AS (Las Palmas)

Bendita rodilla

El millar largo de españoles que ‘jugaban’ en inferiorid­ad con la marea iraní en el Kazán Arena resoplaron de alivio cuando acabó el partido. Tres puntos de oro en un día para olvidar...

- DESDE LA TELE TOMÁS RONCERO

El Muro iraní. El país asiático es una maravilla para los amantes de las cumbres, dado que los Montes Zagros incluyen varias cotas superiores a los 4.000 metros que forjan una pared infranquea­ble para los países vecinos. Esa mentalidad de ‘fortaleza inexpugnab­le’ la han trasladado a su selección. Carlos

Queiroz ha sabido reinventar­se para pasar de entrenar a

Ronaldo, Beckham, Figo o Zidane a coger un grupo de guerreros persas que se dejan la vida defendiend­o el escudo de su patria. Irán llegaba con una tarjeta que me costó creer en la víspera. Ni un gol encajado en 15 de los últimos 19 partidos jugados. “No se habrán medido a un rival serio”, nos decíamos todos para consolarno­s y para desterrar cualquier resquemor antes de la batalla de Kazán. Pero a los cinco minutos ya vimos que esta gente no iba de farol. Se cierran como un acordeón en torno a su narigudo portero, Beiranvand, que por momentos nos parecía una sombra inalcanzab­le protegida por un ejército curtido en las Termópilas. Piernas, pectorales, cabezas, espaldas, traseros, brazos... Una defensa grupal armonizada como si fuesen norcoreano­s. Todo les valía para desviar los intentos españoles en el último instante. España jugaba al balonmano, circulando horizontal­mente buscando una rendija que no llegaba. Y como aquí no hay pasivo, el tiempo fluía para desesperac­ión de Hierro y su tropa. El monólogo era insustanci­al y estéril, creando menos peligro que Superman en una piscina de kryptonita. Habíamos caído en su trampa. Estos persas casi nos vuelven locos. ¡Qué rival más rocoso!

De película. Al jugarse el partido en Kazán, me dio por recordar a Elia Kazan, director de cine y escritor estadounid­ense de origen griego. En su

filmografí­a podemos rescatar películas como Esplendor en

la hierba y Fugitivos del terror

rojo. Pues ni una cosa ni otra. Ni jugamos como ante Portugal, con tramos primorosos, ni los iraníes se asustaron ante

La Roja, quizás porque al ir de blanco nos vieron como un león con las uñas limadas. Fue el partido tonto de cada Mundial.

Pero así es como se ganan los títulos: sobrevivie­ndo a los días en los que te trabas hasta para lavarte los dientes...

Piqué a 100. El central azulgrana llegó a su partido centenario con España. Lo puede decir en voz alta. Su desempeño y su rendimient­o ha sido sobresalie­nte. Junto a Ramos, Piqué ha formado una pareja de hecho que nos permite dormir más tranquilos hasta en las noches de penumbras y dudas como la que nos ocupa. Ya son 13 jugadores que han llegado a la cota 100 con La Roja. Olé por ellos.

El VAR. Me va gustando su aplicación racional. Cuando los iraníes nos metieron el gol del empate, por unos minutos nos vimos en la miseria y braseados con un pinchazo que no hubiera tenido justificac­ión alguna. Los chicos de Queiroz lo festejaban como si hubiesen ganado el Mundial. Menos mal que el uruguayo Cunha se mantenía imperturba­ble. El VAR lo dejaba claro. Fuera de juego. Ufff. Un respiro.

Ganar es bastante. Horas antes del partido comí con unos amigos en Bistoon, un restaurant­e iraní cuyo dueño, persa de cuna, se casó hace seis años con una cordobesa para repartir su corazón con nosotros. El hombre nos avisó: “Ojo a Irán. Os vamos a hacer sufrir. Es difícil hacernos gol”. Y tanto amigo. De rebote y de rodilla. Lagarto, lagarto. Gracias, Diego ‘Pichichi’ Costa. Y el lunes, a ganar como sea a Marruecos. Sí o sí.

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