Empate a nada en el derbi vasco de Mendizorroza
Insuficiente punto para un Athletic que sigue en descenso
EI derbi prometía emociones fuertes pero fue un bodrio, un ayuno de fútbol durante 90 minutos. Entre que el Alavés exprime como nadie el pragmatismo y que el Athletic está para recoger puntos hasta en las cunetas, el sol de tres pases en cada jugada estuvo en permanente eclipse. Menos mal que Mendizorroza tiene una vida propia independientemente de lo que aporte el juego, un ambiente que no iguala ningún campo en Primera. A falta de fútbol, los coros protagonizaron un pulso infumable. Alavés y Athletic caminaron por la misma ruta, la del juego directo, el choque, la brega… Garitano persistió en su idea de los partidos anteriores pero con matices, metiendo a Aduriz como único punta claro, para amasar con más gente el pelotón de la medular, aunque Beñat se enredó con tanta trinchera.
Curiosamente, había alambradas por todas partes pero el esférico entraba con cierta facilidad en el área en el primer tiempo. A gorrazo limpio, el derbi parecía un concurso de zambombazos. ¿Alguien pidió licencia espacial para el cuero? Porque vivió por la estratosfera la mitad del tiempo. Lo principal para los visitantes era jugar abiertos, explorando las bandas. Tras mil golpes y pérdidas de balón no forzadas, el Athletic fue creciendo y acabó mandando antes del descanso. Solo le faltó algún centro decente porque las escopetas estaban bien cargadas en el área.
El Athletic de Garitano sigue sin recibir un gol. Es un consuelo, porque no sale de descenso. Tras el descanso seguía ocupando bien los espacios y lanzaba contragolpes, como uno de Córdoba que salvó un descomunal Pacheco.
El técnico rojiblanco anda con miedo a perder. Diseñó un plan para aguantar y quemar sus naves en el tramo final. Se guardó de inicio a Muniain y Williams (entró por un Aduriz enfadado) y ya se sabe que Mendi ha importado eso de ‘90 minuti en el Bernabéu son molto longo’. Los cambios no aportaron nada. Reparto de puntos justo ante tanto primitivismo.
Trabado Mil golpes y pérdidas dibujaron un partido dantesco