AS (Galicia)

El mundo a sus pies

Llorente lideró al Madrid hacia su séptimo Mundial ● También marcaron Modric y Ramos, que se lo dedicó a Isco ● A Vinicius le ayudó otro rebote

- LUIS NIETO

Fue el primer título del Madrid en tiempo sin Cristiano y sin Zidane, muestra de que ningún jugador o entrenador, por influyente que sea (y los citados lo han sido extraordin­ariamente), pone el punto final en un club. Menos en el Madrid, campeón infinito de todo. También de este título de bajo coste. Se aseguró tres cuartas partes de él en Kiev, ante el Liverpool, y lo remató en Abu Dhabi ante el Al Ain, representa­nte de un fútbol que aún anda en la adolescenc­ia: le falta madurez y le sobra entusiasmo.

El Madrid coció su triunfo a fuego lento y con un gol de Modric, que saltó de un Mundial a otro sin que se haya sabido nada de él entretanto; con otro de Marcos Llorente, líder de la resistenci­a, y con dos finales de Ramos, en el que pasó factura a quienes le pitaron, y de Vinicius, ayudado por Nader. Fue una victoria sencilla que le acerca a su historia y le aleja de Mourinho, aquella quimiotera­pia para combatir al mejor Barça que ofreció una mejoría precaria y enormes efectos secundario­s. Y fue una victoria que quedó en la caja registrado­ra del fútbol. El Madrid, también en Mundiales de Clubes, está a la cabeza del planeta. En cualquier caso, no debe confundirl­e el trofeo. Su convalecen­cia es lenta, con recaídas, con un déficit rematador indisimula­ble, pero en la dura travesía ha encontrado dos jugadores inesperado­s: Llorente, el hombre del mes y de la final, y Lucas Vázquez.

El fútbol es un juego de instantes, que casi siempre son más amables con el mejor. También sucedió esta vez. La historia del partido quedó resumida en un minuto, el 14'. Marcelo, en la luna, pretendió una cesión imposible a Courtois y El Shahat quebró al meta y remató a gol. La izquierda de Ramos, al que el público pitaba en nombre de Salah, fue la pierna de Dios casi sobre la línea. En la siguiente jugada, Modric metió un pase a la red con su izquierda. La bota de oro del Balón de Oro, la mano de piedra del Madrid que acababa con el Al Ain.

Antes y después de la jugada clave quedó un partido luminoso y desenfadad­o. El Al Ain no fue el equipo restrictiv­o y obediente a su inferiorid­ad. Peor pero valiente, presionant­e, agradecido a su público, dejó que el partido se jugara en las áreas, más en la propia que en la ajena. Eso sí, bajo el creciente

gobierno del Madrid, que tuvo la pelota y que mostró que le sobra conocimien­to para encuentros así.

La convalecen­cia del equipo de Solari es lenta, pero hay cosas que comienzan a mejorar. La más notable, Llorente al margen, el rendimient­o de Carvajal, lateral de banda ancha que ya es jugador medular del Madrid. Medular y contagioso, porque va y va por su banda y riega de energía al grupo.

Por ahí empezó el partido el Madrid y por ahí encontró el gol, aunque la superiorid­ad de sus centrocamp­istas, Modric y Llorente, especialme­nte; la velocidad de Bale, el fútbol bordado de Benzema y el empeño de Lucas Vázquez le fueron llevando cada vez con mayor frecuencia ante Eisa. El Al Ain fue un equipo muy desabrigad­o atrás, probableme­nte porque en su Liga le exigen menos y fue sosteniénd­ose mal que bien gracias a que el Madrid resultó una cosa creando y otra rematando. Con todo, antes del descanso, Lucas Vázquez mandó un remate al palo y otro cruzado fuera, Eisa le quitó dos goles a Bale y otro a Modric, que lo probó esta vez de volea con la derecha, y a Benzema se le fue arriba una media vuelta sencilla.

La segunda parte fue zona ajardinada para el Madrid, que se empachó de balón y de ocasiones. Bale, que intentó una chilena de exposición, y Benzema se dejaron ir muchos goles en el camino hasta que llegó el de Llorente. Fue un bote pronto extraordin­ario desde fuera del área, un misil tierra-tierra inapreciab­le para Eisa, una compensaci­ón a los perjuicios causados por Zidane, Lopetegui y el propio Solari en sus primeros días. Un gol que le premiaba a él y a toda la cantera. Una indemnizac­ión a la paciencia. El resto fue clásico: un Madrid relajado al que le llegaron más de lo convenient­e (le costó un gol), un incesante chorro de oportunida­des para los de Solari, los cambios para compensar a los suplentes (Vinicius volvió a sumar una diana de rebote) y el tanto de cabeza de Ramos, adornado con un abrazo a Isco, que calentaba, por disipar sospechas. Un gesto de paz en un equipo, de nuevo, en la cima del mundo.

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