El fichaje más caro del Villarreal
Firma hasta 2025 y llega cedido con opción de compra obligatoria de 25 millones
Paco Alcácer está de vuelta por España. El Villarreal hizo ayer oficial su fichaje. El delantero firma hasta 2025 y se convierte en el fichaje más caro de la historia del club amarillo. 25 millones de euros es lo que recibirá el Borussia Dortmund por el internacional español, que regresa a la Liga en la que jugó 124 partidos con el Valencia (43 goles), 50 con el Barcelona (15) y 23 con el Getafe (4). Alcácer será presentado hoy y estará en condiciones de debutar este domingo contra Osasuna.
La operación se cerró en la noche del pasado miércoles por 25 millones. La fórmula es una cesión con opción de compra obligatoria a final de temporada, lo que hace que el equipo cambie casi al peso la salida de Ekambi (19,5 millones de darse todos los condicionantes). Alcácer, que viajó desde Alemania ayer por la mañana en vuelo privado, pasó revisión médica en la Ciudad Deportiva de Miralcamp y después firmó su contrato.
Su fichaje supera con creces los 20M€ de Gerard Moreno, hasta la fecha su incorporación de mayor coste. El ránking sigue con Ekambi (18), Nilmar (15), Roger (15), Unal (14), Semedo (14) o Soriano y Sansone (13,5).
Alcácer será presentado hoy en la Ciudad Deportiva y lucirá el número 17, dorsal que dejó libre Toko Ekambi.
Es necesario el reproche y la advertencia pública, sean de los nuestros o de los suyos
Se cierra un fichaje en el que el club ha demostrado estar hábil, en una operación que dependía de lo que pasara con la posible llegada de Alcácer al Valencia, operación que finalmente no se acabó cerrando. En ese momento, Fernando Roig ponía en marcha su maquinaria. Alcácer sabía hace tiempo del interés del Villarreal, por lo que el acuerdo con el delantero se dio rápido. El segundo paso era convencer al Dortmund, que siempre había dejado claro que quería recuperar lo invertido por su fichaje.
Todo lo que sé de la moral del hincha se lo debo a mi madre. Hasta hace poco ni siquiera era muy consciente de ello, por eso quiero saldar esa deuda: gracias, mamá, por llevarme al fútbol de niño. A jugar mis primeros partidos en madrugones de campo de tierra, como tantas mujeres hoy reflejadas en lassoccer moms de las películas de Hollywood, pero, sobre todo, más que nada, a ver a nuestro Espanyol los domingos en Sarrià.
Algunas veces, incluso a domicilio. Fue en la tribuna del Camp Nou, en un derbi de Barcelona con invitaciones, donde un día sufrimos la ira de un energúmeno empeñado en meter a todos los pericos en una jaula. Y de ahí para arriba en sus insultos. Eran los años 80, esas cosas pasaban en todos los estadios, pero aquel señor del puro marcó para siempre al niño que fui. Ni el 1-3 del Espanyol aquella jornada de 1982, ni la jeta feliz de
Theo Custers al final del partido, me hicieron olvidar los gritos, a los que mi madre respondió revolviéndose con educación, llamándole la atención: “¿Se ha visto usted? ¿No le da vergüenza?”. El hombre gruñó, pero no volvió a gritar, y no fue sólo por el baile blanquiazul en
Can Barça.
Hasta hace poco no era común en España que una madre acompañase a su hijo a la grada: durante décadas parecía una tarea reservada a padres, abuelos, tíos, hermanos mayores, amigos. Hubo excepciones. Y la nuestra tenía truco. Mi padre era futbolista, pasaba los fines de semana concentrado (¡qué tiempos! Hoy los equipos viajan el mismo día), Cruz y yo nos quedábamos en casa e íbamos al campo a verle. Me obstiné en jugar al balón imitando a mi padre, pero aprendí a ser un espectador futbolero junto a mi madre. Y ella me enseñó que, frente a la ignorancia, la estupidez y la maldad, no cabe la inacción. Es necesario el reproche y la advertencia pública, sean de los nuestros o de los suyos, pero más aún si son de los nuestros. A estos bellacos que se creen hinchas mientras reparten insultos racistas en el estadio y palizas por las calles, pongámosles frente al espejo.