AS (Las Palmas)

Miguel Ríos “Jugaba con Di Stéfano y era como estar con Elvis”

- MARCO RUIZ / LA ENTREVISTA

Miguel Ríos (Granada, 1944) es uno de los estandarte­s de la escena musical en España de las últimas seis décadas. Porque sigue dando guerra en los escenarios, como con su última aventura, ‘Symphonic Rios’, una experienci­a de rock sinfónico en la que le acompaña una orquesta de 56 músicos... De Granada, ¿de dónde?

—Del barrio de Cartuja. Del Cercado Bajo de Cartuja, porque por lo visto había un cercado alto que yo nunca vi (risas). Era un barrio de casas pequeñas y había dos bloques grandes que formaban una ele, y en el centro había una placeta que fue mi sitio iniciático en el fútbol, cuando rompíamos los cristales de las vecinas…

—¿Allí empezó a jugar?

—Pero no con una pelota, sino con todo tipo de objetos que hacían la vez… Mi hermano Paco llegó a jugar en el CBS (Cercado Bajo de Cartuja) y un día se trajo un balón. Y aquello fue un acontecimi­ento. Yo tuve la misma sensación entonces que cuando toqué en La Noche Roja con un equipo de música inglés, la sensación de tocar algo auténtico.

—¿Tuvo una infancia difícil?

—Mi padre trabajaba en el aserradero de San José y llegó a ser el encargado. Murió con 62 años cuando yo tenía 15. El mío era un barrio obrero, en realidad las casas habían sido sorteadas, como se hacía antes, por gremios. Y a mi padre le tocó porque habían sobrado casas del gremio al que se habían destinado que era el de ‘clases pasivas’, que les llamaban antes, los funcionari­os de ahora. Y allí viví hasta que me vine a Madrid con 17 años. Pero recuerdo una infancia de escándalo...

—¿Lo fue?

—Si había carencias yo no me daba cuenta. También estaba la familia muy ligada a la Vega, porque mi padre era de Chauchina, y por la puerta entraban de pronto sacos de patatas y cosas así… Y afectivame­nte fue una suerte. Soy el séptimo de siete hijos, tengo cinco hermanas mayores, un matriarcad­o absoluto en el que había mucho cariño, muchas bromas, mucha risa, mucho teatrillo que hacían mis hermanas…

—¿Llegó a ser del Granada?

—-Me costó hacerme porque, eso sí, no teníamos dinero para entrar al campo. Mi barrio estaba muy cerca de Los Cármenes, y la única manera de entrar era cuando se escapaba algún balón del estadio por la tapia. Si lo cogías, era un salvocondu­cto para entrar.

—¿Cómo dice?

—Nos poníamos los chavales en el descampado que había justo enfrente del Hospital Clínico y que ahora está lleno de casas, y los balones que saltaban la tapia caían en aquel terreno que estaba muy irregular. Recuerdo que la pelota cambiaba dos o tres veces de dirección a cada bote antes de que alguien lo atrapase… Y si lo llevabas de vuelta, te dejaban entrar.

—¿Cuántos niños había en aquel descampado?

—-Pues quince o veinte, todos los del barrio y gente de otros barrios que venía a oír el fútbol.

—¿Sí? —¿A oírlo?

—Entonces el fútbol se oía desde fuera. Los ‘uys’, los murmullos crecientes, los goles, claro… Y gritábamos desde fuera: “¡Quién ha sido!”. Porque la tapia llegaba justo por el culo de la última fila y había comunicaci­ón. “¡Ha sido Pellejero, Pellejero!”.

—¿Con su padre no llegó a ir a estadio?

—No, no… No era él un gran aficionado. Sí que tuve un primo, Pepe Ríos, que jugó en los 50 en el Granada de medio volante, y en el Depor.

—¿Cuál es su Granada?

—El primero es el de los Candi, Millán, González… Pero casi antes que del Granada, yo me aficioné al Real Madrid.

—A un vecino mío su hermano, que había emigrado a Barcelona, le regaló un juego de chapas del Barça. Yo, inmediatam­ente, me fabriqué un equipo del Madrid para jugar contra él, sin saber muy bien qué hacía. Hablamos del 55 o así. Y ya después, con 14 o 15 años, empecé a trabajar en Luis Olmedo, una tienda del centro, y ahí ya tenía yo dinerillo para ir al cine… Y buscábamos los NO-DO para ver al Madrid.

—¡No me diga!

—Es que en aquella época se anunciaba la película y al mismo tiempo la escaleta del NODO, porque había el A, el B y el C... ¡Real Madrid-Stade Reims! Pues a esa película que vamos. Y encima te podías quedar a ver el NO-DO de la siguiente función.

—¿Qué pensaba cuando veía al Madrid en aquellas cintas?

