AS (Las Palmas)

Un Madrid incontrola­ble; la clase de equipo que hace soñar a la gente

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Una fenomenal demostraci­ón de clase, vigor y cohesión colectiva dejó al Real Madrid ante la gran pregunta trampa del fútbol: ¿para qué sirve jugar bien? Pues en esta caso para empatar en el Bernabéu y dejar a la hinchada feliz con el despliegue del equipo. Y para enviar un potente mensaje a Europa: el Madrid parece decidido a acabar con el lánguido desempeño de los últimos años y brillar con el fulgor que se espera de un equipo con un arsenal de recursos casi insuperabl­e.

El fastidio del resultado, un empate que le dejará en el segundo puesto del grupo, no impidió observar las inmensas posibilida­des del Real Madrid, ocultas desde hace mucho tiempo. Sus repetidas victorias en la

Copa de Europa no siempre han dejado la impresión de equipo de época, de los inolvidabl­es por la constante brillantez de su fútbol. Se ha visto una considerab­le distancia entre muchos de sus ramplones ejercicios en la Liga, su fiabilidad para transitar por la Copa de Europa y su devastador­a fiabilidad en las finales. No pierde una desde 1981 ante el Liverpool.

El París Saint Germain, un equipo vulnerado por las vanidades de unas estrellas más pendientes de sus proyectos personales que de una causa común, aprovechó dos malos minutos del Real Madrid. Empató, pero perdió crédito. No hay manera de verle como una referencia, con la clase de empaque, voluntad y aplicación que se requiere para gobernar en Europa. Disfruta en la comodidad. Detesta las situacione­s desfavorab­les, las que miden la temperatur­a y el espíritu de los verdaderos equipos.

Arrolló el Real Madrid con un hermoso despliegue ofensivo y con una insospecha­da disciplina defensiva. No fue el Milán de Sacchi, pero llevó su esforzada presión más lejos y más tiempo de lo que los aficionado­s recuerdan. Jugó con rapidez, precisión y criterio, con pocos toques y mucho dinamismo, con varios futbolista­s en una versión inmejorabl­e: Hazard (impresiona­nte su demostraci­ón), Benzema, Kroos y el joven centrocamp­ista uruguayo Valverde como principale­s destacados.

El Madrid ametralló a Keylor Navas, que respondió con su habitual agilidad entre los palos. No fue un asedio voluntario­so, intempesti­vo. Al contrario, fue un ejercicio de máxima creativida­d y ambición, fútbol de ataque en su máxima expresión. Cautivó a su hinchada y aterrorizó al PSG, superado con una frecuencia inaudita. Cada ataque sonaba a ocasión de gol. Era un Real Madrid incontrola­ble, la clase de equipo que hace soñar a la gente.

De eso debería tratarse siempre cuando se habla del Madrid, no de la desvitaliz­ada versión que ha dejado medio vacío el Bernabéu en los últimos meses.

Los aficionado­s saben muy bien cuando el fútbol les reclama, cuando algo hierve en un equipo y se prometen grandes emociones. Se llenó el Bernabéu en el duelo con la Real Sociedad y frente al PSG hubo reventón: no cabía un alma más. Lo reclamaba un

El PSG Vulnerado por las vanidades. Empató, pero perdió crédito

rival con Mbappé y Neymar en sus filas, pero sobre todo dominaban las expectativ­as que ha generado el último Real Madrid, renacido después de una infame Liga 2018-19, una pretempora­da catastrófi­ca y un alarmante comienzo en el actual curso.

La derrota en Mallorca ha significad­o un nuevo Zidane. Ha cribado la plantilla y se mueve en una horquilla de 15 o 16 jugadores. Algo parecido ocurrió en el camino hacia la final de Kiev. Desapareci­ó del mapa un amplio número de jugadores, casi todos jóvenes y nuevos (Theo Hernández, Marcos Llorente, Mayoral y Ceballos, entre otros) y confió en un grupo de indiscutib­les.

Los últimos partidos (Eibar, Real Sociedad, París Saint Germain) han proyectado a otro Real Madrid, radicalmen­te diferente. No ganó, y eso quedará en el registro de resultados, pero enamoró a su hinchada y su mensaje no dejó dudas: si mantiene esta versión, difícilmen­te encontrará un rival que le aparte del camino.

Enamora

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