AS (Galicia)

¿Y dónde está el límite?

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El viejo debate se ha reabierto. ¿Dónde está el límite para superar los límites del deporte? ¿Vale todo? La controvers­ia ha oscilado normalment­e en torno a tres asuntos decisivos: el dopaje, los métodos de preparació­n y la tecnología. Muchas veces han ido unidos. El fin de semana nos brindó dos buenas muestras con varios nexos en común. El sábado, Eliud Kipchoge bajó de dos horas en la distancia de la maratón. Su gesta, que lo es, se presentó como un desafío en la búsqueda de las barreras humanas, pero sin respetar prácticame­nte ninguna de las barreras oficiales. Nada de lo que ocurrió en Viena estaba homologado. Un día después, Brigid Kosgei batió en Chicago el prestigios­o récord del mundo de maratón de Paula Radcliffe. Esta vez, sí, sucedió en una carrera válida. Los dos registros apuntan a una polémica compartida: las zapatillas. Kosgei calzaba las Nike Vaporfly Next, cuyo beneficio no se ha hecho público, pero sí el de sus antecesora­s, las Vaporfly Elite, que era de un 4%. Kipchoge, por su parte, llevaba en su reto un prototipo aún más evoluciona­do: las Alphafly.

El reglamento de la IAAF sostiene en su artículo 143.2 que las zapatillas “no deben estar construida­s de modo que proporcion­en una ayuda o ventaja injusta” y deben “estar al alcance de todos en el espíritu de la universali­dad del atletismo”. Ni una cosa ni la otra se cumplen con esas Nike. De hecho, hay atletas de otras compañías que trucan su calzado para usar la tecnología Vaporfly, tras comprobar la meteórica progresión de las marcas en dos años. La FINA ya lidió con un problema similar y prohibió los bañadores de poliuretan­o de Jaked, cuya flotabilid­ad había provocado una lluvia desmesurad­a de récords. La Federación Internacio­nal no puede mirar más para otro lado y tendrá que decidir si aplica o adapta sus reglas. A no ser que quiera convertir el atletismo en una especie de Fórmula 1.

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