer y volverás. A mí si me echan no vuelvo”. De hecho pasó. Un compañero, John Wright, dio la cara por mí: a mí me volvieron a admitir, a él lo defenestra­ron. El

CSD dijo que yo no había hecho nada para que se me echara sólo por decir que el presidente no nos cuidaba cómo debía. ¿Sabes qué pasó cuando nosotros llegamos a Corea? —¿Qué?

—Que antes de tener lista la villa olímpica, nosotros ya estábamos allí. Y cuando llegamos al hotel en el que teníamos que estar, era un puticlub. Lamparitas rojas en las habitacion­es y camas de matrimonio. Había que compartirl­as. Imagina los pesos pesados. No había armario, sólo un perchero. Tú imagina, estar allí en unos Juegos, que entrenas seis horas al día, sudas... Nos plantamos todos y dijimos que no nos quedábamos allí. —Ya en la Villa vio a Carl Lewis. —Un gilip... Es que en la villa olímpica te vas encontrand­o con todos tus ídolos. En Barcelona estuve en un McDonalds con todo el Dream Team.

—¿Y ellos fueron simpáticos? —Sí, todo el Dream Team super majo. Nosotras estábamos detrás en la cola y ellos con bromas. “¿Y vosotras de qué sois? ¿Taekwondo? ¡No nos hagáis nada, eh!” (ríe).

—Lo contrario de Lewis.

—Sí. Mira. Salía yo de una sauna, porque en Seúl me costó muchísimo dar el peso, con otras seis. Nos habían llamado porque debíamos ir corriendo a hacernos el test de feminidad, que en unos Juegos has de demostrar que eres mujer. Te raspan la mucosa bocal y salen los cromosomas masculinos y femeninos. Íbamos todas acojon... Yo decía: “Ay, con los músculos que tengo...”. Pero veía a las lanzadoras rusas de disco, peso, y pensaba: “Si ella lo aprueba yo lo paso seguro” (ríe). Fue al salir de la sauna cuando vimos a Carl.

—¿Y?

—Dijimos: “Ay, Carl, una foto”. Las seis histéricas. “Por fa, por fa”. Entonces él dijo que si nos queríamos hacer una foto con él, que no se iba a parar. Que podíamos andar a su lado y hacerla. “Se va a hacer una foto contigo tu madre... Y ojalá te pase lo peor del mundo”, dije. Y le ganó Ben Johnson. Que luego le quitaron la medalla, por dopaje, pero en ese momento pensé: “Ala, para que te metas con una española”. —¿Cómo era lo del pesaje? —Yo empecé compitiend­o en menos de 62. Y yo eso no lo pesaba ni en la Primera Comunión. He pasado hambre. No apetito de me comía un donut. Hambre. ¿Cómo en La isla de los famosos? Igual. Pero en la isla te tirabas y decías: “No hago nada”. Aquí tenías seis horas de entrenamie­nto. Y como no estés atenta te arrancan la cabeza.

Prejuicios “Mi abuela nunca vino a verme: mi deporte no era de mujeres”

Taekwondo “Ha perdido su esencia. Es esgrima con patadas. No es mi taekwondo”

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Coral, con su foto del oro en 1992.

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