—El primer recuerdo que tengo yo de la gloria, de algo brillante, empieza con el Madrid. Se daba una circunstan­cia increíble. Yo lo veía desde una doble altura, porque íbamos al gallinero. Y encima las tomas del NO-DO se hacían muchas veces en picado. Así que era un doble picado, una visión muy vertiginos­a en la que además, las camisetas, al ser tan blancas, destellaba­n. ¡Era mágico! Y entendías el fútbol por posiciones. Porque había imágenes que te enseñaban la disposició­n en el campo, y era casi un rollo geométrico ver cómo se la pasaban unos a otros.

—¿Cuándo entra más en contacto con el Madrid?

—Estando ya en Madrid y siendo algo conocidill­o me fui a vivir a Doctor Fleming, que eran los apartament­os más modernos que había en la ciudad, hasta tenían servicio de hotel. Y aquello estaba al lado del Bernabéu, que era lo que yo quería. Empecé a ir al gimnasio del estadio y me hice socio del club.

—¿Había un gimnasio?

—Donde ahora está la Esquina del Bernabéu. Y había un campo. ¡Y todos los días del año se jugaba allí al fútbol! En aquel gimnasio, por ejemplo, entrenaban todos los especialis­tas del cine. Yo corría cuando quería sobre el césped del Bernabéu, era bestial. Y en aquel campo jugábamos muchas veces. El Butano iba mucho. Y profesiona­les como mi socio Félix Ruiz a veces se descolgaba­n. Imagínese jugar en un campo de fútbol que terminaba en cuña, 13 para 13 o 15 para 15, el embotellam­iento que había. Si dabas más de un toque te pegaban siete patadas (risas).

—¿Usted siempre jugó?

—Hombre, de pequeño no destacaba, nadie me elegía en el colegio en plan: “¡Ríos, tú conmigo!”. Se me daban mejor otras cosas, como cantar en el coro… Pero así, con 20 años, empecé a jugar más y terminé dándole bastante bien.

—¿Cuántos años estuvo jugando con los veteranos?

—Pues en la Esquina estuve jugando hasta el 82, cuando fueron las obras por el Mundial y quitaron ese terreno. Y luego nos fuimos a la antigua Ciudad Deportiva, de la que yo me había hecho socio…

—¿Tenía derecho a ir por ser socio del Madrid?

—No, no, además te tenías que hacer socio de la Ciudad

El Madrid “Había que buscar en qué NODO salía y veíamos esa película”

Puskas “Era el típico que te trincaba de los huevos de broma y los apretaba”

Di Stéfano “Me llamaba ‘Tigre’, y yo iba rápido y fogosament­e a sus órdenes”

Cristiano “Me gustaba porque jugaba de maravilla, pero era un niñato”

El club “La manera de improvisar este año ha sido escandalos­a”

Deportiva. Allí también se jugaba al tenis… Yo siempre he hecho mucho deporte, porque tenía tendencia a engordar y para lo mío no me venía bien.

—¡Un rockero deportista!

—Sí hombre, hubo muchos… Rod Stweart, por ejemplo, al que conocí cuando fui con el Madrid a ver el partido contra el Tottenham, en la época de Luis de Carlos, era un pelotero… En el rock inglés muchos jugaban. Pero ya le digo, el rollo mío es que sabía que tenía que tener físico, que

si no, palmaba.

—¿Y cómo eran ya los partidos en la Ciudad Deportiva?

—Pues ahí ya venían grandes figuras, hasta Di Stéfano, Puskas, Marquitos, Santamaría, Félix Ruiz, Mateos, Grosso… Se hizo una peña tan popular que hicimos cuatro equipos.

—¿Y cómo se repartían?

—Elegían a pies los capitanes, Santamaría, Puskas, Di Stéfano y Rial. Y jugábamos con lluvia, con nieve… como fuera.

—Brutal.

—Y se cabreaban entre ellos si perdían. Eran la hostia de competitiv­os.

—¿Cómo era Puskas?

—Te partías con él. Hablaba en infinitivo. “¡Quita, cabrón, tú hacer trampas!”. Era increíble y un tío que te sobrepasab­a al mismo tiempo. Era el típico tío que aprovechab­a que te estabas poniendo los calcetines en el vestuario para trincarte de los huevos y apretártel­os.

—Un fenómeno…

—Puskas me llamaba a mí Cantamañan­as, y yo a él Ruso, imagínese, se ponía enfermo cuando se lo decía… “Cantamañan­as tú venir aquí, hijo puta, yo matarte a ti” (risas). “Tú no ser comunista”, me decía. “Yo vivir en la casa de Carrillo”. Y es que vivían en el mismo edificio. ¡Esta persona que tiene usted aquí delante ha jugado al mus con Puskas de pareja! Yo le quería mucho y él a mí, como personaje anecdótico en su vida, supongo que también.

—¿Cómo era jugar con ellos?

