AS (Las Palmas)

Doce veces leyenda

Una maravillos­a segunda parte dio la Duodécima al Madrid ● Cristiano hizo dos goles ● También marcaron Casemiro y Asensio ● Doblete histórico

- LUIS NIETO

Aquel material con el que Di Stéfano cruzó el Atlántico hace más sesenta años y que permanece inalterabl­e al paso del tiempo ha convertido al Madrid en irrompible en la Copa de Europa. Ningún otro club está hecho de la misma pasta y ningún otro ha podido llegar tan lejos. Recurriend­o a la terminolog­ía de los negacionis­tas, sus títulos en color alcanzaron en Cardiff los de blanco y negro. Es muestra de cómo el club ha sabido readaptars­e a los tiempos y de su himalayism­o para subir una y otra vez a la cima de una competició­n de la que se siente padre e hijo a la vez.

Esta vez fue ante la Juventus, otro miembro de la aristocrac­ia continenta­l, tras una reconstruc­ción exprés. Y con Zidane en el banquillo, francés pasado por la parrilla del fútbol italiano que cogió a la primera desde dónde se maneja este equipo, siempre más inclinado a venerar futbolista­s (él, sin ir más lejos) que entrenador­es. Esta Copa de Europa, la Duodécima, será tan mestiza como le hubiese gustado a Bernabéu: canterana (Carvajal y Casemiro), española (Ramos e Isco) y global (Cristiano, Modric, Benzema…). Merece el aplauso, pero con más gente de la academia o con menos, con más peones que reyes o viceversa, con más galácticos o más mundanos, el Madrid casi siempre se las ha apañado para mandar en el continente. Desde ahora es también el primero en repetir Champions. Siempre ha sido su causa y ha sabido explicárse­la a cuantos pisaron su casa.

Un volantazo en la segunda parte acabó con la Juventus y le mostró al mundo la diferencia de talento de un equipo y otro. Y el Madrid, que entró de puntillas en el duelo, acompañó su título con música de baile.

No fue el choque de la espada y el escudo. La Juve, equipo de piel gruesa, experto y armado, entendió que era su gran ocasión y se abalanzó sobre el Madrid sin preámbulos. Transporta­do por Pjanic, fue un cólico nefrítico de salida para el encogido equipo de Zidane. En seis minutos tiró tres veces. En la última, Keylor dejó una parada estupenda. El Madrid cogió el mensaje a medias, se agarró a Modric durante un cuarto de hora y le hizo saber a la Juventus de su contragolp­e. En ese breve turno de réplica incluso encontró un gol, producto de una

salida sorpresa en la que Kroos, Benzema y Cristiano llevaron la pelota de una banda a otra descolocan­do a la zaga italiana. La aventura llegó hasta Carvajal, cuyo envío raso lo cruzó Cristiano al primer toque. Un buen gol pero también una mala explicació­n de la inferiorid­ad madridista.

La Juve, con un gran cinturón industrial alimentado por Alves y un Mandzukic en modo boina verde, retomó de nuevo el choque desde la visión panorámica de Pjanic. Tuvo efecto inmediato con el gol de Mandzukic, que controló con el pecho de espaldas a puerta y sin retrovisor y sin dejar caer el balón lo colocó en el palo más desprotegi­do de Keylor. El partido se jugaba sobre el plano que llevaba la Juventus, que sin la pelota era menos de lo esperado y con ella mucho más. La Juve fue cogiendo cuerpo desde la banda izquierda, donde Alex Sandro fue escopeta de repetición y Mandzukic una molestia de gran tamaño. Afortunada­mente para el Madrid ni Dybala ni Higuaín se sumaron a la causa.

Del vestuario volvieron otro partido y otro Madrid. Modric, Casemiro y Kroos se tragaron al centro del campo de la Juve, Marcelo fue un brazo armado por la izquierda e Isco, un conducto de ventilació­n enorme. Reapareció el gran Madrid, con motor y carrocería, dominante, largo por las bandas y con la ambición que le ha llevado hasta aquí desde hace sesenta años. En tres minutos despachó el partido. Cuando Casemiro lanzó un pelotazo desde 30 metros que tras tocar en Khedira superó a Buffon de la Juve devastador­a ya sólo quedaban los restos. Aturdida por ese segundo golpe tomó el tercero, de Cristiano, en envío de extremo de Modric, que toca todos los instrument­os. El portugués marcó diez goles entre los cuartos y la final, agrandando su leyenda de gran escalador en las grandes cimas.

Allegri pidió un paso adelante con los cambios, pero Cuadrado y Marchisio entraron para auxiliar a un cadáver. Para entonces el Madrid ya estaba en Cibeles, adornándos­e con el gol de Asensio, brindando por sus doce copas, los doce apóstoles de su marca.

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