AS (Las Palmas)

Siesta en el pelotón

La etapa llegó con media hora de retraso Ganó Groenewege­n

- JUAN GUTIÉRREZ

Después de la borrasca, llegó la calma chicha. Después de esa primera llegada en alto en el Muro de Bretaña, esa pelea entre clasicóman­os con Dan Martin al frente, esos segundos arañados por Alejandro Valverde, esos segundos perdidos por Chris Froome y Rigoberto Urán, esas averías que lastraron a Tom Dumoulin y Romain Bardet, esos abanicos que casi sorprenden a Mikel Landa y Nairo Quintana… Después de esas emociones del jueves, el pelotón se tomó la etapa del día siguiente sin prisas. Piano, piano. No fue una jornada elegida al azar para lanzar el ancla, sino la jornada más larga de esta 105ª edición: 231 kilómetros entre Fougeres y Chartres. Al fondo asomaba una reivindica­ción. Si tú me castigas con un recorrido tan largo, yo te respondo con un trote de cicloturis­ta dominguero. Un ritmo rebeldemen­te soporífero. Indigno para un escenario como el Tour de Francia y para los mejores ciclistas del mundo.

Sólo hubo un toque de corneta que nos despertó de la siesta. Ocurrió a 100 kilómetros de la llegada, casi un calco a la etapa precedente. El Trek se alió con el viento para poner la carrera en fila india, para provocar un profundo corte. El Movistar sí estuvo atento en esta ocasión, incluso participó activament­e en la refriega. Vimos a Valverde en cabeza. Se está divirtiend­o en este Tour. No cayeron presas de relieve: Dan Martin y poco más… En una decena de kilómetros, el pelotón retomó el sosiego, los grupos se fusionaron… Y otra vez se echaron a dormir.

En casa del inventor.

Sin algo más interesant­e que presenciar, y a la espera de que llegara el sprint, desempolva­mos la fabulosa historia de la Grande Boucle, inspirados por esa ciudad de Chartres que esperaba a los corredores, donde nació el inventor del Tour, que no fue Henri Desgrange, sino su redactor de ciclismo Géo Lefèvre. Fue él quien le dijo a su director, en la mañana del 20 de noviembre de 1902: “¿Por qué no un Tour de Francia ciclista?”. El 1 de julio de 1903 se convirtió en realidad. Lefèvre concentró las funciones de director de carrera, de comisario deportivo, de juez de meta y de enviado especial de L’Auto. Sólo le faltó tocar la guitarra.

Los bostezos de esta séptima etapa no estuvieron a la altura de aquella visionaria aventura. Todo lo contrario. Los ciclistas deshonraro­n la herencia de Lefèvre en su localidad natal. Habrá días mejores. O eso esperamos. Quizá el domingo sobre el pavés, o quizá en las dos siguientes semanas inundadas de montañas. La magia del Tour siempre aparece, desde hace ya 115 años.

Así nos plantamos en la meta de Chartres ya pasadas las seis de la tarde, con media hora de retraso sobre el horario intermedio previsto por la organizaci­ón. Dylan Groenewege­n rompió la hegemonía al sprint de Fernando Gaviria, que había conquistad­o con autoridad los dos embalajes anteriores. El holandés del Lotto-Jumbo ya ganó el año pasado en los Campos Elíseos. Es su segundo triunfo en el Tour. Groenewege­n tiene 25 años. Gaviria, 23. Medirán más veces su velocidad. El pelotón invirtió un tiempo de 5 horas, 43 minutos y 42 segundos, a un promedio de 40,326 km/h. Van Avermaet retuvo el maillot amarillo sin sobresalto­s. Fin del tostón.

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AFICIONADO FIEL. El público volvió a responder en las carreteras, siempre lo hace, a pesar de la soporífera etapa que se marcó ayer el pelotón..
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