—Incluso yendo en su equipo tú no les dabas la pelota. ¡Te la quitaban! Y te daban con la mano: “Venga, fuera”. Pero mire, fueron los mejores momentos de mi existencia lúdica.

Yo dejé de ir por la voz, porque de repente empecé a gritar jugando, como si supiera, y me afectaba a las cuerdas vocales. La verdad es que terminé jugando bastante bien. Si en lugar de con veintitant­os años hubiera empezado con 15, creo que habría sido hasta profesiona­l. Porque físicament­e era potente. Me veía Di Stéfano estirar y me decía: “Yo le digo que haga esto a Sol, y se rompe”. Entonces, él entrenaba al Valencia.

—¿Cómo recuerda a La Saeta?

—Para mí era como si jugara con Elvis Presley (risas).

—¿Tiene anécdotas con él?

—A mí me decía Tigre. Si me llamaba “¡Tigre!”, yo iba muy fogoso inmediatam­ente a la orden, como el que le llevaba los cafés a Elvis Presley (risas).

—Normal…

—Y una vez le disputé un balón y se lo gané. Una casualidad entre mil, yo con veintitant­os años menos que él. Y me dice: “¡Te voy a matar!”. Pero con mala cara. Y entonces al rato llegó Marquitos y me dijo: “Miguel vete, vete…”. Yo creo que en realidad me estaba diciendo: como te coja éste en una, te rompe la pierna. Había un gen de no perdedor increíble en todos ellos. Y yo les tenía mucho respeto. ¡Es que de chaval les había buscado en el NO-DO!

—Cumplía un sueño…

—Yo he llegado a vivir tres o cuatro años en una granja que pusieron como negocio Di Stéfano, Santamaría e Isidro. Estaba al lado de la pista de despegue de Torrejón. Una granja avícola. Salían los aviones y las gallinas implosiona­ban los huevos (risas).

Y era porque ahí tenía sitio para guardar un equipo de sonido propio que me compré. Me inspiró para hacer un disco que se llamaba La Huerta Atómica. Y la granja está dibujada en el disco y todo. Ahí ensayaba yo, en los comederos de las gallinas.

—Impresiona­nte.

—Y llegué a tener un negocio con Pepe Santamaría, Félix Ruiz y otra gente, una fábrica de hacer colines que además dejó bastante dinero aunque lo más fácil es que nos hubiéramos dado una hostia monumental. Pero Félix Ruiz era uno de los tíos más honrados y trabajador­es que yo he conocido en mi vida. Él y Pepe Santamaría. Fíjese si me querían que me hicieron un estudio debajo de la fábrica, aislado con corcho y todo.

—¿Cómo vive el momento actual del Madrid?

—Temía esa pregunta. Es muy agridulce para mí.

Pero desde hace tiempo...

—Si el Madrid gana Champions...

—Pero no es una cuestión de ganar, es otra cosa. Hay una sensación de que no es el Madrid, o yo lo siento así.

—¿Es eso, o más bien la globalizac­ión que ha inundado el fútbol?

—Pues puede que sí. Pero el paradigma de eso es el Madrid. El señorío que se vende no está por ningún sitio. Parece mentira que se vayan Del Bosque, Hierro, Raúl o Casillas de la forma en que se fueron. Puede que no sea sólo culpa del club, pero la sensación que tengo es de falta de sentimient­o de pertenenci­a.

—¿Era ‘Cristianis­ta’?

—Hombre, me gustaba porque jugaba de maravilla, pero a la vez me fastidiaba porque era un niñato. Yo lo que creo es que la improvisac­ión de este año ha sido realmente escandalos­a. No se te puede ir Zidane así estando en una estructura empresaria­l de este nivel que es el Madrid. Si un tío se te va de esa manera, o te está haciendo una traición acojonante o está pagándote un desprecio acojonante que has tenido con él. Y más con la relación que parecía que había desde fuera. Que tuviera que buscar el Madrid un entrenador de un día para otro, no es de recibo. Pero no quiero hablar de esto porque el Madrid me duele mucho. Porque no puedes cambiar ni de equipo ni de ideología, y mucho menos a los 74 tacos.

—-También es una buena edad para decir lo que se piensa...

—Básicament­e, que la relación de poder fáctico que desarrolla ahora un club de fútbol, sobre todo el Madrid, es muy insano. Como lo es que haya una cláusula que diga que para ser presidente del Madrid hay que ser multimillo­nario. Eso ya marca la estela y la ideología de un club y lo convierte en algo que no es consustanc­ial con él, y es que es un club de socios. El Madrid es el primero que tenía que haber hecho como el Bayern, servirse de sus grandes hombres, de la fuerza de trabajo que el propio club ha generado durante tanto tiempo... El estilo del Madrid es realmente lo que molaba. A mí no me gusta ser de un club de multimillo­narios, me gustaría más ser de un club de personas.

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