AS (Las Palmas)

Una Copa por Iniesta

Su última final con el Barça estuvo a la altura de su carrera ● Doblete de Suárez ● También marcaron Messi y Coutinho ● El Sevilla no existió

- LUIS NIETO

Se marcha Iniesta y sería razonable que durante un tiempo Tebas permitiera que ondeara a media asta la bandera de LaLiga. Con él se van una era y parte de un estilo. De juego y de vida. Por su fútbol sencillo, infalible, casi musical, empezó y acabó el Barcelona una final sin equilibrio, muy alejada de las previsione­s, y que en media hora andaba lista de papeles. El partido de Iniesta, en realidad, no cerró una etapa, sino que abrió un debate. ¿De verdad puede el Barça permitir la salida de un jugador así, aún en buen uso? Se presume un luto largo. Al menos una decena de veces al año será repatriado por Lopetegui. Merecerá la pena traerlo desde China, y desde Marte si es preciso.

Al otro lado, lleno de privacione­s, quedó el Sevilla, que sólo recorrió un corto trayecto: fue del suicidio al desastre a la velocidad del sonido. El Barça lo hizo pedazos con precisión quirúrgica desde el mismo momento en que quedó silenciada la grillera del Himno, más llevadera, por cierto, que en anteriores ocasiones.

Al Barça le duele Roma. Le dolerá con su doblete. Le dolerá todo lo eternament­e que el fútbol lo permita. Pero su temporada, aritmética­mente, esta siendo impecable. En el Wanda también lo fue futbolísti­camente. Valverde, al que de mañana ya le habían enseñado la guillotina en el quiosco, fue el primer ganador del título. Se quitó de en medio a Banega, el único corredor por el que podía escapar el Sevilla, con una presión despiadada y acertó en la instrucció­n del juego en largo ante la adelantada zaga andaluza. El plan de Montella era defender en pocos metros, meter al Barça en un desfilader­o que le llevara a un dominio impostor y al descuido. Acabó resultando una majadería. La estrategia le abrió el título de par en par al Barça.

El Sevilla se vio atrapado, incapaz de ligar tres pases, hipotecado sin el balón y a merced de esa biodiversi­dad ofensiva del Barça: la profundida­d de Coutinho, la batuta de Busquets, la magia de Messi e Iniesta, el martillo pilón de Suárez... El primer gol llegó en un pelotazo largo de Cillessen, en papel de primer atacante, que desnudó a la defensa del Sevilla. Coutinho arrancó de campo propio, David Soria no se atrevió a salir y

el brasileño llegó hasta el área pequeña para regalarle el gol a Suárez. El Sevilla había salido de casa sin cerrar la puerta.

Ni para ese tanto ni para lo sucedido anteriorme­nte había necesitado a Messi, reclamado únicamente para lanzar una falta que le sacó el meta del Sevilla de la escuadra. Le habían bastado Iniesta, instructor de una generación de centrocamp­istas, y una voluntad coral por ganar. El arrebato del Sevilla se quedó en el himno. No hubo adversario que desbravar. Sólo Navas intentó abrir una vía de esperanza por su banda. Un centro suyo no encontró remate y otro lo cabeceó Vázquez a las manos de Cillessen.

Lo que vino después fue una carnicería. Abriendo las bandas, encontrand­o los espacios, desplegand­o su ballet, un Barça a revientaca­lderas reivindicó su verdadero nivel. De una pared Iniesta-Alba, con taconazo del lateral, llegó el 0-2 de Messi. Y de otra combinació­n entre el argentino y Suárez, el 0-3. Al Sevilla sólo le cabía alegar indefensió­n. El uruguayo, que en cada partido colecciona media docena de acciones susceptibl­es de acabar ante un tribunal, templó su embestida y practicó la autopsia del Sevilla antes de llegar al descanso.

Después ya sólo quedaba alargar la fiesta culé. El cuarto gol fue un estruendo, una de esas jugadas que dan para la apoteosis. Enlazaron Suárez, Iniesta y Messi y el albaceteño sentó a David Soria con un amago y se abrió la puerta grande con su gol, única asignatura de notable en una carrera llena de matrículas de honor. A Sandro, presunto socorrista del Sevilla, lo sacó Montella para hacer pasillo al Barça.

Alcanzada la manita, el Sevilla se vio en una situación realmente insólita: llevó a 21.000 soñadores al Wanda y una minoría hasta se atrevió a susurrar la dimisión de la junta. Un mal pronto para una buena temporada que debe salvar llegando a Europa. Porque el Barça del Wanda, el de Valverde e Iniesta, ovacionado hasta por la afición sevillista, estuvo cerca de la inmortalid­ad.

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