AS (Las Palmas)

“Por el Calderón casi dejo los toros por el fútbol...”

AS inaugura con Miguel Abellán la serie ‘Los mejores recuerdos del Calderón’ donde destacados rojiblanco­s rememoran cuánto vivieron en el estadio rojiblanco. Lo que jamás se irá, por mucho que se empeñe la piqueta. Para él es toda una vida. Y un gol (“Vie

- PATRICIA CAZÓN

Mientras habla, Miguel Abellán (Madrid, 1978) no puede evitar mirar constantem­ente atrás. Atrás por encima del hombro. Atrás de reojo. Atrás, atrás. A su espalda se alza el Calderón. “Aún”, matiza. “Es que todavía no me quiero creer que esto se vaya a terminar, que se termine, pasar un día por aquí y que no esté”, dice y, al hacerlo, vuelve a mirar atrás varias veces, mientras la cara se le llena de nostalgia.

“Yo es que del Atleti soy de cuna, ¿sabes?”. De cuna del barrio de Usera.

De cuna de los partidillo­s en la calle “donde el raro era el que era del Madrid”, sonríe. “El Calderón se lleva mi infancia”. La infancia, la adolescenc­ia, aquellas primeras veces del Calderón, cuando el estadio por fuera no era mármol rosa y cristal azul sino pilotes rojos y blancos, cuando sus asientos no eran asientos sino bancos enteros de cemento. “Nos colábamos”, ríe. “Sí, sí. Al principio mis amigos y yo, todos del barrio, nos colábamos. Había un portero que nos dejaba y, corriendo, nos subíamos a la grada para ver los partidos desde ahí”. A los 12 años, incluso, aquello le tiró más que el toro.

“Sí, me aburrí del toro y busqué sentir las sensacione­s del gol”. Jugaba de extremo izquierda, como aquel ídolo cuyo nombre aún puede escuchar al ritmo del We will rock you en el fondo sur. Paulo, Paulo, Futre, Futre. “Jugué en el San Viator, en el Amorós...”, todo muy rojiblanco. A los 14 volvió el toro para siempre, pero el fútbol ya nunca lo dejaría, el Calderón.

“He tenido suerte con él”, dice. “He vivido aquí partidos tristones, pero también momentos muy bonitos”. La remontada al Barça de Cruyff tras irse al descanso 0-3. El 4-0 al Madrid. El 1-0 al Bayern. Goles es uno. “El de Vieri, desde el córner, al PAOK”, recuerda, seguido de un me encantó, me encantó. Ese es uno de los nombres que se lleva el Calderón en su mudanza. Uno de tantos. “Manolo, Solozábal, Kiko, Forlán, Agüero, Gabi...”. Y Futre, siempre Futre. Cuando habla de él, Miguel le pone el don delante. Don Paulo Futre.

“Siempre quise tener su camiseta...”, susurra. Y los ojos se le pierden de nuevo atrás, en el recuerdo de las que guarda en casa. Manolo, Solozábal o García Calvo. “¿Sabes que yo tengo un piso aquí?”, dice de pronto. Aquí es sobre el Chiscón, enfrente de las puertas 33, 32 del Calderón. “Sí, me lo compré cuando los hicieron, pensando en bajar de casa y ya pisar directo el estadio...”, confiesa. Uno de sus vecinos, por cierto, era un sueño cumplido, Don Paulo.

“Es que da una pena que se vaya...”. Pero el calendario ha sido implacable: todo lo que del estadio queda será lo último. “¿Ante el Madrid? ¿Remontar? El Atleti es capaz de lo mejor y peor. Hace poco vimos aquí un 4-0, aunque estos no son ni aquel Atleti ni tampoco aquel Madrid pero... ¿y si en los primeros 20 minutos hacemos un gol...?”. Qué momento más para añadir a todos los que ya ve cuando mira atrás, de reojo al estadio.

“Al menos podré decir que yo aquí hice un gol. Fue en un partido de artistas contra toreros pero gol igual”. La nostalgia ha vuelto a su voz. “Quizá alguna lagrimilla se escape el día del Athletic”. El último. Cuando sus luces se apaguen para siempre y en ellas se quede parte de su infancia, su adolescenc­ia, su Calderón inolvidabl­e.

Momentos “Todos: mi infancia, mis amigos de barrio, las previas en el Chiscón...”

Remontada “¿Y si en los primeros veinte minutos hacemos un gol...?”

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