AS (Galicia)

Dembélé y la razón pura

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Revancha de Suárez.

Es cierto que el Madrid jugó mejor. El nuevo as del club blanco es una especie de cuchillo que está siendo afilado. Le vendría bien a Vinicius que sus exégetas rebajen el pistón del elogio, pues si le sobran él mismo va a rebosar de gozo sin haber hecho todavía lo necesario para ser un genio. Con Dembélé pasó algo parecido en Barcelona: parecía que iba a ser el valor que destronara a Messi, éste siguió abundando en su excepciona­l capacidad para ser el que ya era y el francés, este jugador racionalis­ta especialis­ta en aprovechar­se del azar, ha tenido que ganarse con pico y pala (de oro, esto es cierto) no sólo la titularida­d sino el asombro. Pero… quien hizo los goles fue Luis Suárez. Cuando iba a saltar al campo, en la segunda parte, escuché decir en Carrusel: “Luis Suárez, que no hizo una buena primera parte”. Pues parece que el uruguayo lo escuchó.

Paciencia de Messi.

Messi jugó como un maestro de escuela titular que le ha permitido a uno de sus alumnos más aventajado­s, Dembélé, que lleve por un rato la clase de geometría. Hizo algunas cosas notables, pero la que más destacaría es ese gesto que tuvo con su compadre Luis Suárez, a quien le concedió el lanzamient­o de un penalti que ayudó a que marcara dos goles y medio justo en la segunda parte que se presentaba con tan malos augurios. Hasta que pasa el rabo todo es toro, suele decir Arturo Pérez-Reverte. El toro fue Suárez, el torero fue Dembélé, y por una vez en la vida Messi fue tan solo un mozo de estoques. Con paciencia, con la alegría que le dio al juego en alguna ocasión, el argentino dio por satisfecha su expectativ­a; pero lo que hizo, a fin de cuentas, fue una lección magistral de paciencia, de solidarida­d y sensatez. No hubo nada que hiciera mal, de lo poco que hizo, pero lo poco que hizo fue su modo de ser. Y de estar.

Helado y caliente.

El Madrid hizo un partido caliente, excelente desde Carvajal en adelante. Pero fue un partido de conjunto; no puede decirse que ninguno destacara más allá de sus contribuci­ones ocasionale­s, como Benzema, que no estuvo a la altura de su genio goleador. Pero hubo algo que brindó el Madrid a los suyos, el orden del juego, la peligrosid­ad, que produce para los suyos una rabia que tantas veces ha ido con el Barça: la mala fortuna. Pudo haber marcado varios goles cuando el Barça estaba helado y el Madrid estaba como carroza de plomo candente, dicho sea en memoria del gran Francisco Nieva. Pero entre Ter Stegen y las precipitac­iones (de Vinicius,) lo que pudo haber sido una consolidac­ión favorable fue, en la segunda parte, un baño de realidad: el Barça tiene arriba tesoros que a veces están dormidos. Y esos tesoros templados fueron capaces de hacer tres goles en dos ráfagas. Eso es lo que suele hacer el Madrid. Para su desesperac­ión (para desesperac­ión del amigo Roncero) eso no lo pudo hacer porque el fútbol es un muro que uno se mete en propia puerta.

Porvenir.

El Madrid mereció ganar, pero fue superado por el Barça en astucia, y al final ganó el que se atrevió más y con más acierto gracias a Dembélé, un jugador que habla corriendo.

Este próximo Madrid-Barça está lleno de simbolismo­s y riesgos, para el Madrid sobre todo. Lo del rabo y el toro es la teoría de la relativida­d. Dembélé es la razón pura y la agilidad en los manillares. Vinicius es un diamante en bruto. Ha nacido una pugna. Alguien le tiene que decir al brasileño que escuche el sonido de su coetáneo francés, que camina como si viniera de aprenderse una lección práctica. Los dos son los herederos, ya se sabe de quiénes.

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