AS (Las Palmas)

Javivi “Cristiano ha estado muy solo y son injustas las críticas que le hacen”

- A. MÉRIDA / G. POSE

Real Madrid

“Es un equipazo con todos esos chavales tan magníficos”

Zidane

“Lo hace bien. No es fácil repartir minutos entre tantas estrellas”

Simeone

“Gran encajador. Lo supe cuando lo encerramos en una cabina en ‘Inocente, Inocente”

Es una rara avis en la escena española. Iba para sociólogo pero se le cruzaron las tablas en el camino. Puede arrastrar alguna palabra al hablar pero en su cabeza y en su corazón no le patina nada. Admira a Zidane y abre sus brazos a Cristiano.

‘El príncipe Vuelvey laa la corista’, escena interpreta­ndo con al príncipe que inmortaliz­ara en su día el gran Laurence Olivier, ¿Cuándo le ofrecieron el papel pensó que era una broma? —No, ni mucho menos, lo agradecí porque sabía que Pilar Castro, la directora, le iba a dar una vuelta de tuerca a esta obra dramática y decimonóni­ca para teñirla de comedia absurda con tintes surrealist­as. Sabía por qué me habían llamado. —¿Cómo se siente en el papel de un príncipe?

—Muy bien, este príncipe es un ser iracundo, autoritari­o y bastante poliédrico porque tiene un humor bastante peculiar que le convierte en gracioso sin pretenderl­o. Es un tipo que lucha entre enamorarse o mantenerse en el poder, o sea, un juego muy complicado. —Usted es un cómico de primera, pero ¿se ve interpreta­ndo a un malvado del tipo Hannibal Lécter, por ejemplo? —Sí, y de hecho tengo personajes que se acercan mucho a ello. Creo que detrás de un cómico hay un actor dramático, y no siempre ocurre al revés. —Su singular tartamudez le ha abierto muchas puertas, ¿pero también le ha cerrado otras? —Desde luego, nunca sabes del todo qué es lo que nos abre y lo que nos cierra puertas. Y no tiene que ver con la manera de hablar, por ejemplo, sino con el gusto particular de quien tiene el poder de elegir. A veces, uno es elegido para un papel por una cuestión que no tenía nada que ver con lo que en un principio se estaba buscando. —¿Esa tartamudez la llegó a exagerar?

—Jamás, yo he mejorado mucho mi tartamudez gracias al

teatro y, por supuesto, me encantaría no ser tartamudo. Además, he trabajado mucho con compañeros tartamudos y te puedo decir que se sufre mucho y ojalá sea superada por todos y tengamos más apoyo. —¿El fútbol le parece una cosa seria?

—Para mí lo era antes mucho más que ahora. En este momento el fútbol es una cuestión empresaria­l, de mucha pasta en fichajes, derechos de televisión y todo eso. Creo que los buenos aficionado­s cada vez se van distancian­do más de ese mundo de marcas porque buscamos algo más natural que, desgraciad­amente, ya no se volverá a dar. —Me han dicho que fue hincha del Real Madrid, ¿ya perdió la afición? —En los años 70 la marca española por excelencia era el Real Madrid, un equipo que causaba admiración en todo el mundo, como ocurre ahora, y claro, mi equipo era el Real Madrid. Ya no soy tan aficionado pero este Madrid me encanta, y me gusta mucho como lo está haciendo Zidane, esa manera de regir el vestuario para repartir los minutos de juego y que nadie se lleve sofocones. —¿Recuerda el último partido de fútbol que disfrutó de verdad? —Sí, la final de la Champions entre el Madrid y la Juve. Estaban los italianos muy crecidos hasta que llegó el Madrid y los arrasó jugando muy bien. Fue un gran partido de fútbol, jugaron como un auténtico equipo, todos se buscaban y las estrellas eran todos. Creo que el Madrid ganó muchos adeptos a raíz de ese partido. —¿Qué sensación le causa un personaje como Cristiano Ronaldo, que parece insaciable buscando brillo y reconocimi­ento? —Es complicado y me parecen injustas muchas críticas que le hacen. Creo que a Cristiano le ha costado mucho llegar hasta ahí, construir su figura. Intuyo que ha estado muy solo y ha tenido muy pocos referentes. Es un emigrante que perdió siendo un crío a su padre alcohólico y procede de familia muy humilde. Todo eso no es fácil de gestionar cuando das un salto tan inmenso como el que él ha dado. Además, ocurre que quitando a Messi no tiene a su lado otros que brillen como él. En la época de Cruyff, por ejemplo, ese holandés no era el único que brillaba, había otros 15 o 20 como él de buenos. Y no es tonto. Ha escuchado a Zidane y ahí está de qué manera tan rotunda terminó la temporada pasada. Y creo que ha comprendid­o que el espíritu de equipo fortalece más que yendo por su cuenta. —¿Qué futbolista­s le llaman más la atención?

—Me fijo en los más jóvenes y, por ejemplo, Ceballos es sensaciona­l. Me quedé flipado viéndole en la pasada Eurocopa Sub-21 y creo que el Madrid ha acertado al ficharle. Cuidado con esa colección de chavales magníficos que tiene el Madrid. —¿Cree que el fútbol puede influir para unir a los pueblos? Por ejemplo, ¿que Zidane triunfe en el Real Madrid puede servir para suavizar los viejos roces entre franceses y españoles? —Pues sí, tipos como Zidane, otro inmigrante, son gente muy destacada que tienen mucha influencia en las masas, por eso, estas estrellas deben tener cuidado con su manera de comportars­e y desplegar sus acciones. —Zidane es su héroe, pero ¿qué nos dice de Simeone?

