AS (Las Palmas)

En lugar de la belleza

La Copa no es lugar para belleza. Anoche tampoco. El Barça ganó a remolque de Messi, que es como la Biblia. Todo lo que pudo pasar, pasó: el Alavés estuvo a punto… y el Barça también. Y ganó, por poco. El resultado es el reflejo del juego, del azar y de l

- DESDE LA TELE JUAN CRUZ

Messi. Hay en este futbolista una manera de ser que se parece a la del genio de las coincidenc­ias. Lo que hace es estar; y si está es posible que marque, centre o negocie la belleza. Sin embargo, en ese propósito estuvo solo. En lugar de la belleza que propone el 10 azulgrana, hubo incertidum­bre y azar, el resultado de una mediocrida­d que pone de manifiesto, como si este partido fuera una metáfora del año, las incertidum­bres defensivas del Barcelona. Es el argentino el más importante del equipo, pero no sólo porque marque o centre y verifique la calidad que se le supone al campeón de la

Copa. Es importante porque se toma en serio los partidos; es un futbolista excepciona­l que ni decepciona ni pospone. Le dio el gol a Alcácer, organizó el de

Neymar, hizo el suyo. No hay otro como él. Como me dijo un aficionado del Madrid cuando el Barça tomó el mando: “Messi es un libro abierto”. Un libro, una lección, un reto.

Pellegrino. Un experto en

fútbol (del Atlético) me dijo el lunes en Sevilla que en lugar de Valverde el entrenador del Barça tendría que ser Pellegrino. Y es cierto: este Alavés es mucho más que un equipo mediano; ha crecido con Pellegrino, que lo ha puesto a jugar como los grandes. Sabe contener, atacar, quedarse en el lugar preciso de la media, y rematar. Quedará diezmado, porque tiene jugadores demasiado buenos, como Theo, que se irá al Madrid, y que anoche se fue porque no soportó tanta presión. El trabajo de Pellegrino ha sido el de consolidar el futuro del equipo mientras hacía presente, y el resultado de su esfuerzo ha sido más importante que el que anoche exhibió. Ni Pellegrino ni Luis

Enrique generaron más belleza que la justa; en lugar de la belleza pusieron, uno y otro, lo que ambos pusieron en sus tiempos en el campo: pasión. Con pasión

no se alcanza la estética que se espera de genios que combinaron, en su día, pasión y pase. Con la pasión, tan solo, se consigue quizá resultado. Pero se esperaba que en la despedida del asturiano el Barça exhibiera aire y sólo produjo bochorno, cansancio, incertidum­bre. ¿Y el Alavés? Tan solo fue voluntario­so, un equipo que quería equiparars­e al Barcelona, no superarlo. Le faltó ambición a uno para hacer más y al otro para ser mejor.

Iniesta. Sentí que estábamos en las postrimerí­as de Iniesta, uno de los grandes de la historia azulgrana. Lo acribillar­on a faltas, como si fuera culpable de algo. Ahora que se puede hacer balance, al menos provisiona­l, conviene mirar hacia esta metáfora grande la belleza en el fútbol: ¿a qué viene lesionarlo, perseguirl­o, hacerle sufrir como lesionado su mejor etapa como jugador? No sirve para nada: es una maniobra contra la belleza que él puede generar. Lo sentí: impedirle a Iniesta generar belleza es una forma de dañar el fútbol en una competició­n tan arriesgada y bella como esta que se resuelve en 180 minutos o en 90 minutos.

Luis Enrique. Celebró su último partido; anunció tan anticipada­mente su extrañeza del equipo que anoche dio la impresión de que quería mantenerse en el alambre hasta el final. No quiso irse, lo empujaron. Anoche bailó, se sintió feliz, como liberado. Quizá es la primera vez que lo vimos relajado en años; su resultado global es bueno, digan lo que digan los tradiciona­les pesimistas del Barcelona: personalme­nte le deseo lo mejor en el fútbol, aquí o en la Conchinchi­na, o en China, o en Inglaterra, en cualquier parte. Y a Pellegrino le deseo también que encuentre la belleza, que esta vez ha sido esquiva e inquieta, como una mariposa que en ambos casos viste de azulgrana.

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