Así se juega una final de vida
Tan mal están Deportivo y Las Palmas, que a mediados de marzo ya se habla sin tapujos de “final”. Dos equipos en declive, de mal en peor, con cambio de entrenador incluido, a Segunda sin remedio. Dos equipos unidos por malas decisiones de despacho, mal ejecutadas en el césped, cogidos de la mano hacia un mundo peor. Pero ocurre que el fútbol tiene alma, una vida difícil de explicar, acaso imposible de trasladar a las palabras. Y vida les queda todavía, mas no mucha, a los protagonistas del envite de Riazor. Hay además alguna que otra cuenta pendiente, pues el hoy equipo de Seedorf se paseó en el partido de la primera vuelta (1-3). Cayó eliminado en Copa, pero fue tan vergonzosa la clasificación insular que le costó el puesto a Ayestarán. Historias para no dormir en ambos extremos.
Le está costando a Seedorf hacerse con la formación gallega, y tampoco es que le sobre tiempo. Lo mismo le ocurre a Paco Jémez, experto como parece su equipo en dar tropecientas de cal y alguna suelta de arena. Hoy además tiene a su columna vertebral partida por la mitad, con Gálvez sancionado y Etebo y Peñalba cojeando por una lesión. “Odio poner excusas”, dijo ayer el entrenador cordobés afincado a la sombra de la imponente Torre de Hércules. Justo es reconocerle que nunca las pone, como justo es reconocer que patinó con Pedro Bigas. “Si no llega a estar lesionado, su mujer daría a luz sola. Esto es así”. O no. Porque ver nacer a tu bebé sí que es jugar una verdadera final. Pero de la vida. El mejor ejemplo, Sarunas Jasikevicius y Augusto Lima. La vida, antes que el deporte. Siempre.