El natural optimismo de Rincón
En vísperas de la Navidad se había colado ese España-Malta que pondría fin a la fase de clasificación de la Eurocopa de Francia y todo apuntaba a que sin nuestra presencia. En esa situación, más la lluvia que cayó en esos días, el fútbol ese día parecía sobrar. Pero los jugadores y los técnicos de la Selección no pensaban lo mismo. Tenían que marcar ONCE GOLES. Nadie se planteaba que ellos marcarían uno. Cada cual se hacía sus número. Mil cálculos. Se podía. Al frente de aquellos y manifestándolo claramente, se encontraba Rincón. En la mayoría, prudencia.
Yasí también se manifestaban los aficionados que aún no se habían recuperado del desastre del Mundial jugado en casa. Nadie podía imaginar que estábamos en vísperas del partido en el que, sin ganar un título y ante un rival, en aquel momento insignificante, cambió la relación entre la Selección y los aficionados. Y es un partido que comenzó con muy pocos aficionados en el Villamarín y ante el televisor y que en el descanso, con el marcador 3-1, produjo una estampida en el campo y en el sofá. La segunda parte fue mágica. NUEVE goles. El campo se volvió a llenar, los sofás se quedaron pequeños. La abuela vio por primera vez un partido de fútbol. Daba igual quién marcara. Menos el último que fue el GOL de SEÑORRRRRRRRRRRR.