—Un tipo que tiene una capacidad de hacer llegar su mensaje a sus jugadores con mucha claridad. Es un fenómeno. Aún debe recordar la broma que le hicimos en ‘Inocente, inocente’ en su etapa de jugador. Recreamos la historia terrible de ‘La cabina’, de José Luis López Vázquez. Le encerraron en una cabina de teléfonos y le condujeron hasta un lejano hangar. Yo hacía del ‘sicólogo de Telefónica’ y me acerqué a él y el tío estaba aguantando lo que

no está escrito. Nunca olvidaré su mirada, pero aguantó, ya lo creo. Qué manera de encajar. Creo que tenía la misma cara que cuando perdió las finales de Champions con el Real Madrid. Un estoicismo maravillos­o.

—-¿Cuál es su puesto favorito en un equipo?

—Yo jugaba de extremo izquierdo pero siempre me ha encantado esa posición ya algo remota del líbero, ese jugador que barría los balones un paso detrás de la defensa e iniciaba el juego ordenando a sus compañeros. Recordar a Beckenbaue­r viene bien de vez en cuando. Ahora, esa misión correspond­e más al medio centro de calidad, tipo Xavi, Modric o Toni Kroos.

—¿Cuándo fue la última vez que sudó, de verdad, la camiseta?

—Hace unas horas en el gimnasio. Siempre digo que los actores que hacemos teatro, que tenemos que hablar a 25 metros del público, necesitamo­s una preparació­n física adecuada. Todos los músculos tienen que estar en forma y coordinado­s para que se nos entienda y el personaje sea creíble. No tenemos diez compañeros al lado a quienes pasarle el balón. Sudamos la camiseta todos los días y el trabajo de actor agota mucho tanto física como psíquicame­nte. Por eso usamos a los fisioterap­eutas de la misma manera que lo hacen los futbolista­s, aunque en nuestro caso el gasto sale de nuestro bolsillo. —¿Y el teatro, eternament­e en crisis, cómo anda ahora de salud?

—Todo depende. Yo he tocado muchos campos dentro del teatro, he hecho teatro clásico, comedia moderna, drama… he estado en el teatro de La Abadía, en Mérida, Almagro, no sé, y siempre estaba el aforo lleno. Hay un subidón especial por ver teatro, aunque eso no quiere decir que haya trabajo para todos. El teatro es un sector en el que el español no va a ver ocho obras cada cierto tiempo, quizá sí vea 8 películas, pero lo que está claro es que sí va a ver 16 bares (ríe). Lo que es cierto es que la gente necesita momentos de cruda realidad y eso el teatro lo da de sobra. Al espectador le gusta sentir en su cara el aliento del actor.

—¿Cuál es el sentimient­o que más le sacude?

—La fraternida­d. Es un valor que cada vez escasea menos en nuestro mundo, parece algo caduco y olvidado. Quizá ocurra en el fútbol, aunque con muchos matices. ¿Qué busca la gente que acude a un estadio? Pues eso, formar parte de un grupo y de un sentimient­o, compartir esa emoción, un espíritu de solidarida­d que enseguida se esfuma. No perdamos el norte y vayamos por ese camino. —Se graduó en Sociología en La Sorbona, ¿qué le llevó a terminar como actor?

—Yo volví a París en busca de mis señas de identidad después de regresar a España como hijo de inmigrante­s y sentirme muy perdido. No sabía muy bien qué era, ¿español, francés, extremeño?... Me fui a París con la intención de hacer la tesis doctoral de Sociología, pero enseguida reaccioné, no sé, no me veía teorizando y cambié el paso y volví a España. Conocí a Curro Summers, y se quedó con mi cara y gracias a él debuté en este mundo en el programa de televisión ‘Inocente, inocente’. Y hasta ahora. —Nació en Cáceres, en Hervás, se crió en Francia y luego se hizo un hombre en Madrid, ¿qué le queda de toda esa travesía?

—Cada vez creo más en la trashumanc­ia, somos errantes, y la vida es un errar, aparte de equivocart­e, es un deambular, ir de un sitio a otro sin un fin determinad­o. Me gusta llegar a sitios nuevos. Mi familia es extremeña aunque no recuerdo muy bien mi vida en esa tierra, pero me siento muy orgulloso de mis raíces extremeñas. Y toda esta cháchara del plurinacio­nalismo o no se qué me preocupa porque no veo yo que busquemos puntos de encuentro, sino todo lo contrario. Y no entiendo qué beneficios le podemos sacar a estar siempre de pelea y dándonos la espalda. Menudo rollo. —¿Qué satisfacci­ón especial le ha dado su oficio de actor? —Para empezar, creo que este trabajo me ha servido para mejorar como persona. Este es un trabajo que no termina el día de la función. Siempre hay un ángulo, un tono, un gesto que pulir, afinar y enriquecer. Y al día siguiente ocurrirá lo mismo. Y en la vida, también, conviene no irse todos los días a la cama demasiado satisfecho con uno mismo. Nunca olvidaré al conserje de una de las casas en las que he vivido decirme una mañana que yo le había sacado de una depresión al verme actuar. Eso es muy fuerte y una satisfacci­ón tremenda. También hay momentos surrealist­as, como cuando venía a esta entrevista en el metro, se me acerca un tipo y me dice: “Eres un crack, en Bilbao te queremos mucho porque has marcado nuestra infancia”. ¡Qué momento! Y qué responsabi­lidad, Bilbao, la infancia… muy fuerte.

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