Una cuestión de identidad
Es el fútbol un deporte de actor, protagonistas como son, y deben serlo, los propios futbolistas. Aunque los haya que no se lo crean. Ocurre sin embargo que, de vez en cuando, tan importantes como los tipos del calzón corto pueden ser los entrenadores, capaces como son algunos de impregnar a su equipo de un sello, propio del concienzudo trabajo de despacho y banquillo. Como los futbolistas son los protagonistas, es a ellos a quien se debe preguntar. “Hoy sí se sabe a qué jugamos”, aseguraba ayer Chichizola. “Tal y como estábamos hace unos meses, estar ahora así es como para hacer una fiesta”, decía Jémez la semana pasada. Ocurre que, cuando cogió las riendas de este potro desbocado que era la UD Las Palmas, galopando sin orden ni concierto, se mascaba la tragedia.
Dicen los entendidos que jugar bien, mal, mejor, peor, depende de muchos factores y del concepto que cada uno tengo sobre ello. Y que competir es otra cosa que poco o nada tiene que ver ello. Hace unos meses era impensable que Las Palmas le ganara al Valencia, empatara en San Mamés, tuteara el Barça o hiciera sudar sangre al Celta. Superó la bofetada de Girona y el trompazo del Wanda. Ahora compite y aguanta en los partidos. Golearle no es tan fácil y la permanencia está a tiro de piedra. Desde luego, un milagro cocinado a fuego lento. Quedan 11 partidos pero la UD ya hizo lo más difícil. Es una cuestión de identidad. Sin ella estaba condenada a morir.