Todos alegres menos uno
ampliamente dicha cifra. Hubo lío con la adjudicación de las entradas. Según datos de la UEFA se vendieron 48.500, lo que indica que el máximo organismo futbolístico europeo se reservó 3.500 para sus compromisos y el estadio presentó huecos en sus localidades. A pesar de un pesimismo generalizado, dada la marcha del club en los torneos españoles y del poderío de la Juventus, alentaba en el fondo de cada madridista la ilusión del triunfo en el torneo que durante los primeros cinco años había sido monopolio del Real Madrid.
Los del Río. La mañana del encuentro, la ciudad holandesa era un hervidero de banderas, gorros, bufandas y toda clase de objetos distintivos de madridistas y juventinos. Por la tarde, largos prolegómenos en el estadio, con entretenimiento musical, con Los del Río y su famosa Macarena, por entonces todo un éxito mundial. Expectación enorme, cánticos y exposición entusiasta de distintivos bianconeri y madridistas cuando los jugadores irrumpieron en el cuidado terreno de juego. El Real Madrid, mediante sorteo, fue considerado como visitante mientras el equipo juventino actúa como local. Aún así, el Madrid vistió de blanco.
El partido se desarrolló desde su inicio con grandes precauciones defensivas por ambos lados. Había temor al contrario y nadie quería arriesgar por lo que el juego no tuvo brillantez. Los primeros compases no auguraban nada bueno entre la seguridad táctica de los italianos y la falta de rapidez e imaginación española.
De pronto todo cambió. Tal vez fuese el caño de Raúl a Torricelli lo que inspiró confianza a las huestes merengues. La creativa sociedad entre Del Piero y Zidane (el hoy técnico madridista era la gran estrella internacional juventina) se vio superada por las intervenciones acertadísimas de Hierro, Sanchís y Redondo. Panucci, Karembeu y Seedorf no terminaban de imponerse pero Raúl
■ Cuando el Real Madrid conquistó la Séptima Copa de Europa, Jupp Heynckes ya sabía que no iba a seguir como entrenador madridista. Incluso Sanz y Mijatovic sí dieron señales de vida y la balanza se inclinaba hacia el platillo blanco cuando llegó el descanso...
Al volver, a los 66 minutos, el gol de la victoria que metió de cabeza y para siempre a Mijatovic en la historia madridista. Panucci centró desde su banda y aunque Raúl no llegó al balón, sí apareció Roberto Carlos que envió un duro disparo, tal vez desviado del marco, que al tropezar en Iuliano llegó a poder de Mijatovic. El montenegrino, con serenidad, burlaó a Peruzzi y depositó el regalo en el marco juventino. Su celebración, enloquecido, también pasó a la historia. El delantero balcánico fue llegó a pensar en destituirlo poco tiempo antes de la final. Por eso, todo el mundo festejó el triunfo frente a la Juventus, menos el técnico alemán. corriendo señalando a un integrante del banquillo madridista. Era Fernando Sanz, defensa e hijo del presidente. ¿El motivo? La noche anterior le había augurado a Mijatovic que sería el autor del gol del triunfo...
Pero aún quedaba final. Más de 20 minutos por delante repletos de tensión, con ataques turineses cortados de raíz por un Hierro convertido en coloso, algún susto para Peruzzi y siempre la incertidumbre y los nervios de una ventaja mínima. Al fin llegó el pitido final de Helmut Krug y la gran apoteosis, multiplicada por mil cuando Sanchís recibió el trofeo de la ‘Orejona’, entregado por Lennart Johansson, presidente de la UEFA, y con sus compañeros lo paseó triunfalmente por el Amsterdam Arena. La Séptima se conquistaba 32 años después. Fin a la mala racha.
El recibimiento en Madrid fue grandioso, aunque el regreso de muchos expedicionarios estuvo marcado por la tremenda desorganización del aeropuerto de Schipol, mientras más de 200.000 personas festejaban el extraordinario éxito en la plaza de la Cibeles. Madrid se echó a la calle para recibir a sus héroes. Kilómetros de desfile triunfal entre Barajas y Cibeles para finalizar la fiesta en el Bernabéu, donde un Lorenzo Sanz radiante prometió: “Esto no va a quedar aquí, porque ahora vamos a por la Octava”. Dos años después, en París, cumplió lo prometido.
Estamos viviendo días muy tristes. Muchos seres queridos nos están dejando de la manera más cruel, sin posibilidad de darles un abrazo o tan siquiera un último adiós. Lorenzo Sanz Mancebo, ha sido uno de ellos. El maldito coronavirus nos ha arrebatado a nuestro presidente de la Séptima y la Octava, y se lo ha llevado acompañado de una soledad inhumana. Seguro que cuando acabe esta pesadilla, el Real Madrid, nuestro club, le hará un homenaje como le corresponde.
Ha sido el Presidente, de los que he conocido, con mayores conocimientos futbolísticos. Tenía un gusto exquisito. Trajo a Mijatovic, Suker, Roberto Carlos, Seedorf o Capello y dos Copas de Europa 32 años después. En la Séptima su papel fue vital. Heynckes le reconoció que no podía con la plantilla y que lo dejaba. Le mantuvo y se echó el equipo sobre sus espaldas, habló uno por uno con los jugadores y levantó la moral de la tropa. Mijatovic, su gran apuesta, puso el resto. Él también fue quién le dio la alternativa a Del Bosque, decisión tan arriesgada como exitosa no solo para el Madrid, que ganó la Octava, sino también para la Selección. Fue un presidente con una visión de futuro excepcional. El Madrid del siglo XXI empezó a forjarse con Lorenzo. Puso en marcha el “Proyecto Líder XXI” y el club tiró a la basura las máquinas de escribir y lo informatizó. Con él se hicieron los primeros presupuestos serios; recuperó todos los derechos televisivos; la Esquina del Bernabéu; todas las licencias de márketing y el contrato de Adidas. Quienes le acusaron de dejar el club con deudas nunca explicaron que recuperar todo esto costó muchos millones. Los mega ingresos de ahora son en gran parte por aquellas decisiones.
Descansa en paz, Presidente, que el Madrid y sus socios nunca te olvidarán. Tampoco tus jugadores, que te adoraban. Y aprovecho estas líneas para mandar un fuerte abrazo a toda su familia, Mari Luz, su mujer, y a sus cinco hijos, Lorenzo, Paco, Fernando, Malula y Diana.