José Díez: 104 años y 80 como socio del Athletic
José Díez Herrero vino al mundo el 23 de noviembre de 1914, 15 años antes de que echara a andar la liga de fútbol española. Cuando nació, el Athletic era un adolescente, con 16 años de historia y cuatro Copas. El club le rindió tributo por ejercer de nota
Al joven Pepe, como le conocen en la actualidad sus allegados, el fútbol le conmovía, así que desde niño no se perdía los partidos de San Mamés, un estadio elevado sólo un año antes de que naciera y por entonces poco menos que una campa con capacidad para 3.500 espectadores. “Me ponía donde los Capuchinos, detrás de la portería, según miras para el hospital”, relata. Con 14 años, su padre le sacó ya un carnet de socio, en la vieja sede de La Alcazaba, aunque durante la Guerra Civil le dio de baja, de aquí que perdiera parte de una antigüedad que le marcaría como socio número uno (en junio de 2017 era el 32º).
José fue sin quererlo uno de los protagonistas en el último partido del Athletic en casa, ante el Eibar. Le citaron por sus casi 80 años de socio, una eternidad para muchos pero simplemente un tiempo precioso e intenso en sus inabarcables 104 de existencia. “Tiene un marcapasos, pero por lo demás, está como un roble”, sonríe su hija Cristina y asiente su nieto, siempre a su lado pendientes durante el tiempo que se realiza este reportaje en su vivienda en el corazón de Bilbao, en Rodríguez Arias.
Díez fue al colegio con Luis Bergareche, el primer león que marcó un gol en la liga creada en 1929 y exdirector de la Vuelta a España. La mente de Pepe funciona a la velocidad de un chaval de 80 años menos. Su familia tenía un comercio de los célebres polvorones Felipe II. Sus ojos lanzan un brillo especial cuando recuerda cómo iba con su padre a los partidos, “por entonces eran los domingos a las 12:00”, mientras su madre se quedaba atendiendo la tienda.
El fútbol ha cambiado mucho en este siglo que ha desfilado por sus ojos. Y también la vida. Mientras manosea un par de álbumes repletos de fotos históricas del Athletic que son un verdadero tesoro, relata cómo “los fotógrafos las exponían tras los partidos en un escaparate de la Gran Vía y podías comprar las copias”.
La vida pasaba mucho más despacio. Exhibe imágenes con terrenos de juego como patatales: “El clima ha cambiado, antes había sirimiri todos los días, el balón pesaba un montón, había que tener mucha fuerza para pegarle. El lanzamiento de falta se denominaba free kick y suponía medio gol”.
Por desgracia, la Guerra Civil le alejó de sus dos grandes pasiones “porque se puede decir que soy más aficionado a los toros que al fútbol”. Combatió con el Tercio de Requetés. De vuelta a casa, comenzó un camino de idolatría hacia Panizo y Larraza. “Mira cómo llevaba el balón Gorostiza, con la punta de la bota, ¡qué clase!”, se relame. La relación de jugadores que admiraba también abarca a Lafuente, Iraragorri, el portero Vidal y Legarreta.
Siente debilidad por un entrenador que marcó una época: Míster Pentland. “Era un caballero con su sombrero y su puro”. El fútbol de antes para él era pura distinción: “Había que pedir permiso de la elegancia que destilaban. Los dueños del Athletic eran señores, con su abrigo, gabardina...”.
Ejercía de recadista. Iba a por jabón Chimbo y por cada cuatro reales de trabajo limpiando las equipaciones de los jugadores, le daban una entrada para el cine. Hace muchas décadas, el café Bernabé solía organizar tertulias de alto copete en las que estaba Indalecio Prieto y el secretario del club Antón Gorostiaga. Por el teléfono llegaban noticias de lo que hacían los leones cuando jugaban fuera y se encargaban de transmitirlas a los ansiosos aficionados. “Eran buenos tiempos”, se recuesta José. Palabra de un notario de la historia del Athletic durante 104 años.
Gustos Siente debilidad por Míster Pentland y le fascinaba Panizo