Una tribuna en El Molinón para Quini
Era como Zarra, querido en todos los campos
Mientras siento todavía el golpe seco de la noticia, ya me imagino sentado en El Molinón en una tribuna que lleve el nombre de Quini. Lo merece. Y desde aquí lo pido. Allí quiero sentarme a recordarle. A volver a disfrutar imaginándole tras el balón. Enrique ya se ha ido con José Manuel allá arriba. El capitán del Sporting que era como su hermano y que también lo fue mío y por el que mantuvimos un nexo que me hacía quedar con él siempre que iba a Oviedo oa Gijón a rodar.
Porque Quini era un jugador extraordinario, pero sobre todo era una persona bondadosa. Su personalidad no era áspera. Divertido y con sentido del humor, siempre me recordó a Telmo Zarra, un futbolista al que, cuando se dispersaba la nube de fotógrafos en cualquier campo, el público le aplaudía. Como a Iniesta después del gol mágico en el Mundial. A Quini se le quería en cualquier parte. Está en el imaginario de todos.
Había que viajar por cualquier lugar de Asturias a finales de los setenta para comprobar lo famoso que era. En muros, en los campos, había pintadas de ‘Quini no te vayas’ cuando iba a fichar por el Barcelona. Después lo recibieron magníficamente cuando volvió. Y eso que llegó a marcar dos goles al Sporting en la final de Copa en el Calderón en 1981. Lo viví junto a José Manuel y el presidente Manolo Vega Arango. ¡No lo podían creer! Pero no podían dejar de quererle.
Enrique deja huella como uno de los grandes jugadores asturianos, al nivel de Herrerita o Villa. Siete veces Pichichi, entre Primera y Segunda. En un entrenamiento le vi echarse el balón en el centro del campo, rematar de cabeza desde allí e incrustarlo en la red. Sus compañeros decían que tenía un hueso tremendo. En la última etapa me recordó a Uwe Seeler. Se echaba atrás, aguantaba y dominaba el balón llevándolo a las bandas sin dejar de meter goles. Quiero volver a El Molinón. Y sentarme en su tribuna.
De cabeza Le vi echarse un balón en medio campo, rematarlo y hacer gol