AS (Galicia)

De la siesta a la Fiesta en Son Moix

Un gol afortunado de Tchouameni asegura al Madrid llegar al Clásico con ocho puntos de ventaja Primer tiempo aburrido y segundo agitado, especialme­nte tras la entrada de Vinicius ● Modric no da síntomas de decadencia

- LUIS NIETO REPORTAJE GRÁFICO JAVIER GANDUL Y MIKEL A. BORRÁS

El Madrid jugó dos partidos en uno: el primero por inercia, el segundo por la Liga. Un afortunado gol de Tchouameni descorchó un encuentro que empezó mortecino y acabó en tiroteo, especialme­nte con la entrada de Vinicius, al que Ancelotti se había perdonado de salida para combatir la contaminac­ión ambiental. Agitó mucho el pleito, aunque no lo decidiera, pero dejó claro que está listo para hacerlo en Mánchester. Como Modric, al que es imposible apreciarle la decadencia. Y así el Madrid llega al Clásico sujeto por un arnés de ocho puntos que le permitirá hasta equivocars­e dos veces.

En semanas así, a un grande le resulta difícil jugar los partidos por su orden, sin saltarse uno. Vale para los futbolista­s y vale para el entrenador. Ancelotti recortó por la azotea y dejó en el banquillo a sus dos delanteros de cabecera. Explicable lo de Rodrygo, tocado y con un suplente, Brahim, casi de su altura. Discutible lo de Vinicius, que sonó más a evitarle un escrache anunciado que a preservarl­e el físico. Son Moix fue el principio de esa especie de neurosis que de cuando en cuando le azota. Allí, hace un año, empezó en el suelo (diez faltas sufrió) y acabó en el limbo.

El cruce de la resaca copera del Mallorca y las vísperas europeas de Madrid dejó cinco cambios por cabeza. Ese baile de nombres devolvió el mando del equipo blanco a Modric. De salida, el croata no le dio ritmo que necesitaba. Luego lo bordaría. Fue una salida lenta, aburrida, solo rota esporádica­mente por algún zigzagueo de Brahim.

Todos los equipos tienen su arte. El del Mallorca es llevar al adversario donde no quiere ir, especialme­nte en casa, donde pone la pelota y las reglas: partidos largos, pesados, trabajosos, ásperos, antipático­s. El equipo está construido para eso, desde Raíllo hasta Muriqi, atacante tan desaliñado como combativo al que Aguirre dejó solo en punta.

En ese laberinto se vio atrapado el Madrid, con Bellingham metido a mediapunta puro por la presencia de Joselu. El inglés tuvo su primavera en invierno y ahora parece vivir su invierno en primavera. Todo, en realidad, resultaba primaveral, desde la temperatur­a a la astenia general. Falta de ‘eneryía’, en terminolog­ía de Ancelotti. La cosa le iba bien al Mallorca, que no pisaba el área del Madrid, pero tampoco parecía echarlo en falta. Quemaba minutos sin sentirse presionado esperando que, en un momento, Muriqi le metiera la cabeza a cualquier pelota o satélite que se le pusiese a tiro. A él o a Raíllo, que a la salida de un córner metió un testarazo picado que sacó Lunin.

El lance despertó momentánea­mente un partido congelado. Fue

tras la primera aventura que se le recuerda en tiempo a Tchouameni. Escapó de tres adversario­s y le dejó la pelota en la frontal a Bellingham, cuyo disparo, más colocado que potente, fue devuelto por el larguero. Todo sucedió por el centro, la zona por la que probaba el Madrid, con las bandas cegadas por la alineación de Ancelotti y la falta de iniciativa de Lucas y Mendy.

La velocidad es el alfa y el omega del fútbol. Si desaparece, también desaparece la distancia entre los contendien­tes. Eso sucedía en Son Moix. Dos equipos en las antípodas de potencial a la misma altura por la falta de alma del Madrid, confiado a la inercia de su escudo para ganar sin gasto. Bajo el sol de Palma estaba jugando en Mánchester.

Nada pasaba y de la nada llegó el gol que adelantó al Madrid. Después de un tirito de Bellingham rechazado por Rajkovic llegó otro más potente de Tchouameni que iba a un palo y acabó en el otro tras toque fatal en Morlanes, uno de los que fallaron penalti en La Cartuja. Hay semanas en que es mejor no levantarse. El francés merecía el honor porque era de lo más potable del equipo blanco.

Sin ponerle castañuela­s a su juego algo parecía haber mejorado en el Madrid, más metido en campo balear. En aquella fase Brahim se preparó un mano a mano ante Rajkovic que ganó el meta. El Mallorca había adivinado entonces la notable diferencia entre defender y achicar. De pronto, el muermo se había convertido en un partido de acción, porque Aguirre se echó al monte con tres cambios audaces. Abdón añadió un segundo punta, Darder afiló el mediocampo. El alboroto siguió con la entrada de Vinicius por Brahim, al que Modric le regaló un gol. El malagueño traspapeló una pelota que merecía un remate de primeras. Un error de bulto. Con él se fue Bellingham, enfadado con el mundo y posiblemen­te consigo mismo.

La irrupción de Vinicius fue estruendos­a. En diez minutos, cuatro ocasiones. Se debía algo en Mallorca. Fue un terremoto. En su cuarto intento dejó la pelota en pies de Valverde y sin portero. Lo salvó Nastasic, emboscado junto al palo. El siguiente milagro le tocó a Lunin, a zapatazo de Darder. Aguirre cambió a defensa de cuatro y metió un tercer nueve, Larin, últimas maniobras correctora­s sin resultado, aunque Muriqi la tuvo a puerta vacía en el último segundo tras cante de Lunin. Antes, Ancelotti había retirado a Modric, ovacionado como en el Bernabéu. Una leyenda del Real Madrid ya es una leyenda de todos.

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 ?? ?? Es la última ocasión en la que el Mallorca pudo marcar después de que Muriqi cargara a Lunin y al portero se le escapara el balón. No se pitó falta.
Es la última ocasión en la que el Mallorca pudo marcar después de que Muriqi cargara a Lunin y al portero se le escapara el balón. No se pitó falta.
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