Bendita rodilla
El millar largo de españoles que ‘jugaban’ en inferioridad con la marea iraní en el Kazán Arena resoplaron de alivio cuando acabó el partido. Tres puntos de oro en un día para olvidar...
El Muro iraní. El país asiático es una maravilla para los amantes de las cumbres, dado que los Montes Zagros incluyen varias cotas superiores a los 4.000 metros que forjan una pared infranqueable para los países vecinos. Esa mentalidad de ‘fortaleza inexpugnable’ la han trasladado a su selección. Carlos
Queiroz ha sabido reinventarse para pasar de entrenar a
Ronaldo, Beckham, Figo o Zidane a coger un grupo de guerreros persas que se dejan la vida defendiendo el escudo de su patria. Irán llegaba con una tarjeta que me costó creer en la víspera. Ni un gol encajado en 15 de los últimos 19 partidos jugados. “No se habrán medido a un rival serio”, nos decíamos todos para consolarnos y para desterrar cualquier resquemor antes de la batalla de Kazán. Pero a los cinco minutos ya vimos que esta gente no iba de farol. Se cierran como un acordeón en torno a su narigudo portero, Beiranvand, que por momentos nos parecía una sombra inalcanzable protegida por un ejército curtido en las Termópilas. Piernas, pectorales, cabezas, espaldas, traseros, brazos... Una defensa grupal armonizada como si fuesen norcoreanos. Todo les valía para desviar los intentos españoles en el último instante. España jugaba al balonmano, circulando horizontalmente buscando una rendija que no llegaba. Y como aquí no hay pasivo, el tiempo fluía para desesperación de Hierro y su tropa. El monólogo era insustancial y estéril, creando menos peligro que Superman en una piscina de kryptonita. Habíamos caído en su trampa. Estos persas casi nos vuelven locos. ¡Qué rival más rocoso!
De película. Al jugarse el partido en Kazán, me dio por recordar a Elia Kazan, director de cine y escritor estadounidense de origen griego. En su
filmografía podemos rescatar películas como Esplendor en
la hierba y Fugitivos del terror
rojo. Pues ni una cosa ni otra. Ni jugamos como ante Portugal, con tramos primorosos, ni los iraníes se asustaron ante
La Roja, quizás porque al ir de blanco nos vieron como un león con las uñas limadas. Fue el partido tonto de cada Mundial.
Pero así es como se ganan los títulos: sobreviviendo a los días en los que te trabas hasta para lavarte los dientes...
Piqué a 100. El central azulgrana llegó a su partido centenario con España. Lo puede decir en voz alta. Su desempeño y su rendimiento ha sido sobresaliente. Junto a Ramos, Piqué ha formado una pareja de hecho que nos permite dormir más tranquilos hasta en las noches de penumbras y dudas como la que nos ocupa. Ya son 13 jugadores que han llegado a la cota 100 con La Roja. Olé por ellos.
El VAR. Me va gustando su aplicación racional. Cuando los iraníes nos metieron el gol del empate, por unos minutos nos vimos en la miseria y braseados con un pinchazo que no hubiera tenido justificación alguna. Los chicos de Queiroz lo festejaban como si hubiesen ganado el Mundial. Menos mal que el uruguayo Cunha se mantenía imperturbable. El VAR lo dejaba claro. Fuera de juego. Ufff. Un respiro.
Ganar es bastante. Horas antes del partido comí con unos amigos en Bistoon, un restaurante iraní cuyo dueño, persa de cuna, se casó hace seis años con una cordobesa para repartir su corazón con nosotros. El hombre nos avisó: “Ojo a Irán. Os vamos a hacer sufrir. Es difícil hacernos gol”. Y tanto amigo. De rebote y de rodilla. Lagarto, lagarto. Gracias, Diego ‘Pichichi’ Costa. Y el lunes, a ganar como sea a Marruecos. Sí o sí.